Las Meninas, otra vez

OPINIÓN

19 may 2024 . Actualizado a las 05:00 h.

I.- Tristezas: 

En el artículo del pasado día 12, de delicatessen y comestibles, Pan y Arte, resultó, casi al final, que la alegría de la escritura era por la compañía de músicas, aunque con letras tristes, tristísimas, como las del duo Amistades peligrosas, el preferido. La cantante, Cristina del Valle, nació en Oviedo, siendo tal hecho una primera condición, sólo la primera, para ser del «Oviedín del alma». No basta ser, ni siquiera, de pedanía ni de pueblo próximo. Y créame, lector o lectora, que decir tal verdad, es por un noséqué imperativo, lamentando los dolores que eso ha de provocar a tanto aspirante, que hace lo mismo, incluso menos, que los del «Oviedín del alma», para ser y estar (incluso ser aficionado al Bel canto), pero sin conseguirlo, con resultado imposible.  

Esta vez, excepcionalmente, no estoy para músicas. Estoy triste, y no acepto lo de las teorías literarias que dicen que el escritor, para ser un buen tal, ha de estar deprimido. En eso, también y una vez más, «llevo la contraria», pues sólo puedo escribir estando en jolgorio o en alegría, mirando al cielo, como los periquitos multicolores, pues la depresión por los lutos de pérdida de personas próximas, me hunde y sólo miro a los infiernos, siéndome difícil escribir en esa posición de «tortícolis». 

Y regreso ya del Tanatorio de allí arriba; escribo con esfuerzo. ¡Qué pequeño, casi inexistente, era San Salvador entonces, cuando, para ir a Castilla, se subía por las cuestas de San Lázaro y de San Esteban de las Cruces, y sin Arenales enormes como los de ahora, despidiéndose los duelos en Arzobispo Guisasola…! 

II.- Las meninas en Venecia:

Me gustan los colores, todos, también el negro, pareja de hecho con el blanco, ambos elegantes y de duelo. Prefiero el negro para visitar Venecia. Si hay algo, genuinamente veneciano, son las góndolas, de lujo barroco, que son negras, como las gatas venecianas de angora de mucha clase. Dicen que Casanova, para seducir, se vestía de negro y que el disfraz preferido el Martes de Carnaval en el Canal fue una careta blanca, como toca de monja paulina, casi mariposas, y con una capa negra, como fraile dominico escondiendo el Rosario, casi fantasma. Sería bobada escribir de todo eso, de lo veneciano, cuando Byron, Chateaubriand, Goethe, Mann, Proust y Stendhal ya escribieron tantas maravillas. Dieron fe de que las aguas negras de Venecia son las tintas de las plumas chinas de tanto artista y escritor.  

Recuerdo ahora, en este mi luto, las negras góndolas que, como pájaros en celo, subiendo y bajando sus afilados picos, «surfeando» el oleaje y chapoteando aguas entre nieblas, trasportan cadáveres hasta el cementerio de la Isla de San Michele, después del rito funerario en la basílica de enfrente, la de los Santos Apóstoles Juan y Pablo. Leí que en el entierro de Diághilev, el de los Ballets rusos y cristiano ortodoxo como el también ruso Stravinski, en la negra góndola fúnebre con el féretro que trasportaba sus restos, Cocó Chanel hacia aspavientos, en la proa, tapada con una bata blanca. Wagner, que murió también en Venecia, sus restos fueron trasladados en góndola, no hasta el Cementerio de San Michele, sino hasta la Estación de Ferrocarril veneciana, llegando por vía férrea hasta Bayreuth (Alemania), lugar del enterramiento.  

Me pareció bien que hasta allí, a la Serenísima, lugar esplendoroso de Cultura y arte, llegara hace días, con ocasión de la Bienal, el valenciano Manolo Valdés, cargado con varias y pesadas Meninas, no todas, sólo con 13, que tan rico y afamado le hicieron. Este artista es de un frenesí frenético, de exaltación apasionada muy elogiable, por ser de edad tan avanzada, pues es de 1942.

De él ya escribí en el artículo aquí publicado, el 17 de marzo de este mismo año, y ello con la ocasión remota de haber sido el escultor también de los tres «caballitos» que fueron de la Extinta, o sea, de la Caja de Ahorros de Asturias, lamentablemente extinta, y también de la numerosa colección de Meninas, que llenaron el Paseo de los Álamos, mirando a Uría, en el Campo de San Francisco, en Oviedo, en el otoño del 2005. 

