Le agradecemos a la casa real inglesa su formalidad a la hora de entretenernos con puntualidad británica y contenidos extraordinarios. Cada generación manifiesta una impronta a favor del culebrón extravagante que desde la distancia se consume con deleite. El ciclo parecía cerrado con la espectacular y propagandística The Crown, pero, convertida ya la familia en una saga de ficción, los figurantes que ocupan el trono y su estirpe se han propuesto dar contenido de alto nivel a los guionistas para que la serie y el espectáculo continúen. O quizás sea al revés, porque parece que sean los guionistas los que cada mañana les envían las secuencias que han de representar en una ruptura definitiva de la cuarta pared y de la distinción entre realidad y ficción sustentada en una escalada creativa de primer nivel.
Todos los acontecimientos que acompañan a los herederos de Isabel II en los últimos meses son de una singularidad extraordinaria, desde el acceso al trono de un hombre en edad de jubilarse, su inmediato diagnóstico oncológico, las disputas entre sus hijos, el rescate institucional que ha tenido que asumir Camila Parker, su agotamiento y su cacería vacacional en Toledo, la misteriosa operación de la princesa de Gales y, como traca final, la esperpéntica historia de la foto de Kate Middleton. Es cierto que en España hubo un precedente que protagonizó la reina Sofía en la era previa al elefante, cuando editó una fotografía de sus nietos hasta convertirlos en seres imposibles, que qué premonición, en algún caso. Pero esto sucedió hace muchos años, cuando la inteligencia artificial solo era una ficción.
Hoy vemos a patos que hablan como patos, se mueven como patos, tienen el aspecto de un pato y saben como un pato, pero no son un pato. La inteligencia artificial está en nuestros teléfonos preparada para engañarnos con una fiabilidad estremecedora. Tenemos por todas partes alertas, advertencias, avisos para que no nos la cuelen. Pero la todopoderosa monarquía inglesa, la institución con más solera de la Tierra, distribuye una foto de su princesa para demostrar que está viva y coleando y lo que llega al pueblo soberano es una chapuza de corta y pega más ruda que las mariquitas que recortábamos de pequeñas. Si no han sido los guionistas de la versión bufa de The Crown, ya me dirán.
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