I.- Más del Libro:
El libro de la RAE dice que cuesta es un terreno en pendiente, de subir o bajar, que llegó al vulgar lenguaje desde el elegante latín que significó costa, costilla, costanilla y costado. Y ahí dejo por ahora lo de las cuestas, señalando que ese libro maravilloso, el de la RAE, explica el origen de las palabras, todas como divinas, pues lo divino pudiera ser creación humana. Si primero fue la ciudad de Byblos, donde los fenicios tuvieron su mayor depósito de papel de papiros, luego fue la Biblia donde Dios dijo a los judíos como era ÉL: Dios sólo de los suyos y no de los otros. Y ahora, lo último es ese Libro titulado Un siglo de Mecenazgo. Colección Caja de Asturias.
Este libro es de gran valor probatorio según dicen los penalistas y peritos, pues en él, Menéndez, confiesa que la Colección de la extinta estaba compuesta de «Cerca de cuatro mil piezas» y añade más adelante, «abarcando su ámbito temático todas las artes plásticas asturianas del siglo XX —pintura, escultura, dibujo, fotografía y obra gráfica—».
Un Cuesta, don Francisco Crabiffosse, de mucho más ser y estar que lo de director artístico de eso gijonés y nada «gijonudo» que es lo de Orto y Ocaso, con escasos vidrios y menos lozas, «matizó» a Menéndez. Don Francisco, en el Libro, escribió: «Unos fondos, los de la Caja de Ahorros, que en la actualidad alcanzan cerca de CINCO MIL PIEZAS DE PINTURA, ESCULTURA, DIBUJO, GRABADO, FOTOGRAFÍA Y ARTES DECORATIVAS».
Todo eso, me susurran, que ya es sabido, pues antes fue escrito, a lo que respondo, que lo importante hay que repetirlo, no una, sino muchas veces, pues, para lo que se quiere, si es inconfesable, hay malas, muy malas entendederas. Y Barbón, como el paraguas de Mary Poppins, cada vez es más gafe ¿Quién aconsejó a Pedro Sánchez venir a Asturias hace unos días y abrazar al gafe? La desgracia acecha y cada vez es más prieta, quedando únicamente rascarse, siendo sabido que ese frotar mitiga el sarpullido y los picores.
Añado que el Libro, el de La Colección del Mecenazgo, además de la selección de pinturas indicadas en el artículo anterior, contiene fotografías de diez esculturas, seis sabiamente comentadas por F. Crabiffosse y cuatro comentadas, con el mismo adverbio de modo, por Javier Barón.
En relación a la escultura Hito III, de Joaquín Rubio Camín, escribe Crabiffosse: «La Caja de Asturias reúne en su colección una serie de piezas muy significativas de su trayectoria como escultor». Y de la escultura de Roberto Matta, Le Subiteur, escribe Javier Barón: «La obra, de 1991, fue adquirida por la Caja de Asturias con motivo de su exposición al año siguiente en Oviedo, después de habérsele concedido a su autor el Premio Príncipe de Asturias».
¿Dónde están, damas y caballeros de la Fundación CajAstur, incluidos empleados y/o jubilados de la extinta Caja de Ahorros, nombrados todos y todas por el dedazo? ¡Explíquense!
II.- Subiendo al Prao Picón para llegar al Seminario. Explicaciones previas:
Este II y el anterior (el I), están relacionados. Por una parte, el Prao Picón está «vinculado» a los Cuesta. El más importante, don Francisco Crabiffosse, importantísimo en Un siglo de Mecenazgo, apellidado Cuesta de segundo, fue nieto de don Manuel Cuesta, natural de Llanera, propietario que fue del Prao Picón por compra terrenal a la Iglesia católica al regresar de Chile. Don Francisco fue también sobrino de doña Etelvina Cuesta, hija de don Manuel, la cual vivió en otro tiempo, según me contó, en un chalet en ese Prao, casi monte, donde luego viviría Castelao con esposa e hija, que es hoy lugar de rezos, oratorios y disciplinas para las llamadas, anteriormente, las «del bello sexo».
Aquella relación también viene, por otra parte, a causa de la llamada Casa Rosa, lugar mágico, donde Pérez Jiménez, padre de Pepe y Mari Pérez Montero, pintó lienzos, unos más pequeños y otros más grandes, que, por indiferencia y un cierto desprecio, acabaron, los más grandes en el Museo de Bellas Artes de Badajoz, tierra natal del artista venido a Oviedo. Y es que tal desdén, me recuerda al tan actual, de hoy mismo, sobre la Colección Caja de Asturias.
De todo lo del anterior párrafo, sé tanto y tanto, que no sé por dónde empezar. Y dejo aparte, lo del otro Cuesta, principal aquél y accesorio éste, que es concejal de Urbanismo de Oviedo, el de las licencias para entendernos, que no es moco de pavo, con raíces en Grado, tierra de flores, de varones y de barones, y «ex jefazo» de Ciudadanos para insidias de Caunedo, don Agustín I., el defenestrado del PP.
