La prerrogativa de convocar elecciones anticipadas cuando más convenga es una de las ventajas con las que cuenta un gobierno en ejercicio. Pocos casos habrá más clamorosos de un mal uso de ese privilegio que el que acaba de hacer el primer ministro británico Rishi Sunak. No solo ha llamado a elecciones en el peor momento posible, también lo ha hecho de la peor manera posible: en el exterior del 10 de Downing Street, bajo un auténtico diluvio y sin paraguas, física y simbólicamente empapado, mientras de fondo sonaba, probablemente en el teléfono móvil de algún espectador hostil, el viejo himno electoral de sus rivales laboristas Things can only get better. La resignación se había acomodado ya en el Partido Conservador, con el convencimiento de que la ventaja de veinte puntos que les sacan los laboristas en las encuestas era insalvable, pero nadie entiende la prisa de Sunak en llegar al precipicio. Quienes se aventuran a encontrarle alguna lógica apuntan a la mejoría de la inflación este mes, pero se trata de un progreso tan leve que el Banco de Inglaterra no la ha considerado suficiente para recortar los tipos de interés y el público no la notará hasta que pasen meses. De hecho, los salarios reales llevan subiendo diez meses seguidos y eso no ha tenido el menor reflejo en las encuestas. El dinero no lo es todo, ni siquiera en política. Lo que se critica a los conservadores es su caos, sus bandazos y falta de convicción, y Sunak no ha hecho sino rubricarlo. Ahora solo queda ver si, tras catorce años en el poder, los conservadores se encaminan al desastre o a la catástrofe. El desastre serían unos 200 escaños. Por debajo de sesenta sería la catástrofe.
Para los laboristas, este es un partido que pueden ganar sin bajarse del autobús, y de hecho son conscientes de que les conviene permanecer en él con el cinturón puesto, por si acaso. Con un líder oportunista y poco querido entre las bases, el insulso sir Keir Starmer, y la constante tensión entre la facción radical del partido y una cúpula todavía traumatizada por las purgas internas que siguieron a la anterior dirección, los laboristas ponen toda su confianza en esa gran fuerza apolítica de la política que es la inercia de la opinión pública. También les favorece el hundimiento de los nacionalistas en Escocia, que desde hace una década venían privándoles de uno de sus principales graneros de voto. La única duda está en que en un sistema electoral como el británico una ventaja de veinte puntos puede ser una indicación muy clara de que se avecina una victoria arrolladora, pero no la garantiza. Es la última esperanza a la que se agarran los más ingenuos de entre los más optimistas de los conservadores: del mismo modo que nunca un partido ha remontado una desventaja de veinte puntos, es muy excepcional que otro partido arrebate tantos escaños de una sola vez. Pero ha ocurrido. Lo hizo Tony Blair en 1997. Fue en aquella campaña en la que se puso de moda el Things can only get better que sonaba el miércoles a espaldas de Sunak. «Las cosas solo pueden ir a mejor», significa. Evidentemente, no para Sunak.
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