Sin duda, la construcción de la Unión Europea es la mejor iniciativa que adoptaron los estados del continente en toda su historia. No hay otro espacio político en el mundo en el que el conjunto de la población tenga mejores condiciones de vida, ni siquiera Estados Unidos. Después de dos guerras terribles, las más sanguinarias y destructivas de la historia, en la segunda mitad del siglo XX comenzó a construirse un espacio de paz y cooperación que logró superar la divisiva etapa de la guerra fría y se está consolidando en el siglo XXI.
Evidentemente, los europeos tenemos problemas, pero ¿cómo serían de no existir la UE? Nos quejamos de las subidas de precios de los últimos dos años, pero nunca España había conocido un periodo tan largo con una inflación tan baja. Lo que hoy consideramos alzas excesivas y tipos de interés elevados eran los mínimos con los que se podía soñar con la peseta. Si tenemos una moneda estable es solo gracias a que formamos parte de la UE. Los agricultores tienen dificultades pero, ¿se imaginan cuáles serían si no existiesen las ayudas de la PAC y no tuviesen un mercado continental garantizado y protegido? Parece innecesario recordar las infraestructuras. En España, desde las autovías a los puertos, las líneas de AVE o la variante de Pajares ¿qué habría podido construirse desde los años ochenta solo con el presupuesto español, sin los fondos europeos?
Ha habido guerras en Europa en los años finales del siglo XX y la hay ahora en Ucrania, todas se desarrollaron en la periferia de la UE, que no fue la que inició una combinación de genocidio y limpieza étnica contra bosnios y kosovares, ni la que invadió Ucrania. Es más, solo la UE garantiza la relativa estabilidad de los Balcanes, que se afianzará con la entrada de más estados de la zona en la Unión, y puede devolver la paz y lograr la recuperación económica de Ucrania.
Los euroescépticos suelen ser tremendamente contradictorios, probablemente porque carecen de argumentos y los sustituyen con demagogia. La UE es una confederación de estados democráticos independientes, que ceden parte de su soberanía al integrarse en ella, pero conservan la fundamental. Sus características y sus problemas son diversos, por eso es indispensable la negociación y los acuerdos no son igualmente satisfactorios para todos. Bruselas nunca fue un ente antidemocrático gobernado por burócratas. Incluso cuando el Parlamento Europeo tenía menos atribuciones todos los gobiernos que dirigían la UE habían sido elegidos, como ahora, por los ciudadanos de sus países.
Acabamos de elegir a un parlamento que posee importantes competencias de legislación y control. Es la mayor expresión de la soberanía colectiva de la ciudadanía europea. En España, donde cada vez más se considera al rival político un enemigo, sorprende que se coaliguen populares de raíz predominantemente democristiana, liberales y socialdemócratas, incluso «verdes» ecologistas. Los une ser demócratas y europeístas y deben entenderse porque la UE es diversa y hay países con mayorías de todas esas tendencias. Buscar coaliciones ideológicamente homogéneas solo conduciría a dividir Europa y a hacer inviable el proyecto común. Quienes más lo critican son los que no son ni liberales (cuestionan los derechos y libertades individuales y quieren imponer sus normas ideológicas a la ciudadanía) ni verdaderos demócratas (cuando llegan al poder promueven leyes para evitar que sus rivales puedan competir con ellos en condiciones de igualdad) ni europeístas (solo desean recibir fondos y garantizarse un mercado, pero exaltan un nacionalismo primario y divisivo). Por eso ha habido gobiernos, como el de Hungría o el anterior de Polonia, que tuvieron problemas con la mayoría de los estados y con las instituciones de la UE. La Unión no puede ser solo una asociación por interés, uno de sus mayores logros es que haya asumido la necesidad de defender unos valores democráticos comunes.
En las elecciones culminadas el domingo ha habido un giro a la derecha que puede disgustar ideológicamente, pero que en sí mismo no sería peligroso. Los cuatro grandes grupos que antes he mencionado, populares, socialdemócratas, liberales y verdes, siguen teniendo una holgada mayoría en el parlamento. Lo peor es el crecimiento de la extrema derecha nacionalista, autoritaria, machista y xenófoba y la presión que pueda ejercer sobre populares y liberales. Es una vuelta a la tribu que coincide con una pérdida de autoestima europea poco justificada, a pesar de los errores e insuficiencias que pueda tener una Unión que, es necesario insistir, no es Bruselas, son 27 países independientes, de diverso tamaño y riqueza, con mucho en común, pero cada uno con su historia y su cultura. Todos son la unión, pero cada uno solo parte de la Unión.
Se ha exagerado algo el triunfo de la señora Le Pen en Francia, obtener el 31% de los votos no es «arrollar», otra cosa es que el partido gobernante se haya quedado en el 14,6%, pero ha habido una recuperación de los socialistas, aunque el peso global de la ultraderecha es muy fuerte. Habrá que ver qué sucede en las legislativas, el votante francés suele ser más prudente cuando se decide el gobierno del país. En cualquier caso, el crecimiento de la extrema derecha en Francia y Alemania, los dos países más ricos y poblados, es muy preocupante. También en Italia, aunque no es necesario recordar que es un país difícil de comprender desde fuera, muchos italianos consideran que también desde dentro. Que el domingo haya hecho esperar al resto de los europeos hasta las once de la noche para conocer los resultados, o que ponga urnas separadas para hombres y mujeres, son solo dos anécdotas que lo corroboran. La señora Meloni, de origen fascista, no es de fiar, pero ha obtenido un 28% de los votos, tampoco ha arrollado, y gobierna en coalición, lo que la ha inclinado hacia el pragmatismo. Su esfuerzo por someter a los medios de comunicación es peligroso, pero va a tener dificultades para lograr un control del Estado similar al de Orbán en Hungría y parece haber dado un giro europeísta, aunque solo sea porque Italia necesita a la UE.