III.- Camino de arriba:
Subir hasta allí, el denominado Monte Tabor de Oviedo, aunque sin Transfiguración (lugar antes de seminaristas a cientos, con sotanas negras, fajines azules y bonetes con borla azul, repartiendo estampitas de santos) podía y puede hacerse de varias maneras, topándose, en cualquiera de las vías, con muchos clérigos. Dos maneras principales de subir:
a.- Por la escalera infinita que parte de la Plaza de San Miguel. Por ella subían clérigos tan destacados y prometedores como los jóvenes curas, Paquín y Novalín, de pueblo ambos, de Ferroñes y de Nava, respectivamente, y no, por eso mismo, del «Oviedín del alma», aunque terminados en «in» aquéllos, un «in» tan del «Oviedin». El primero, Paquín, por haber cuidado a un arzobispo al que se «fue la cabeza» (Lauzurica) —así se decía de los desmemoriados— llegó a ser Eminencia por cardenal, con enterramiento de postín en la Catedral de Toledo, primada de las Españas. El segundo, Novalín, por ser muy listo y con honduras de sabio, incluso jovellanista, no pasó de Reverendo o Monseñor, y eso que trabajó en Roma, estando sus restos, no en Iglesia o Catedral, sino en cementerio de pueblo. Cosas de la Ecclesiam suam, que escribiera Pablo VI...
b.- También se podía subir por la calle de Sacramento, girando arriba a la izquierda, bordeando lo de Castelao, teniendo enfrente las potentes antenas de un «chalet» de espías del cuerpo de Transmisiones militares, vecino de las Aguadé solteras. Esa calle, la de Sacramento, no asfaltada, sino de mucho barro, con postes de palo para sostener cables de luz, a la derecha subiendo había una fábrica de caramelos y a la izquierda Manzanares guardaba su tesoro (El Tabularium). Entre lecheras y pollinos transitaban canónigos, como don Martín, de Grado (los llamados Martín solían ser de Grado), o beneficiados catedralicios, como don Gonzalo, de Toro (Zamora), como el vino gordo o los churros de la churrera «La Toresana».
A mí lo de los beneficiados, sin derecho a coro, y los canónigos catedralicios, siempre en coro, tan diferentes, en saberes y sueldos principalmente, siempre me interesó. De eso conversé mucho con don José Franco, paseando ambos cerca del portal de su casa en la calle Jovellanos, el cual, habiendo sido beneficiado, pasó luego a canónigo, sin opositar teologías ni misterios trinitarios como don Eliseo Gallo, y que, congestionado, portó reliquias santas en traslado a la Cámara Santa en la Catedral de El Salvador.
A mí, las escaleras, las de la letra a), siempre me recordaron las romanas, que partiendo de la Piazza di Spagna, siempre Inmaculada, subiendo al cielo, llegan a la Trinità dei Monti, llamada con más propiedad la iglesia de la Santissima Trinità al Monte Pincio. Curiosamente por esas romanas escaleras, subió Byron, lord inglés, feo, poeta y cojo, para visitar a su compatriota, también poeta, John Keats, muy triste y deprimido por los cuernos que le ponía su amante, la bella Paolina Borghese, hija de Leticia Bonaparte. ¡Qué torpeza liarse con una Borghese con la fama que tenían…! Para mayor coincidencia con lo del Prao Picón, J. Keats vivía, junto a la escalera de camino a la iglesia, en una casita denominada La Cassina Rossa.
IV.- Y llega lo de doña Etelvina Cuesta:
Escribí varios artículos dedicados a la Casa Rosa y a sus moradores, José y Mari Pérez Montero, amigos míos muy apreciados y recordados, tan buenos que los veía con alas como los ángeles. En primer lugar, los visité en su Casa Rosa del Prao Picón, y que, más tarde, en el verano de 1994, me devolvieron la visita, viniendo a mi casa en la aldea, cerca de Gijón. Por esos artículos, Doña Etelvina Cuesta, me escribió una extensa carta que guardo con respeto, fechada el 24 de julio de 2012, aunque, por error, pone el año de 1912. Comenzó doña Etelvina la escritura maravillosa a máquina, primero con tinta azul, luego con tinta roja, y ya sin tinta, manuscribiendo el resto del texto. Me apresuré, llamando al teléfono indicado, para saludarla con mucho gusto, visitándola, en su piso en la calle Mendizábal, casi enfrente de El Filarmónica, una tarde del verano del año 2012.
Tuve muy en cuenta, en mi conversación con doña Etelvina, la lectura que yo había hecho años atrás del artículo Al final de la escalera, que su sobrino Francisco Crabiffosse Cuesta, escribió el 14 de enero de 1996, en el periódico La Nueva España, recordando a José Pérez Montero, que había fallecido días antes, compartiendo la tristeza.
