CESAR QUIAN

09 jun 2024 . Actualizado a las 05:00 h.

El magistrado es alguien grande, muy grande (magis, grande en latín). El magistrado ha de estar por encima del Bien y del Mal, ha de matar a Dios, en el sentido de Nietzsche, lo que se traduce en arrumbar sus ideologías, sus pasiones, sus credos, sus filias y fobias. Elevarse sobre las cosas del Mundo cuando investiga y sentencia. Ha de reemplazar a su Dios, al que previamente ha dado muerte. 

El verdadero magistrado no es el magistrado verdadero. Aquel es el que accede a tal honor por sus conocimientos. Este se atiene escrupulosamente a la Ley, a la que se aferra como a un clavo ardiendo, que no soltará pese al dolor, al dolor indecible de la piel quemándose. Él debe poner la mano en el fuego por la Ley. De aquí el concepto que ha de ser grabado en piedra: solo es magistrado, académica y éticamente, el verdadero magistrado verdadero.

Del mismo modo que en una democracia no se le otorga a un militar el rango de oficial para arremeter contra la misma o en Medicina no debe ser médico quien no cuide con esmero el cuerpo de su paciente, a un magistrado no se le habilita para ser juez y parte. En la Antigüedad, esta figura solía reunir poderes judiciales, legislativos, sacerdotales y militares. Pero desde el «magister» Montesquieu, el magistrado solo tiene una misión, sagrada, tan sagrada como lo más sagrado que hombre alguno haya resuelto santificar: atenerse a los hechos probados.

No obstante lo antedicho, hay magistrados en las cárceles, aunque no están todos los que deberían estar. Pasa lo mismo en cualesquiera actividades de los hombres: abogados que salen impunes de sus malas praxis, que también anida entre los notarios, los policías, los sanitarios, etcétera, etcétera.

El magistrado «magister» examina qué pruebas se presentan y desecha las falsas e interesadas y pondera las investigadas a conciencia por funcionarios con conciencia. El magistrado excelso no actúa a espaldas del fiscal, ocultándole información, ni imputa al denunciado sin escuchar a los testigos, a todos, ni manda callar al que dice lo que no le gusta escuchar. El magistrado verdadero no toma decisiones transcendentales a pocos días de unas elecciones en las que una jauría de perros y perras acecha rabiosa la más mínima debilidad de «Perro» Sánchez.

A última hora de hoy sabremos si la mierda, que se expulsa desde lugares donde se creía qua había maestros buscando la verdad, se ha colado o no en las urnas, mientras en la calle de los «sociópatas», en Ferraz, se está rezando, desde ayer, día de la «reflexión», y durante toda esta jornada, la del ciudadano libre votando, el rosario, a modo de exorcismo para expulsar al Maligno de la sede del PSOE, una suerte de conjuro de los irredentos nacionalcatólicos salidos de los tiempos más oscuros, que, todavía muchísimo peor, han sido amparados por otros «magistri». Manda huevos.