En Portugal, Chega se ha llevado un batacazo muy esperanzador y en España Vox se estanca por debajo del 10% de los votos. Siguen teniendo demasiados apoyos, pero son más un incordio para la derecha democrática que una alternativa de gobierno. La novedad en nuestro país ha sido que un charlatán de feria, que se hace llamar «Alvise», ha logrado tres escaños y se ha acercado al 5% de los votos. Carecía de oficio y de beneficio, fue incapaz de terminar la carrera universitaria en la que se matriculó, les estará muy agradecido a los que le han dado un puesto bien remunerado y lo subvencionan para que pueda seguir diciendo majaderías. Resulta deprimente saber que hay 800.000 adultos en España capaces de votarlo, pero, sin partido, no parece que tenga muchas posibilidades en futuros comicios. Su voto actual es carne de Vox o de la abstención.
No pretendo minusvalorar el peligro que supone el crecimiento de ultraderecha, solo señalar que no ha ganado y que todavía es posible revertir la tendencia. Los partidos que se sitúan a la izquierda de los socialdemócratas y los verdes han obtenido resultados desastrosos, nunca superiores al 10% y generalmente muy por debajo, salvo los eurocomunistas de Grecia y Chipre, bastante cercanos a la socialdemocracia. Es un espacio muy fragmentado, lo que lo debilita, pero también convierte en injustas las generalizaciones. Hay partidos, incluso radicales de raíz trotskista, que no necesitan caerse de la burra estalinista, que combaten al reaccionario régimen de Putin y a tiranías disfrazadas como la nicaragüense y creen que el pueblo ucraniano tiene derecho a defenderse de la agresión rusa. Lo malo es que hay otros que, en Alemania o Francia, incluso una pequeña secta en España, coquetean con la xenofobia antinmigración para lograr votos. Por desgracia, también están los que prefieren vivir en un mundo que ya no existe.
Entregarle Ucrania al imperialismo de Putin no es estar por la paz, como tampoco lo era en 1939 dejar a Polonia en manos de Hitler y Stalin. Pedir la destrucción del Estado de Israel no es defender la paz. Apoyar la represión china sobre los hongkoneses que luchan por la democracia no es proteger los derechos humanos. Defender la tiranía de los Ortega en Nicaragua, tampoco, y es una postura que casa mal con el feminismo, lo mismo que callar sobre los crímenes contra las mujeres en Irán. Tener la mínima simpatía por la tiránica monarquía estatalista de los Kim en Corea del Norte solo puede derivarse de la más extrema ignorancia o de la enajenación mental. Es más estúpido que de izquierdas considerar que todo el que se opone a EEUU es progresista y debe ser apoyado. No comprender que la Rusia de Putin está sometida a un régimen reaccionario y criminal es mantenerse fuera de la realidad. No estoy haciendo una caricatura, todo eso se lo he leído y escuchado a algún candidato de sedicente izquierda y no solo español. Así, no hay izquierda que salga de la marginalidad. Debería convertirse en película de visión obligatoria para su militancia Il sol dell’avvenire, la última de Nanni Moretti.
En España, la crisis de Sumar, el sectarismo de Podemos y el poso estalinista que rezuma parte de IU no dejan mucho margen para el optimismo sobre el espacio situado a la izquierda del PSOE. Por arriba, sigue el práctico empate. El PP ha ganado, pero el PSOE no se ha hundido. Sería deseable que, como en Europa, se entendiesen en cuestiones fundamentales, pero la sucia campaña electoral que hemos sufrido no permite tener muchas esperanzas. Los dirigentes de ambos partidos deberían reflexionar sobre que su forma actual de hacer política es alimento para alvises y abascales.
Volviendo al principio, solo la democracia y la Unión Europea pueden permitirnos un futuro razonable. No vivimos en el mejor de los mundos posibles ni lo haremos nunca. Sigue habiendo muchas desigualdades e injusticias entre los países integrantes y dentro de cada uno de ellos. La política actual no entusiasma y con razón. La UE puede hacer más para parar la guerra en Gaza y favorecer la creación de un Estado palestino. Es necesario un esfuerzo para lograr la paz en Ucrania, no solo enviar armas, algo a lo que, por otra parte, los ucranianos tienen indudablemente derecho. Todo esto es cierto, pero el objetivo auténticamente progresista debe ser cambiar la situación en cada uno de los países y en el conjunto de la Unión y eso no pasa por nacionalismos o soberanismos, sean decimonónicos o fascistoides, ni por el autoritarismo, la intolerancia, la xenofobia o el machismo. Todo ello sin olvidar que conocer y asumir la historia es imprescindible para entender el presente.
Italia conmemoró el lunes, 10 de junio, el centenario del asesinato del diputado socialista Giacomo Matteotti. Era 1924, el crimen de Estado hizo tambalearse al recién establecido gobierno de Mussolini, pero conservó el apoyo del rey y reaccionó a las protestas de la oposición democrática con el cierre del parlamento, el fin de la libertad de prensa y el establecimiento de la dictadura fascista. El 1 de mayo de 1944, tras la liberación, la sección socialista de Lecce colocó una placa conmemorativa, que se conserva, con este texto, que traduzco del italiano: «Giacomo Matteotti. Ante tu martirio el destino de Italia vaciló un momento, pero la fuerza del mal prevaleció. Hoy, tu nombre proclama efímeras las victorias de los egoísmos brutales sobre la idea». Efímeras, pero terriblemente trágicas, en las manos de todos está que no retornen.
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