«Sánchez es el puto amo»

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El presidente del gobierno, Pedro Sánchez, y el ministro de Transportes, Oscar Puente, en una imagen de archivo
El presidente del gobierno, Pedro Sánchez, y el ministro de Transportes, Oscar Puente, en una imagen de archivo RODRIGO JIMÉNEZ | EFE

29 abr 2024 . Actualizado a las 17:47 h.

Es célebre, entre quienes nos dedicamos al estudio del derecho, una reflexión del jurista alemán Julius von Kirchmann (1802-1884), quien proclamó que una norma del legislador convierte bibliotecas jurídicas enteras en basura. La idea, sin duda exagerada, pues el derecho suele cambiar de forma más serena, podría describir en todo caso lo que ocurrió este lunes, tras la comparecencia a media mañana del presidente del Gobierno anunciando que ¡yo sigo! Aunque muchos lo habíamos pronosticado cuando Sánchez comunicó su esperpéntico retiro, esa decisión ha convertido en basura docenas de miles de especulaciones sobre el qué iba a hacer y sus porqués.

El filósofo franciscano Guillermo de Ockham formuló en el siglo XIV un principio conocido como la navaja de Ockham, según el cual «siendo iguales las condiciones de partida, la explicación más sencilla de un problema resulta ser en general la más probable». Por eso, conociendo al personaje, no era difícil atinar dónde iba a desembocar la presunta reflexión de Pedro Sánchez, pues su decisión no podía ser sino coherente con su historia. Es verdad que el sentimentalismo populista de la carta del presidente causó entre los dirigentes de su partido auténticos estragos, con ministros entregados al más desatado frenesí. Muchos descubrirían este lunes, ¡con cinco días de retraso!, el espantoso ridículo que les ha hecho hacer su presidente. Insuperable, claro, el ministro de Transportes, que quiso colocarse al frente de la procesión de los halagos como su ya célebre «Sánchez es el puto amo». De que lo es entre los suyos no cabe duda: ellos sabrán si eso es lo que quieren.

De momento, ha alcanzado Sánchez parte de los objetivos de una performance tan obscena como insólita: reducir el PSOE a cero negativo, asustar a sus socios separatistas (sobre todo a los que aún están pendientes de su amnistía) y dejarle claro a Sumar que sin él no serían nada.

Por fortuna, es mucho más dudoso, sin embargo, que Sánchez vaya a hacerse con la otra parte del botín que pretendía. Y digo por fortuna, porque, de conseguirlo, su movimiento estratégico supondría un golpe gravísimo al orden constitucional. Con la fingida operación de renuncia, justificada por Sánchez en su supuesta incapacidad para soportar la ruptura de las reglas de juego limpio —¡una ruptura de la que él, antes y más que nadie, es responsable!—, el objetivo declarado del líder del PSOE ha sido someter de una vez a las dos únicas fuerzas que aún se le resisten: la oposición política y los jueces.

Siendo muy grave el hecho de que la segunda autoridad del Estado aspire, pro domo sua, a limitar la capacidad de actuación de dos de los elementos esenciales de cualquier Estado democrático de derecho, lo es más, si cabe, el seguidismo de todos aquellos que, empezando por el PSOE, han asumido, sin rechistar, un populismo peligrosísimo que divide a la sociedad en «los buenos» (todos los que están con el Gobierno) y «los malos» (todos los que están en contra). Una división que ha señalado siempre el principio del fin de una democracia.