La conmoción empezó el nueve de febrero, cuando oímos que en Barbate dos guardias civiles habían sido vilmente asesinados por los narcos. Según presenciamos con estupor en los telediarios, la potente lancha de estos forajidos había pasado por encima de la ligera zódiac de los guardias. A la amarga realidad, añádase que esas escalofriantes imágenes las pudimos ver porque desde tierra simpatizantes de estos canallas las habían grabado entre gritos de ánimo y risotadas. El suceso levantó oleadas de ira en los españoles de bien, y muchos colocaron el dedo acusador sobre Marlaska como máxima autoridad de las fuerzas de seguridad. Como suele ocurrir en estos casos, sea cual sea el partido que gobierna, el ministro eludió su responsabilidad con argumentos escasamente sostenibles, y el paso de los días y la falta de interés de la oposición cuando advirtió que el suceso no podría deparar demasiadas rentas políticas, fueron difuminando la tragedia hasta relegarla al olvido. Lamentable, traficar también con los muertos mientras merezca la pena. Pobres viudas, pobres huérfanos. Esta inacción de unos y otros ha dejado en la conciencia colectiva una huella muy dolorosa, y tanta rabia como frustración ante la insospechada capacidad de los villanos para actuar a sus anchas en aguas andaluzas. El hecho se puede calificar objetivamente de gravísimo, sobre todo si se acepta, como estamos condenados a aceptar, que los delincuentes volverán a imponer su ley al dubitativo aparato del estado en cuanto dejen de sentirse acosados. Ojalá me equivoque con el presagio, pero hoy por hoy estoy convencido de que el tiempo me dará la razón y volverán las lágrimas.
Comienza el primer set. No mucho después, se descubrió que un par de truhanes, uno de los cuales ha sido ministro y el otro es un energúmeno de la peor ralea con despacho anexo al propio ministro, habían creado una obscena trama para traficar con las mascarillas en plena pandemia junto a otros tipejos de igual condición amoral. Muy segura de que el asunto podía dañar seriamente la credibilidad del gobierno, en este caso la oposición sí se está empleando a fondo, el botín parece suculento si se continúa royendo el hueso sin descanso. La reacción de Sánchez a este ataque frontal también ha sido la habitual en estos casos: primero limita el impacto, después, al ver que no lo ha conseguido y el alud se le echa encima, le exige al exministro la devolución del acta de diputado, y finalmente lanza una coz y deja en evidencia al novio de Ayuso por haber negociado de forma cuestionable con material sanitario durante la pandemia. Por su parte, la fiscalía le acusa de fraude fiscal y falsedad documental. La respuesta exculpatoria de ella, que se esperaba bien argumentada, nos dejó boquiabiertos.
No sale uno de su asombro, mientras unos seres humanos morían por cientos, muchas veces desasistidos con negligencia, y los supervivientes sufríamos como nunca antes, transcurridos cuatro años de la catástrofe nos enteramos de que otros seres, pero inhumanos, se lucraban ignominiosamente. Espero que la justicia trate a estos desalmados aplicándoles el agravante máximo posible.
Apenas ha habido descanso, porque ante el aparente empate en el primer set el segundo podía ser decisivo. Feijóo, alarmado ante las graves repercusiones que puede acarrear la conducta del novio de la Ayuso, ha iniciado el contraataque acusando en el Congreso a la mujer de Sánchez de haber colaborado dolosamente en el rescate de Air Europa. A lo que Sánchez ha respondido con insinuaciones veladas acerca de las actividades empresariales de la suya relacionadas con la famosa Sargadelos. La pelota de aquí allá, desde el fondo de la pista a la red, y toca restar.
¿Otro vergonzoso empate? La gente, perpleja, se pregunta hasta dónde vamos a llegar con la corrupción y las respuestas son imposibles. En cincuenta días no han podido pasar más cosas: hemos conocido con dolor el asesinato de dos guardias civiles y hemos presenciado, estupefactos, que nuestros representantes en el congreso, cuando se han descubierto en sus respectivas filas tropelías inimaginables, se esfuerzan en minimizar las cometidas por los suyos y amplifican sin pudor las del adversario. Todo ese ímprobo esfuerzo para desacreditar al oponente adoptando las estrategias más dañinas lo hacen por el bien de la democracia y para demostrar que tienen vocación permanente de servicio público, no hay duda. Mucho cinismo, demasiada ofensa, demasiado insulto constante. Espero que este siniestro partido termine pronto, los espectadores ya no aguantamos más y queremos abandonar la cancha antes de que el aire se vuelva irrespirable.
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