![Taylor Swift.Taylor Swift en el Bernabéu](https://img.lavdg.com/sc/npHk5Tx8ASxPuCLqtT7v25_H2nE=/480x/2024/05/30/00121717098619762457975/Foto/EuropaPress_5996033_taylor_swift_concierto_santiago_bernbeu-EP.jpg)
La cosa tiene gracia, más que gracia produce perplejidad y algo de desánimo. Mientras en Nueva York a Trump lo condenaba un jurado por haber cometido nada menos que 34 delitos, casi de forma simultánea en Madrid a Taylor Swift la subían a los altares dándole incienso, con posibilidad de seguir elevándola al cielo en el carro de fuego de Elías. Dos acontecimientos insólitos y difícilmente repetibles en el mismo día 30 de mayo, y todo sin que hayamos hecho mérito alguno para vivir tan histórica fecha. Dos divos, dos ídolos que embelesan a las masas cada uno a su manera y desde escenarios políticos opuestos por el vértice, dos genuinos productos de nuestro tiempo que, nos guste o no, dejarán tras de si una estela cegadora que el tiempo convertirá en páginas inolvidables del siglo veintiuno. Tal vez si Stefan Zweig viviera en estos tiempos de cólera y fango los incluyera en sus gloriosos Momentos estelares de la humanidad. El rubio fanfarrón ocuparía varias páginas, tal vez las del triste epílogo, por ser el primer presidente de Estados Unidos que es condenado y a pesar de su condición de delincuente podrá ganar las elecciones a la presidencia si Biden no lo remedia, lo cual originará una situación mucho más surrealista que la presencia amenazadora de Puigdemont tras los Pirineos.
Y la Swift de rubio flequillo, condenada pero en el sentido mejor de la acepción, que también fascina a otros tantos millones de fervientes seguidores, ocuparía otras cuantas páginas por haber batido todos los records posibles en el mundo de la música y convertirse en la gran gurú de nuestra derrotada secta humana, tan disciplinadamente dispuesta a ponerse de rodillas si el poder así lo estima.
Gran espectáculo el americano, todo viene de allí y nos asombra, no se puede negar que crearon el show business con imaginación e inteligencia: el dólar es el dólar, my friend, y el que no lo comprenda que se vaya a llorar a Gaza o Ucrania, y si no a Buenos Aires a tomar unos mates con Milei, que por cierto se volverá a dejar caer por aquí el 20 de junio, como si quisiera adelantarnos un día la luz del solsticio para ayudarnos a escapar de las tenebrosas simas. Según se oye, sus espectadores no llegarán a ser tantos como los de la Swift, pero en entusiasmo y ovaciones no les quedarán lejos. Lejos de ellos estará, desde luego, Óscar Puente, ni siquiera entre la oscuridad de las bambalinas. Acaso lo espere tomando unas cañas en Tel Aviv la esperpéntica diputada israelí (su partido se llama precisamente Nueva Esperanza) que nos amenazó muy seriamente hace días con exigir que ocho regiones españolas se independicen del resto, o sea que se vayan ocho gatos y quedemos tres o cuatro soportando a duras penas la piel de toro.
Milei-Sánchez-Milei-Sánchez. Qué asombroso que un incidente de tan torpe origen haya desembocado en la ruptura diplomática entre dos países hermanos unidos por la historia. Pero un copo de nieve resbala por la ladera y poco a poco se le unen otros hasta originar un alud imparable. ¿No se echa de menos la inteligencia para acabar con este ridículo despropósito? ¿No es mejor responder a veces con el silencio para dejar en ridículo al chillón? Duelo de titanes fue una película famosísima, pero de los años cincuenta, nada que ver Kirk Douglas y Burt Lancaster con los actores de esta aburrida comedia hispano-argentina de ahora.
Y llegado el final, me vienen a la memoria aquellos mensajes intrigantes con que terminaban los cuentos del Capitán Trueno y nos tenían sin dormir varias noches: «¿Conseguirá el eje del mal derrotar al eje del bien? No os perdáis el próximo episodio».
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