Defiende Supernanny su misión de «acompañar a las familias en el reto de criar y educar a los hijos». Muchos pagarían por tener en el día a día una compañía semejante y eso es lo que, según sostienen, justifica su servicio público y el salto del programa a TVE. Cuando el formato empezó a emitirse en España en Cuatro, hace 18 años, los progenitores que pedían socorro en la pantalla se convirtieron para algunos en un espejo en el que mirarse. La calma y la seguridad que transmitía la psicóloga Rocío Ramos-Paúl ante los conflictos más espinosos se transformó en la meta vital de mamás y papás que necesitaban enderezar a la prole.
Aquella asesoría tenía un peaje. Para que padres y espectadores pudieran aprender trucos con los que pilotar su propia nave, era preciso mostrar en televisión a los chavales en su apogeo de descontrol y anarquía. A pesar de que en sus primeras temporadas no existían los teléfonos inteligentes capaces de multiplicar vídeos en segundos, los críos más conflictivos del espacio siguen reverberando años después en el eco de las redes sociales. Hoy la sensibilidad hacia la protección de los menores es muy distinta y por eso hay voces que claman por mandar a Supernanny al rincón de pensar, para buscar fórmulas en las que ayudar a los padres no implique estigmatizar públicamente a quienes son solo niños. Ni influencers ejemplares ni demonios incorregibles.
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