Con los hechos probados, sin necesidad de recurrir a los no probados pero sospechosos, e incluso sorteando los que pudiéramos imaginar a partir de los hechos probados, que no nos harían caer en yerros monumentales, no es imposible entrever un objetivo común que conectaría de un cierto modo a Benjamín Netanyahu con Adolfo Hitler. Este objetivo sería la erradicación de conjuntos de individuos que constituyen un pueblo, identificado como tal por su origen étnico y religioso muy principalmente: diferente es el judío del germano, semita el primero, indoeuropeo el segundo, y con creencias discrepantes con respecto a la figura de Cristo, que, paradójicamente, era un israelita del que se sirven tantos para ser antisemitas.
Esta mirada, y es inexcusable subrayarlo, y hasta volver a subrayarlo con un segundo trazo bajo el primero, huye de la comparación, tanto por el número como por el método, entre la Shoah, o el mayor exterminio jamás registrado en los anales de los hombres contra una colectividad, la judía, y el genocidio (la ONU «dixit») del que están siendo víctimas los gazatíes, y no solo estos, sino también los palestinos de Cisjordania, que son abatidos, algunos niños aún, por soldados y, para mayor horror, por colonos israelíes, retrotrayéndonos así a los años en los que algunos comandantes de los campos de concentración nazi, desde los balcones de sus aposentos, y según el «ánimo» que tuvieran al despertar, disparaban sus armas contra algunos cautivos al caprichoso azar.
Tampoco el proyecto y desarrollo de los planes criminales de Hitler y Netanyahu tienen el mismo respaldo, pues la porción de alemanes que participó en la hecatombe o se hizo el «despistado» fue muy superior, en cuentas relativas, a la porción de judíos, cuya repulsa a la matanza indiscriminada de enemigos que está ejecutando su Gobierno aumenta semana a semana.
Sin embargo, y a pesar de estos contrastes, Israel puede pasar de ser considerada la nación más masacrada de la Historia Universal, que por algo le dio el nombre de Holocausto, a ser señalada como la nación más etnocida del primer cuarto del siglo XXI cuando menos. Porque las atrocidades que está cometiendo contra los palestinos están arrasando todos los derechos humanos conocidos o por conocer, retomando para avalarlos tesis que parecen provenir de la corriente epistemológica del justificacionismo, que antepone la acción, lo empírico, a cualquier argumento moral, ubicando exclusivamente entonces al hombre de enfrente en la categoría de diana, sean cuales sean las circunstancias, porque tal acción se hace dogma, y el dogma es precisamente lo más irracional que quepa darse, porque expulsa de la ecuación a la «medida», entendida como «lo justo». Abatir al contrario desde el Derecho histórico, una vez que termina la tarea de engullir el Derecho divino, equivale a abatir al Derecho natural, que es lo más justo entre lo justo.
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