Escribió Crabifosse, en su artículo, de José Pérez Montero, y también de su abuelo. Entre documentos, escribe don Francisco: «Encuentro algunos referentes a la construcción de la escalera de Prao Picón, que articulaba lateralmente una de las zonas de la Colonia Montealegre, una plasmación de las modernas corrientes urbanizadoras y arquitectónicas». Y añade el crítico de arte: «Muchas veces he pensado que esa escalera simbolizaba perfectamente la historia personal de mi abuelo».
V.- La Casa Rosa:
De la Casa Rosa, de muchas escaleras y esquinas, de los Pérez Montero, ahora con carteles de sospecha en verjas azules de «Estudio de Arquitectura», Crabiffosse escribió en su artículo: «Pérez Jiménez diseñó la casa familiar, una arquitectura eclécticamente moderna que combinaba elementos racionalistas e historicistas, dándole un carácter absolutamente personal». Yo, mucho más torpe, de esa Casa, escribí: «Un edificio esdrújulo, neogótico, barroco y mesopotámico como una torreta de Babel, con un aparato para espantar rayos, truenos y centellas, con potencia de alambre, que parece un pelo tieso en campo pelado o calvo».
Estoy de acuerdo con los elogios fúnebres, y me limito con mucho cuidado a añadir, como apostilla «cojonera», que en el cuadro al que se refiere Crabiffosse, en el que Pérez Montero aparece sentado en una terraza, con un libro abierto, se puede leer, tal como vi: Anuario de Derecho Internacional. Un cuadro que está en el Museo de Bellas Artes de Oviedo, así como el cuadro de Mari tocando el piano.
Cuando en el año 1980 estuve en la Casa Rosa, Mari me enseñó un imponente cuadro, de grandes dimensiones, de su padre, que ocupaba todo el salón de la planta segunda, como de vidrieras y de cristales esmerilados y de colores: un cuadro de monjitas de ancianitos «desamparados», de ancianos pobres, una luz con la que se iluminaba el cuadro desde sus faroles. Todo el lienzo muy real del cercano convento y residencia de esas monjitas en la Calle González Besada, antes de vender el solar a los de procedencia maragata (Las Adoratrices hicieron lo mismo).
Con pena, me advirtieron Pepe y Mari, acerca del poco interés en Asturias por esa obra. Y es que el «poco interés» de Asturias por los Pérez Montero y sus importantes propiedades, en muebles e inmuebles, supuso un grave quebranto para el patrimonio de los asturianos, pues aquí tampoco quedó la imponente biblioteca de ambos, de Pepe y Mari. Y bajamos luego al jardín, admirando el pequeño Belvedere, de forma geométrica, un estanque octógono y con surtidor, al que dos sauces llorones y grandes, cortejaban desde sus alturas. Eso sauces traían los rayos y truenos, y el pararayos, en el tejado picudo de la Casa Rosa, los espantaba.
Doña Etelvina me contó detalles del proceso de compraventa de los terrenos del Paro Picón al entonces Obispado, su dueño; del proceso urbanizador a base de los dineros traídos de Chile por don Manuel Cuesta; de la Guerra Civil y de sus terribles efectos en el Prao Picón; de sus sobrinos, los Crabiffosse, muy tranquilos y nada explosivos, más de Llanera que de La Unión de La Manjoya.
Pepe, siempre barroco, según su hermana, tenía, como todos, sus cosas. Era muy de taquigrafía y de barroquismos literarios, lo que le hacía cercano al Doctor Pickwick, el de Dickens. Era muy del reenvío, según el profesor Maridakis, técnica de Derecho Internacional para resolver los conflictos de leyes. Los llegados a Oviedo de Puerto Rico, Estado Libre y Asociado y de la Unión, eran preferidos. Fue mi profesor de Derecho Político II en la Facultad de Derecho, explicando Derecho Constitucional Comparado, siguiendo el manual de don Manuel García Pelayo, habiendo escrito, en el periódico de Falange, artículos corpulentos sobre la Ley Orgánica del Estado de 1967.
Y fue partidario convencido, como otros muchos ovetenses, de las bondades de aquel bálsamo, a base de jaleas reales, del genial y químico, don Lucas Rodríguez Pire, que, con la denominación de Menem, arrasó en el mercado.
VI.- Torrijas en Carnaval:
No hace mucho, en los pasados Carnavales, comí torrijas de merienda en compañía de amigos, Pipi y Chichi, del «Oviedín del alma», en la Cafetería-Confitería La Mallor, sin «quina» de ninguna clase, ni la amarilla.
—Pire, en aquel tiempo, me dijo Pipi, salía más en el periódico que Canteli ahora. «¿Por qué será lo de ahora?», preguntó.
—Y tú, Ángel, ¿no tienes preguntas a hacer?
—Respondí con indiferencia: «Sólo pregunto lo que no sé».
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