Europa debe superar esta crisis de autoestima

OPINIÓN

Marine Le Pen con el candidato a las europeas Jordan Bardella.
Marine Le Pen con el candidato a las europeas Jordan Bardella. Sarah Meyssonnier | REUTERS

12 jun 2024 . Actualizado a las 05:00 h.

Sin duda, la construcción de la Unión Europea es la mejor iniciativa que adoptaron  los estados del continente en toda su historia. No hay otro espacio político en el mundo  en el que el conjunto de la población tenga mejores condiciones de vida, ni siquiera  Estados Unidos. Después de dos guerras terribles, las más sanguinarias y destructivas de  la historia, en la segunda mitad del siglo XX comenzó a construirse un espacio de paz y  cooperación que logró superar la divisiva etapa de la guerra fría y se está consolidando  en el siglo XXI.  

Evidentemente, los europeos tenemos problemas, pero ¿cómo serían de no existir  la UE? Nos quejamos de las subidas de precios de los últimos dos años, pero nunca  España había conocido un periodo tan largo con una inflación tan baja. Lo que hoy  consideramos alzas excesivas y tipos de interés elevados eran los mínimos con los que se  podía soñar con la peseta. Si tenemos una moneda estable es solo gracias a que formamos  parte de la UE. Los agricultores tienen dificultades pero, ¿se imaginan cuáles serían si no existiesen las ayudas de la PAC y no tuviesen un mercado continental garantizado y  protegido? Parece innecesario recordar las infraestructuras. En España, desde las autovías  a los puertos, las líneas de AVE o la variante de Pajares ¿qué habría podido construirse  desde los años ochenta solo con el presupuesto español, sin los fondos europeos? 

Ha habido guerras en Europa en los años finales del siglo XX y la hay ahora en  Ucrania, todas se desarrollaron en la periferia de la UE, que no fue la que inició una  combinación de genocidio y limpieza étnica contra bosnios y kosovares, ni la que invadió  Ucrania. Es más, solo la UE garantiza la relativa estabilidad de los Balcanes, que se  afianzará con la entrada de más estados de la zona en la Unión, y puede devolver la paz  y lograr la recuperación económica de Ucrania. 

Los euroescépticos suelen ser tremendamente contradictorios, probablemente  porque carecen de argumentos y los sustituyen con demagogia. La UE es una  confederación de estados democráticos independientes, que ceden parte de su soberanía  al integrarse en ella, pero conservan la fundamental. Sus características y sus problemas  son diversos, por eso es indispensable la negociación y los acuerdos no son igualmente  satisfactorios para todos. Bruselas nunca fue un ente antidemocrático gobernado por  burócratas. Incluso cuando el Parlamento Europeo tenía menos atribuciones todos los  gobiernos que dirigían la UE habían sido elegidos, como ahora, por los ciudadanos de sus  países.

Acabamos de elegir a un parlamento que posee importantes competencias de  legislación y control. Es la mayor expresión de la soberanía colectiva de la ciudadanía  europea. En España, donde cada vez más se considera al rival político un enemigo,  sorprende que se coaliguen populares de raíz predominantemente democristiana, liberales  y socialdemócratas, incluso «verdes» ecologistas. Los une ser demócratas y europeístas y  deben entenderse porque la UE es diversa y hay países con mayorías de todas esas  tendencias. Buscar coaliciones ideológicamente homogéneas solo conduciría a dividir  Europa y a hacer inviable el proyecto común. Quienes más lo critican son los que no son  ni liberales (cuestionan los derechos y libertades individuales y quieren imponer sus  normas ideológicas a la ciudadanía) ni verdaderos demócratas (cuando llegan al poder  promueven leyes para evitar que sus rivales puedan competir con ellos en condiciones de  igualdad) ni europeístas (solo desean recibir fondos y garantizarse un mercado, pero  exaltan un nacionalismo primario y divisivo). Por eso ha habido gobiernos, como el de  Hungría o el anterior de Polonia, que tuvieron problemas con la mayoría de los estados y  con las instituciones de la UE. La Unión no puede ser solo una asociación por interés,  uno de sus mayores logros es que haya asumido la necesidad de defender unos valores  democráticos comunes. 

