I.- De entrada
Los judíos llaman La Biblia y los cristianos distinguen entre el Antiguo y el Nuevo Testamento. Para nosotros, los asturianos, que podemos ser judíos, cristianos y moros a pesar de Pelayo, el Libro, el nuestro, se titula Un siglo de Mecenazgo, editado por la que fue Caja de Asturias. Por estar extinta no se sabe si está la Caja en el Paraíso, en el Purgatorio o en el Infierno, en una o en las tres «estancias» a la vez, en que se divide la Comedia de Dante, quitando lo de Divina, pues ese adjetivo fue ajeno al toscano Alighieri, su autor. La cosa es complicada, pues el Paraíso dantesco se divide en nueve cielos, con ríos de leche y miel; el Infierno se divide en nueve círculos y el Purgatorio tiene nueve partes: el ante/purgatorio, siete cornisas y el paraíso terrestre.
Entre la Biblia Santa y el nuestro tan pecador, los griegos escribieron el suyo, que lo empieza de la siguiente manera el ciego Homero, que tanto recuerda al asturiano: «¡Háblame, oh Musa, del hombre de múltiples tretas!». Y llamaron a Ulises el politropos, o el hombre de múltiples tretas, que hasta puso en su sitio a Penélope, entre tantos pretendientes.
La versión última (2020) de La Odisea, de Samuel Butler, ilustrada por Calpurnio empieza de manera más expresiva: «¡Háblame, oh Musa, de ese ingenioso héroe que viajó de aquí para allá después de saquear la famosa ciudad de Troya!».
Los autores de nuestro Libro, el de la Colección de Caja de Asturias, no son toscanos como el Dante, aunque si de procedencia explosiva y «riotintera». Por estar aún vivos, lo del sitio que ocuparán luego, mortis-causa, no está decidido aún.
Menéndez, sempiterno presidente de la Caja de Asturias, firmó una contundente introducción, a la que nos referimos en el artículo anterior, el de «Los mecenas», acaso sin saber bien las consecuencias de lo que firmaba. Don Francisco Crabiffosse escribe palabras sentidas e ilustradas, entrañables. Añado ahora que el sabio don Javier Barón, el del Prado, nos llena de orgullo escribiendo, casi como fedatario, acerca del Arte asturiano, como para poner en aprieto a los asturianos mismos.
Un siglo de Mecenazgo (Colección Caja de Asturias) es un libro sensual y sexual, pues es de esos que hay que tener entre manos y también entre piernas; es de mucho peso. Además, es de esos que, para leerlos bien, de manera aprovechada, como escribiera Ramón Gómez, hay que colocar, previamente, preservativos y bragueros. Y desde luego, jamás o nunca, en caso de incendio, llamar a los bomberos aún en caso de cien fuegos, que, por tantas mangueras y movidas, lo ponen todo perdido, con charcos, por causa de los líquidos vertidos.
De ese Libro ya escribimos y seguiremos escribiendo, pues da para mucho por su infinitud. Ahora, por escasos momentos, lo dejamos, y vamos a ese otro, de tamaño normal, que se titula La crítica literaria en los noventa, del que dice su Editora, La uÑa RoTa, que la primera edición es de marzo de 2024.
Ese libro estaba en el escaparate de la Librería Matadero Uno, en la Plaza de Riego, en Oviedo, el martes 16 de abril a media tarde. Ya que el libro me estaba esperando, lo abracé con la intermediación del librero Luciano, el cual, como yo, aunque nacido en Oviedo, vive también en Gijón. Todo eso ocurrió minutos antes de ir a la Librería San Pablo, en la calle Magdalena, para comprar el librito Dignitas infinita, habiéndose publicado, Religión Digital, el domingo 21 de abril, el primer artículo. Luciano fue mi compañero en el autobús público durante años, cuando venía, casi en la madrugada desde Gijón, a trabajar a Oviedo, al TSJ asturiano (yo, no él).
Y recuerdo lo que me dijo una vez Juan Cueto: «Los mejores de Oviedo, tenlo claro Ángel, vivimos en Gijón».
La crítica literaria en los noventa reúne fragmentos de crítica literaria sobre cuatrocientos títulos, aproximadamente, publicados en los años noventa del siglo XX. Con el fin de no atentar a propiedades intelectuales, pues ya me aburre enloquecer a demandantes contestando demandas, escogeré tres, sólo tres, títulos a comentar. Diré que los escritores en las folclóricas presentaciones de sus obras, suelen quejarse de que los títulos los «ponen» los editores, no ellos; y añado que eso es afortunado, pues de la mayoría de los libros lo único interesante es el título. Así se comprenderá mi ausencia en las presentaciones de libros, sólo con alguna excepción.