Y si esa fue la ocasión remota, la próxima fue la magnífica exposición que tuvo lugar en febrero de este año, en la Opera Gallery (Madrid), conjunto sensacional de pinturas y esculturas, con fascinación a base de luces, los colores y formas, triple exigencia para que el arte «salga». Y a la Galería de Madrid fui para ver, placer de ojos. Que al periódico El País no le gustase la Exposición, llamada Allegro, no tiene importancia.  

Parece ser que las trece Meninas, colocadas en fila, en La Piazzetta veneciana, no armonizaron con el edificio de su derecha, el llamado Palacio Ducal, lugar en el que mucho antes de Maquiavelo, nacido en el S. XV, ya se practicaron las mayores fechorías políticas imaginables: «razones y crímenes de Estado». Piazzetta que parte de las dos impresionantes columnas graníticas, cerca del Gran Canal, con recorrido hasta el pórtico de la Basílica de San Marcos con sus alados leones. 

Y es que la Serenísima, hasta que llegó Napoleón, fue una República en la que se cortaron muchas cabezas. Nuestras Meninas siempre fueron muy monárquicas, y monárquicas nada menos que de ese Rey tan monárquico que fue Felipe IV, el nieto de Felipe II. Los Borbones, por franceses y no austríacos, siempre fueron menos monárquicos. ¡Mucho menos, pues se han dado casos excepcionales de Borbones que se marcharon ellos solitos, sin necesidad de echarlos o «largarlos»!

Tal alarde monárquico en una ciudad de tradición republicana no gustó, poniendo los venecianos el grito en el cielo, llegando a pensar que las Meninas eran contenedores de basura, y protestando por la ocupación de ese espacio público que es la Piazzetta, siendo de mucho debate la invasión de espacios públicos para fines privados. Aquí, menos susceptibles y más groseros en eso no se cayó. Y parece que los venecianos, de las Meninas lo ignoraban todo: de Velázquez, de su cuadro, de las dos Meninas (Agustina de Sarmiento e Isabel de Velasco), de la Infanta Margarita, y de la Reina Mariana de Austria, esposa de Felipe IV. 

En estas estaba, cuando mi librero Valentín, amigo de Luciano el de Matadero Uno, en Oviedo, me enseñó el libro Delante de Las Meninas, del que es autor Emilio Cendón, recién llegado a estantes. Un libro curioso ciertamente, pues, por una parte, la editorial se denomina «Caniche» y está domiciliada en un sótano de un bilbaíno edificio; por otra parte, después del índice y antes del Preludio, tiene lo que se denomina «Instrucciones de uso», que son cinco, sonando eso, lo de instrucciones de uso, a otra cosa, como medicamente o máquina, no a libro. Me interesó la primera (1ª) y la última (5ª). En la primera se dice: «Este libro está concebido con mentalidad artística y contiene ideas estrictamente artísticas», añadiendo después: «Este libro versa sobre pintura, y las cosas de pintura hay que verlas en cada cuadro». 

Y la última, que es la cinco, es más sorprendente e imperativa: «No lean el libro de una tirada. Traten de leer cada capítulo completo, y, al terminarlo, tomen un café, frieguen los platos o vayan a darse un chapuzón, pero paren al final de cada capítulo, aunque sea solo un rato, dejen que repose, lo agradecerán».

El Preludio concluye con la afirmación del autor de que el libro pretende ser una puerta de entrada a Las meninas, que ha resultado ser también la entrada a todo Velázquez, al resto de su obra y a su vida. El Preludio comienza con la declaración del autor de que su investigación necesitó de dedicación durante seis años, descubriendo cómo funciona el cuadro de Las meninas y por qué sigue siendo tan importante hoy.  

Ya en la primera parte, el autor analiza las incógnitas del cuadro, sus secretos y misterios, desde la enigmática presencia de los reyes fuera del cuadro, hasta el lugar al que se dirigen las miradas de los personajes; la importancia del espejo al fondo, la paleta del pintor, o la ostentación por el bigotudo artista (Velázquez) del «lagarto rojo», que acredita su pertenencia a la Orden Militar de Santiago, el Patrón de España y olé. ¡Visca el Barça, Majestad! Y todo concluye con una interesante y completa relación de «Lecturas recomendadas», a las que se habrán de añadir los diversos trabajos sobre el pintor y sus cuadros publicados en los «culturales» de los principales periódicos españoles, como el de La Razón, de 4 de junio de 1999, titulado Velázquez 400 años.  

