El mundo está asombrado ante el crecimiento de la economía española con relación a la del resto de la zona euro. Casas de análisis financieros como Gavekal Research, de Hong-Kong, hablan del «turismo de venganza», haciendo referencia a los millones de turistas que, tras los confinamientos y restricciones del covid, quieren disfrutar del sol y el ocio al precio que sea. El turismo es «una suerte de petróleo para España que se vende a raudales».
Comentaba en artículos anteriores que este furor viajero, que abarrota ciudades, bares, restaurantes, festivales y demás tenía tintes sintomáticos más allá de la razonable necesidad de ocio, y que la explicación estaba en una reacción psíquica reactiva frente a la angustia generada por las restricciones del covid, que nos confrontó con la Realidad —con mayúsculas— y nos hizo vivir algo tan impensable como no podernos mover. A partir de esa experiencia, mucha gente siente la necesidad de vivir como si no hubiera un mañana y es precisamente en esa respuesta donde está el peligro.
Un peligro que consiste no solo en la ley de Newton que afirma que todo lo que sube baja, sino en que este subidón tiene consecuencias negativas más allá de la bonanza económica que procura a corto plazo.
La gallina de los huevos de oro que supone el actual turismo de venganza para la economía conlleva un deterioro del entorno tanto rural como urbano; los centros históricos están colapsados; sus aborígenes, desplazados a la periferia, sustituidos por usuarios de pisos turísticos que acaban arrebatando el alma de las ciudades históricas, convirtiéndolas en un decorado uniforme de tiendas de souvenirs y multinacionales.
Los lugares más bellos de nuestras costas se llenan de gente y desperdicios que sirven de pictogramas para los millones de selfis de la gente en posturas cada vez más impostadas y rocambolescas.
Ya tarda la legislación que ponga coto y racionalice estas invasiones masivas que socavan identidades, deterioran y uniformizan espacios.
En el Reino Unido se promociona Galicia como un lugar maravilloso y virgen por descubrir, donde se come barato y bien, con agua a raudales y gentes hospitalarias. Un reclamo amenazante del que hasta hace poco nos salvaba el mal tiempo, pero el cambio climático está dinamitando esta defensa, con lo que es de esperar un desembarco masivo.
Aún tenemos la posibilidad de ser creativos en proteger esta tierra, implementando mecanismos que nos salven de la invasión; de establecer alguna suerte de turistas clausus que frene la avalancha y ponga coto a este desvarío.
El turismo de venganza será muy rentable, pero llevará a la venganza del turismo por parte de una tierra saturada que nos volverá a enclaustrar.
Hagan algo y háganlo ya.
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