1º título y libro: Guía farmacoterapéutica en atención primaria de Albacete (1995).
Ese título me permite hacer un reconocimiento a la literatura de prospectos de medicamentos, que van dentro de la cajita con las medicinas. Es una literatura minuciosa y muy preceptiva, aunque siempre acaba igual: «Consúltese a la farmacéutica».
Y es que lo de la Farmacia es profesión mayoritaria de mujeres, para holganza y satisfacción de sus cónyuges. Con escaso uso de razón por mi parte, la primera farmacéutica que conocí, en la Plaza del Ayuntamiento de Oviedo, fue doña Honorina, viuda de Castañón, que despachaba unos frascos, con polvos dentro, que, al contacto con el agua del grifo, es como si hirvieran. Era «Sal de frutas ENO», de mucha sal y poca fruta, empleado para desatascar empachos de tortillas.
Tiene toda la razón el crítico literario que se pregunta: ¿Acaso este tomo sobre terapia farmacológica regional, tan práctico, no es también un libro como otro cualquiera? Váyanse a la mierda, con tanta hipocresía: si es un libro, entonces ¡se puede reseñar!”
2º título y libro: José María Aznar: Un presidente para la modernidad (1996).
El crítico de ese libro dice: «Sorprende la ausencia del catalán en estas páginas, lengua de la que el político madrileño presumía en campaña de hablar mucho en la intimidad». Todo ya resulta muy pasado, pues no estamos en la «modernidad», sino, mucho más lejos, en la «posmodernidad». El caso es que tanto pasado y tan viejo, lo de Aznar, sin respetar vejez y lo del labio, el 7 de abril de 2024, en El País, Jordi Amat, que, por catalán, habla el catalán en la intimidad, titula así su columna en la pagina 17: Oligarquía y aznarismo. Doy fe que eso nada tiene que ver conmigo, que sólo me apellido parecido.
3º.- El bakalao no es un pescao (1995).
Los vascos, de eso, están convencidos, pues sus genuinos pescados son el besugo y el txangurro, como para los gallegos del Pulpo a Feira, el pulpo no es pescado. Diferente es el caso de los de Valderas, en León, para los que el bakalao es un pescado exquisito, aunque es de preparación muy de secano, de Tierra de Campos, como las sopas mismas en cazuelas de barro y a la lumbre: mucho pimentón, aceite, ajo y pan de hogaza.
El Canario, que así llaman al cocinero fetén en Valderas, dice que el bakalao lo trajeron los maragatos en camino desde Portugal a Astorga. El Gatito, otro hostelero de la localidad del Sur de León, dice que miau, miau, o sea, comer y callar, y eso mientras no lleguen, añade, los de Hacienda a verificar, siempre verificando, y que para evitar eso, El Gatito, felino él, está como escondido.
II.- Casi de salida
Una persona «al aparato», que así se llamaba antes el teléfono, me reprocha que en la parte III del artículo anterior, encabezada («Manolo Menéndez y el libro Un siglo de Mecenazgo, Colección Caja de Asturias»), hago preguntas pocas y a pocos. Que nada pregunte al otro Adrián, no al Barbón, sino a Pumares, el del Foro como también es la alcaldesa de Gijón. Y razón tiene mi comunicante, pues Pumares fue látigo en el lejano 2021, preguntando por Tierra y Aire, faltándole la Armada, sobre la Colección de Cajastur, y preguntando, en sede parlamentaria, a personas importantes, entre los que estaba la científica Adonina Tardón.
Ahora, el Pumares, y no el otro, el gafe, enseña fotos y habla de la «estrategia Pimpinela», la de los de Florín, Floro o Flor.
Otro comunicante me aconseja que pregunte a don Ovidio Zapico, que es consejero de esa consejería de competencias infinitas, llamada de «Ordenación del Territorio, Urbanismo, Vivienda y Derechos Ciudadanos». Y es que don Ovidio, antes hostelero, pasó a ser coordinador General de I.U. de Asturias, con la seguridad de que «hay alternativa» según se lee en su cartel de comunicación y propaganda, que es el mismo.
