He aquí a Koldo García, de segundo apellido exasesor de Ábalos, escurriendo el bulto, o sea, toda su persona, por la puertecilla como para gatos del Senado. García se dirige hacia a la mesa que investiga el caso que lleva su nombre. Caso Koldo. Ya solo el enunciado evidencia que la cosa bien no pinta. El Gulliver de la presunta y escandalosa corrupción de las mascarillas se revuelve escupiendo una frase de película: «Me acojo a mi derecho a no declarar». Para no declarar, este emprendedor súbito deja varias perlas, como que no sabe si sigue siendo militante socialista, con desafío a lo Terminator incluido: «Volveré». Koldo calla, pero dice que lo han crucificado, calla pero revela que está muerto —aunque, milagro, arquea las cejas—, calla pero subraya que ha trabajado toda su vida, lo cual, tratándose de un asesor político, podría considerarse más bien un agravante. Koldo calla. Y es como que si le da por hablar a lo mejor se acaba el PSOE y se acaba el mundo.
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