III.- Berta Piñán:

En el artículo de 4 de febrero de este mismo año, titulado Noticia bomba, el Goya y lo de Unicaja, se escribió lo siguiente: 

1º: «El caso es que los asturianos, de manera permanente, en beneficio del madrileño Museo del Prado, museo estatal, dejamos de tener en La Quinta de Selgas, dicho cuadro de Goya (Aníbal vencedor). Y ello por decisión del ministro anterior, Iceta, el de los bailes».

2º: «Es natural que el anterior ministro de Cultura, Iceta, casi horas antes de cesar, ordenase al Protectorado de las Fundaciones dar por cerrado y «validada» la venta por el Patronato de la Fundación Selgas-Fagalde del cuadro Aníbal vencedor. Al parecer dijo el ministro: «Que se cierre el expediente; que se dé carpetazo al asunto»; eso es muy natural, pues qué más iba a pretender un ministro de Cultura que un cuadro, sobre todo si es de Goya, se quede definitivamente en el Museo del Prado, arrebatado de Asturias, pareciendo que el primer «protectorado», lo protegible, es el de los grandes museos nacionales y/o estatales, frente a los secundarios museos regionales, casi de pueblo».

3º: «Tampoco es natural la pasividad asturiana, pues sigue sin saberse si la venta del cuadro de Goya, fue legal o no, y eso sólo lo pueden decidir de manera definitiva, no la Administración, sino los Jueces. La posición del Ministerio de Cultura es comprensible, ya lo dije, pero lo de Asturias es incomprensible. Pues, frente a la vía administrativa, está la judicial, y de esta nada quieren saber». 

Lo anterior viene a propósito de doña Berta Piñán, que está de actualidad por un nuevo poemario. Interesa señalar que dejo aparcada lo la pluma bífida, la de la tinta amarilla, que es, como todo lo amarillo (salvo el trigo, la corneta de Correos y los limones), el color de los demonios, de los venenos, de los traidores y hasta de las hojas que caen de los árboles en el otoño. Y cojo la pluma, la de la tinta azul, que, como dice el gran especialista en colores, historiador y antropólogo Michel Pastoureau, es el color (azul) el favorito de los europeos y también el de los mantos de las Vírgenes Inmaculadas. 

Doña Berta, según dijo Babelia, la principal, es la gran poeta y de lo asturiano en asturiano. Todo han de ser, pues, parabienes y chascarrillos de amor a ella por ser artista de la palabra, ahora con Argayu, aunque a tristeza suene lo de «la culpa y la redención». Y por artista merece felicitaciones doña Berta, habiendo rozado la Política con la alta carga de lo de Cultura de 2019 a 2023, aquí, en este rincón, que es un rinconín de la superficie terrestre. 

Y lo pasó tan mal ella con lo de las Fundaciones (que de benéficas no tienen nada, teniendo más de lo otro, su opuesto), que no quiso continuar, habiendo marchado muy buen, pues tuvo donde ir. Y como ella es artista, arte e ingenuidad suelen matrimoniar, no cayó en la cuenta, un ligero despiste, que una representante de lo público jamás debió conferir su representación a un privatus, al presidente de una Fundación, en este caso la Selgas-Fagalde. Y por tal error el cuadro Aníbal vencedor de Goya está hoy en el Museo del Prado y no en Asturias, la de la «Patria querida»

Y es que a lo de la Cultura autonómica y las Fundaciones culturales es muy aplicable lo del Argayu, que, según Babelia, es la palabra en asturiano que se refiere a los derrumbes que, con frecuencia, suceden sobre las carreteras en las laderas de los montes. 

IV.- Carlos Saura, cineasta, Goya y Las Meninas: 

Quedaría todo manco o cojo, manquedad cervantina o cojera cojuela, sin recordar al cineasta Carlos Saura, al que El Cultural de la última semana de noviembre de 2023 (número especial) dedica una página Cuentos de amor y muerte, recordando que una obra principal suya fue Goya en Burdeos (1999), y pintor que también descubrió Las Meninas de Velázquez. Según Saura, cineasta, Goya fue apoteosis de creador, y Las meninas fueron apoteosis de creación. 

Y de los colores, esencia del Arte, indefinible como todo lo importante y trascendente, que es combinado de inteligencia y de sentimientos o de sensaciones, escribiremos otro día, pues hoy apenas lo hicimos del negro, el amarillo y el azul. 

En uno de los libros sobre los colores, de Michel Pastoureau, se escribe: «El arte, la pintura, la decoración, la arquitectura, la publicidad, nuestros productos de consumo, nuestros vestidos, nuestros coches, todo es regido por este código no escrito».