Y es que no sólo está lo de la Colección. Me dicen que hay que preguntar sobre las cerca de 4000 piezas de la Colección, según Menéndez, o cerca de las 5000 piezas de la Colección, según don Francisco Crabiffosse, sino preguntar también sobre esto otro de lo que ya escribió un periodista, Javier Cuartas, en el periódico:
«La integración por absorción de Liberbank en julio de 2021 supuso el trasvase al banco resultante de la fusión de las participaciones empresariales en la entidad asturiana. Se trata del 40% en Oppidum (el vehículo inversor compartido con el grupo Masaveu y que es titular del 7% de la multinacional portuguesa EDP, una de las mayores compañías por empleo y negocio en Asturias), el 29% de la Sociedad Regional de Promoción (SRP), el 11% de Capsa (filial de la Central Lechera Asturiana), el 33% del Imoma (Instituto de Medicina Oncológica y Molecular de Asturias, del que Masaveu tiene el 66%), el 39% de Hoasa (la sociedad dueña del hotel La Reconquista, de Oviedo y su edificio) y el 40% de la constructora Sedes, cuyo 60 % restante es propiedad del Principado».
Y sobre esto, pregunto a los de hoy y a los mismos del artículo anterior. ¿Dónde está el llamado por Menéndez «patrimonio común de los asturianos»? Quiero pensar que los «patronos» y las «matronas» de la Fundación Cajastur… allá ellos y ellas.
III.- Volviendo al Libro que también es nuestro
Crabiffosse escribe en Caja de Asturias, Patrocinio y Mecenazgo, sobre la importancia que tuvieron las exposiciones artísticas en las principales sedes de la Caja Ahorros de Asturias, que además de destacar la atención a la cultura, la llamada Obra Social y Cultural, revelaron una implicación sustancial de la Caja en la sociedad. Es la historia de la Colección, la de la misma Caja: en Oviedo, tanto en el edificio de la Plaza de la Catedral como en el de La Escandalera; en la Plaza de Carmen, en Gijón, destacando allí la labor del periodista Bastián Faro, al que tanto recuerdo; y en Avilés también, bajando por La Cámara desde El Parche.
Luego, en Arte español, europeo y americano en la Colección Caja de Asturias, escribe bien, no obstante ser director artístico de «Orto y Ocaso»: «La Colección de la Caja de Asturias es el resultado de una trayectoria expositiva que desde un principio manifestó su interés por abrirse a otros panoramas, intentando compaginar el seguimiento de lo más cercano, a través de muestras de carácter local, con la programación de aquellas exposiciones que permitiesen conocer fragmentariamente otras realidades».
Y para concluir, Crabiffosse y Barón comentan cuadros, unos setenta en total y más de treinta cada uno, incluidos en la Colección, comentarios admirables. Me interesó en particular el de Crabiffosse sobre el lienzo de Paulino Vicente «El Mozo» (página 112), recordando a su padre, bínubo, siempre con sombrero fino, viviendo primero en la calle Campomanes y luego en Pérez de la Sala, a cuyos domicilios me llevaban con frecuencia a tomar chocolate con picatostes.
Sentí emoción al leer en La Nueva España, 14 y 15 de marzo de 2010, la entrevista a Enrique Rodríguez Serrano, el otro hijo de Paulino Vicente, bajo el título: «Recuerdos de un ovetense infrecuente».
Y me atrajo el comentario de Barón sobre el cuadro Dicotomías de Orlando Pelayo (página 100), en el que escribe: «Rechazaba obstinadamente la apariencia bella de la obra, y llegó a destruir obras que juzgaba demasiado seductoras por temor a que se desviara la atención de lo que a él, verdaderamente le importaba: la expresión».
IV.- Y ya toca caminar hacia el Prao Picón
Se puede subir a la Casa-Rosa de Mari y Pepe, por las escaleras empinadas desde la Plaza de San Miguel, o por la calle Sacramento, girando luego a la izquierda, bordeando la casa que fue primero de Doña Etelvina, luego de los Castelao, y ahora es lugar de rezadoras para la buena Obra. Justo enfrente de esa casa, hubo un chalet blanco con líneas azules en el que murió el canónigo y profesor don Benjamín Ortiz, de sotana, manteo de mucha tela y sombrero de teja, y es que por el pedregal del Sacramento subían y bajaban muchos canónigos, también Manzanares, siempre con gabardina, con boina y con su Tabularium. El Obispo en un Mercedes entraba en el Prau Picón por la calle Muñoz Degraín, nunca subiendo por la del Sacramento.
Tal ascensión la haremos la semana que viene, en compañía de los Cuesta, parientes de Etelvina, uno director artístico y otro el concejal de Urbanismo, del vetusto Ayuntamiento, al que gustan edificios altos. Recordaremos a los Pérez Montero, Pepe y Mari, que en paz descansen, y momentos antes de dar con la Iglesia. Ya me dijo doña Etelvina Cuesta que su padre, Manolo Cuesta, después de lo de Llanera y Chile, compró el Prao Picón a la Iglesia.
Comentarios