Nos lo recuerda un dicho popular: «Es más feo que pegarle a un padre». Pues esta situación es la que tuvo que vivir una asturiana, a quien su hijo comenzó insultando y vejando para con el tiempo terminar agrediéndola físicamente. La madre, muy a su pesar, tuvo que denunciarle y desde entonces no sabe nada de él. A el menor lo condenaron a cinco meses de trabajos socioeducativos, pero a la madre le cayó la perpetua de tener que vivir habiendo perdido a un hijo. Sin duda alguna, la verdadera condenada fue la madre. Lamentablemente, esta violencia filioparental es más frecuente de lo que la gente cree. Los juzgados están repletos de procedimientos similares. Los agredidos, ya sean padres o madres, pocas veces lo denuncian. Por vergüenza, por darle otra oportunidad a sus vidas, por amor a ese hijo que se niegan a reconocer que es un monstruo con ellos. Como en todos los casos en que un menor se descarría, debemos plantearnos si alguien no lo ha educado mal. Las familias, los centros educativos, las siempre peligrosas redes sociales. Estoy convencido de que entre todos creamos un entorno hostil que después se nos va de las manos. Menos móvil y más proximidad con los hijos. No es lo más fácil, pero sí lo más efectivo.
Comentarios