En las elecciones culminadas el domingo ha habido un giro a la derecha que puede  disgustar ideológicamente, pero que en sí mismo no sería peligroso. Los cuatro grandes  grupos que antes he mencionado, populares, socialdemócratas, liberales y verdes, siguen teniendo una holgada mayoría en el parlamento. Lo peor es el crecimiento de la extrema  derecha nacionalista, autoritaria, machista y xenófoba y la presión que pueda ejercer sobre  populares y liberales. Es una vuelta a la tribu que coincide con una pérdida de autoestima  europea poco justificada, a pesar de los errores e insuficiencias que pueda tener una Unión  que, es necesario insistir, no es Bruselas, son 27 países independientes, de diverso tamaño  y riqueza, con mucho en común, pero cada uno con su historia y su cultura. Todos son la  unión, pero cada uno solo parte de la Unión. 

Se ha exagerado algo el triunfo de la señora Le Pen en Francia, obtener el 31% de  los votos no es «arrollar», otra cosa es que el partido gobernante se haya quedado en el  14,6%, pero ha habido una recuperación de los socialistas, aunque el peso global de la  ultraderecha es muy fuerte. Habrá que ver qué sucede en las legislativas, el votante  francés suele ser más prudente cuando se decide el gobierno del país. En cualquier caso,  el crecimiento de la extrema derecha en Francia y Alemania, los dos países más ricos y  poblados, es muy preocupante. También en Italia, aunque no es necesario recordar que es un país difícil de comprender desde fuera, muchos italianos consideran que también desde  dentro. Que el domingo haya hecho esperar al resto de los europeos hasta las once de la  noche para conocer los resultados, o que ponga urnas separadas para hombres y mujeres, son solo dos anécdotas que lo corroboran. La señora Meloni, de origen fascista, no es de  fiar, pero ha obtenido un 28% de los votos, tampoco ha arrollado, y gobierna en coalición,  lo que la ha inclinado hacia el pragmatismo. Su esfuerzo por someter a los medios de  comunicación es peligroso, pero va a tener dificultades para lograr un control del Estado  similar al de Orbán en Hungría y parece haber dado un giro europeísta, aunque solo sea  porque Italia necesita a la UE. 

En Portugal, Chega se ha llevado un batacazo muy esperanzador y en España Vox  se estanca por debajo del 10% de los votos. Siguen teniendo demasiados apoyos, pero son  más un incordio para la derecha democrática que una alternativa de gobierno. La novedad  en nuestro país ha sido que un charlatán de feria, que se hace llamar «Alvise», ha logrado  tres escaños y se ha acercado al 5% de los votos. Carecía de oficio y de beneficio, fue  incapaz de terminar la carrera universitaria en la que se matriculó, les estará muy  agradecido a los que le han dado un puesto bien remunerado y lo subvencionan para que  pueda seguir diciendo majaderías. Resulta deprimente saber que hay 800.000 adultos en  España capaces de votarlo, pero, sin partido, no parece que tenga muchas posibilidades  en futuros comicios. Su voto actual es carne de Vox o de la abstención. 

No pretendo minusvalorar el peligro que supone el crecimiento de ultraderecha,  solo señalar que no ha ganado y que todavía es posible revertir la tendencia. Los partidos que se sitúan a la izquierda de los socialdemócratas y los verdes han  obtenido resultados desastrosos, nunca superiores al 10% y generalmente muy por debajo,  salvo los eurocomunistas de Grecia y Chipre, bastante cercanos a la socialdemocracia. Es  un espacio muy fragmentado, lo que lo debilita, pero también convierte en injustas las  generalizaciones. Hay partidos, incluso radicales de raíz trotskista, que no necesitan  caerse de la burra estalinista, que combaten al reaccionario régimen de Putin y a tiranías  disfrazadas como la nicaragüense y creen que el pueblo ucraniano tiene derecho a  defenderse de la agresión rusa. Lo malo es que hay otros que, en Alemania o Francia, incluso una pequeña secta en España, coquetean con la xenofobia antinmigración para  lograr votos. Por desgracia, también están los que prefieren vivir en un mundo que ya no  existe. 

