Momentos estelares

OPINIÓN

Taylor Swift.Taylor Swift en el Bernabéu
Taylor Swift en el Bernabéu

08 jun 2024 . Actualizado a las 05:00 h.

La cosa tiene gracia, más que gracia produce perplejidad y algo de desánimo.  Mientras en Nueva York a Trump lo condenaba un jurado por haber cometido nada  menos que 34 delitos, casi de forma simultánea en Madrid a Taylor Swift la subían a los  altares dándole incienso, con posibilidad de seguir elevándola al cielo en el carro de  fuego de Elías. Dos acontecimientos insólitos y difícilmente repetibles en el mismo día  30 de mayo, y todo sin que hayamos hecho mérito alguno para vivir tan histórica fecha.  Dos divos, dos ídolos que embelesan a las masas cada uno a su manera y desde  escenarios políticos opuestos por el vértice, dos genuinos productos de nuestro tiempo  que, nos guste o no, dejarán tras de si una estela cegadora que el tiempo convertirá en  páginas inolvidables del siglo veintiuno. Tal vez si Stefan Zweig viviera en estos tiempos  de cólera y fango los incluyera en sus gloriosos Momentos estelares de la humanidad.  El rubio fanfarrón ocuparía varias páginas, tal vez las del triste epílogo, por ser el primer  presidente de Estados Unidos que es condenado y a pesar de su condición de  delincuente podrá ganar las elecciones a la presidencia si Biden no lo remedia, lo cual  originará una situación mucho más surrealista que la presencia amenazadora de  Puigdemont tras los Pirineos.  

Y la Swift de rubio flequillo, condenada pero en el sentido mejor de la acepción,  que también fascina a otros tantos millones de fervientes seguidores, ocuparía otras  cuantas páginas por haber batido todos los records posibles en el mundo de la música  y convertirse en la gran gurú de nuestra derrotada secta humana, tan disciplinadamente  dispuesta a ponerse de rodillas si el poder así lo estima. 

Gran espectáculo el americano, todo viene de allí y nos asombra, no se puede  negar que crearon el show business con imaginación e inteligencia: el dólar es el dólar,  my friend, y el que no lo comprenda que se vaya a llorar a Gaza o Ucrania, y si no a  Buenos Aires a tomar unos mates con Milei, que por cierto se volverá a dejar caer por  aquí el 20 de junio, como si quisiera adelantarnos un día la luz del solsticio para  ayudarnos a escapar de las tenebrosas simas. Según se oye, sus espectadores no  llegarán a ser tantos como los de la Swift, pero en entusiasmo y ovaciones no les  quedarán lejos. Lejos de ellos estará, desde luego, Óscar Puente, ni siquiera entre la  oscuridad de las bambalinas. Acaso lo espere tomando unas cañas en Tel Aviv la  esperpéntica diputada israelí (su partido se llama precisamente Nueva Esperanza) que nos amenazó muy seriamente hace días con exigir que ocho regiones españolas se  independicen del resto, o sea que se vayan ocho gatos y quedemos tres o cuatro  soportando a duras penas la piel de toro.  

Milei-Sánchez-Milei-Sánchez. Qué asombroso que un incidente de tan torpe  origen haya desembocado en la ruptura diplomática entre dos países hermanos unidos  por la historia. Pero un copo de nieve resbala por la ladera y poco a poco se le unen  otros hasta originar un alud imparable. ¿No se echa de menos la inteligencia para  acabar con este ridículo despropósito? ¿No es mejor responder a veces con el silencio  para dejar en ridículo al chillón? Duelo de titanes fue una película famosísima, pero de  los años cincuenta, nada que ver Kirk Douglas y Burt Lancaster con los actores de esta  aburrida comedia hispano-argentina de ahora. 

Y llegado el final, me vienen a la memoria aquellos mensajes intrigantes con que  terminaban los cuentos del Capitán Trueno y nos tenían sin dormir varias noches:  «¿Conseguirá el eje del mal derrotar al eje del bien? No os perdáis el próximo episodio».