Entregarle Ucrania al imperialismo de Putin no es estar por la paz, como tampoco  lo era en 1939 dejar a Polonia en manos de Hitler y Stalin. Pedir la destrucción del Estado de Israel no es defender la paz. Apoyar la represión china sobre los hongkoneses que  luchan por la democracia no es proteger los derechos humanos. Defender la tiranía de los  Ortega en Nicaragua, tampoco, y es una postura que casa mal con el feminismo, lo mismo  que callar sobre los crímenes contra las mujeres en Irán. Tener la mínima simpatía por la  tiránica monarquía estatalista de los Kim en Corea del Norte solo puede derivarse de la  más extrema ignorancia o de la enajenación mental. Es más estúpido que de izquierdas  considerar que todo el que se opone a EEUU es progresista y debe ser apoyado. No  comprender que la Rusia de Putin está sometida a un régimen reaccionario y criminal es  mantenerse fuera de la realidad. No estoy haciendo una caricatura, todo eso se lo he leído  y escuchado a algún candidato de sedicente izquierda y no solo español. Así, no hay  izquierda que salga de la marginalidad. Debería convertirse en película de visión  obligatoria para su militancia Il sol dell’avvenire, la última de Nanni Moretti. 

En España, la crisis de Sumar, el sectarismo de Podemos y el poso estalinista que  rezuma parte de IU no dejan mucho margen para el optimismo sobre el espacio situado a  la izquierda del PSOE. Por arriba, sigue el práctico empate. El PP ha ganado, pero el  PSOE no se ha hundido. Sería deseable que, como en Europa, se entendiesen en  cuestiones fundamentales, pero la sucia campaña electoral que hemos sufrido no permite  tener muchas esperanzas. Los dirigentes de ambos partidos deberían reflexionar sobre  que su forma actual de hacer política es alimento para alvises y abascales. 

Volviendo al principio, solo la democracia y la Unión Europea pueden permitirnos  un futuro razonable. No vivimos en el mejor de los mundos posibles ni lo haremos nunca.  Sigue habiendo muchas desigualdades e injusticias entre los países integrantes y dentro  de cada uno de ellos. La política actual no entusiasma y con razón. La UE puede hacer  más para parar la guerra en Gaza y favorecer la creación de un Estado palestino. Es  necesario un esfuerzo para lograr la paz en Ucrania, no solo enviar armas, algo a lo que,  por otra parte, los ucranianos tienen indudablemente derecho. Todo esto es cierto, pero el  objetivo auténticamente progresista debe ser cambiar la situación en cada uno de los  países y en el conjunto de la Unión y eso no pasa por nacionalismos o soberanismos, sean  decimonónicos o fascistoides, ni por el autoritarismo, la intolerancia, la xenofobia o el  machismo. Todo ello sin olvidar que conocer y asumir la historia es imprescindible para  entender el presente. 

Italia conmemoró el lunes, 10 de junio, el centenario del asesinato del diputado  socialista Giacomo Matteotti. Era 1924, el crimen de Estado hizo tambalearse al recién  establecido gobierno de Mussolini, pero conservó el apoyo del rey y reaccionó a las protestas de la oposición democrática con el cierre del parlamento, el fin de la libertad de  prensa y el establecimiento de la dictadura fascista. El 1 de mayo de 1944, tras la  liberación, la sección socialista de Lecce colocó una placa conmemorativa, que se  conserva, con este texto, que traduzco del italiano: «Giacomo Matteotti. Ante tu martirio  el destino de Italia vaciló un momento, pero la fuerza del mal prevaleció. Hoy, tu nombre  proclama efímeras las victorias de los egoísmos brutales sobre la idea». Efímeras, pero  terriblemente trágicas, en las manos de todos está que no retornen.