«Las Meninas» de Oviedo
«Las Meninas» de Oviedo

17 mar 2024 . Actualizado a las 05:00 h.

I.- Antes y después de lo del 9 de marzo de 2024

El sábado, 9 de marzo, en el ABC Cultural (página 18), leí la entrevista al artista Manolo Valdés, valenciano, con ocasión de la exposición sobre su obra, expuesta, con denominación de Allegro, en Madrid, en la Sala Opera Gallery. Naturalmente, me apresuré a disfrutarla y, después de todo, indico:

a).- Que Manolo Valdés fue el escultor de los tres «caballitos, ponys o ponis» que, sobre suelo público, están colocados, de manera permanente, unidos a él, en la ovetense Plaza de La Escandalera. Sobre ellos ya hicimos preguntas en el artículo anterior, titulado, precisamente Los caballitos

b).- Que la madrileña exposición del valenciano me pareció excepcional, con un impresionante juego de vivos colores, y con lo más importante, que es eje de las artes pictórica y escultórica: La armonía. Me gustaría comentar las palabras del artista a varios medios de comunicación, también a Diario.es, que he de reservar para otro momento. Ahora sólo espero el comentario del crítico de arte de El País, leído ya esta misma semana (el día 13). Excepcional exposición, pues, y muy de actualidad, mereciendo el artista, vinculado a Asturias, felicitaciones.  

c).- Que Manolo Valdés no es sólo el escultor de Los caballitos, ya dicho y redicho; es también el escultor de Las Meninas, que en el otoño del año 2005 se colocaron en el Paseo de Los Álamos del Campo de San Francisco, de Oviedo. A ellas regresaremos más adelante, siendo «lo menino» un «icono» de Valdés. Me atrevo, con pesar, a matizar que Las Meninas, o «doncellitas» de compañía de la Infanta en el cuadro del pintor Velázquez son dos, sin ser, de ninguna manera, «menina» Doña Mariana, que fue Reina, por haber sido la segunda esposa de Felipe IV. ¡Cómo, Sr. Valdés, una Reina de España, Doña Mariana de Austria, iba a ser «menina»! 

Y ahora sigo con lo que tenía pensado escribir, antes de haber leído el sábado 9 de marzo, de este mismo año, lo de ABC:

Fue hace días, con ocasión de la escritura de un serial de tres artículos para Religión Digital, en el último mes de enero, sobre la monja concepcionista y mística, Sor María de Jesús (1602-1665), del convento de Ágreda (Soria), cuando recordé la cara de ese Rey, Felipe IV, y de su esposa, Mariana de Austria, gracias a un espejo «de mentira» ?todos los espejos son de mentira para dolor de Borges- que había visto hace tiempo en el cuadro Las Meninas, pintado por Velázquez. Fue la semana pasada, al escribir del escultor valenciano, Manolo Valdés (nada que ver con el otro Manolo), lo de Los caballitos, el motivo del recordatorio de la colección de «meninas», colocadas en el Paseo ovetense, mirando unas al frente, otras a la calle Uría, a la izquierda, y las demás a la Rosaleda de San Francisco, a la derecha. 

II.- Las Meninas, asunto de los Austrias 

Lo «menino», por su pequeñez, choca con eso tan grande y tieso que son los palotes, números romanos, de mucha magia. Así, un palote delante de una V resulta o «sale» un Felipe, que es el IV; por el contrario, un palote detrás de una V resulta o «sale» otro Felipe, que es el VI

Las diferencias entre el IV y el VI son muchas. El IV fue de los Austrias y el VI es de los Borbones; aquél un tanto retrasadillo y éste que no lo parece. Felipe IV se casó con la fornida Mariana, austríaca, como la esposa del Príncipe don Juan, hijo de los Reyes Católicos, que, según crónicas, «murió de amor». Felipe VI se casó con Leticia, que es y está flaca, y puntos suspensivos... Los catalanes nostálgicos recordarán que los Austrias fueron federales o confederales y que los Borbones, déspotas ilustrados, fueron centralistas como Franco. Un Austria jamás hubiese pronunciado el discurso de octubre de aquel año, el 2017. 

Y concluyo lo de los parecidos y diferencias, señalando que los Austrias empezaron con fuerza, con Carlos I, que llegó a ser imperator rex romanorum y terminaron muy mal con el enclenque y hechizado, Carlos II. Los Borbones ya empezaron con el deficiente Felipe V, que no hablaba ni español, y no sabemos cómo terminarán, pues estamos aún en ello, pues nos falta mucho por ver y escuchar. Ya vimos las lindezas de una Reina «Borbona», castiza, cachazuda y cachonda, la Isabel II, de furores varios, incluido el innombrable tan borbónico. Y es que algunos Borbones también fueron, y además, entre otras muchas, hasta aficionados a las monjas, como a Sor Patrocinio, valleinclanesca, del estraperlo y de sargentos provisionales. Lo de los alféreces provisionales sería posterior, ya en el XX, con lo del Alzamiento. 

Aclaro que nada tengo contra de Las Meninas, si bien discrepo del nombre dado al cuadro, pues ese cuadro velazqueño y barroco, inicialmente se denominó La Familia o La Familia de Felipe IV, llamándose Las Meninas a partir de 1838, cuando Federico de Madrazo, director del Museo del Prado, de menos ingenio que de genio, lo bautizó así en el catálogo que hizo. Y es que Velázquez jamás llamaría al cuadro de esa manera, siendo Las Meninas unas simples doncellitas, «nenazas» y subalternas, aunque nobles, de una Infanta niña de cinco años, la Teresita, hija de Felipe IV y de Mariana. «Meninas de dulzuras infinitas, diabéticas». 

Jamás Velázquez hubiese admitido que su gran cuadro fuera conocido por el de las dos doncellitas, habiendo otros personajes más importantes en el lienzo, incluso los mismos Reyes. Se ve a la Infanta Margarita Teresa de Austria, a la que un escritor de novelas y de comilonas, apellidado Luján y de nombre Néstor, finalista del Premio Planeta, en 1991, definió: «La infantita, que el maestro había pintado como una muñeca veneciana, delicada y sonrosada, sonriente, con ojos de niña vigilante, los ojos de princesa, infantiles y recelosos. El pelo era finísimo, de un oro extenuado». Pues muy bien.

A un lado, a la izquierda, en el cuadro, está la «menina» María Agustina Sarmiento, como de rodillas, y al otro lado, a la derecha está la «menina» Isabel de Velasco, como levemente inclinada. Posturas de humildad de una y otra, frente a lo majestuoso de la Infanta, lo que señala la importancia secundaria de unas y lo principal de la otra, la infantita; todas vestidas con sayos, faldas y faltriqueras, tan de época, la del Barroco. Y apenas escribiré sobre otros protagonistas del cuadro: el perro mastín, llamado León, la enana de la Corte, llamada Mari-Bárbola y Nicolasico Pertusano, del que Néstor Luján escribe: «Hay quien dice que llegó a ser un experto en filtros amorosos, en los conjuros de la sal y de los clavos». 

Y allí se asoma el pintor -otro asomado-, y aposentador real, el sevillano Velázquez, con traje negro, con mangas acuchilladas de seda blanca, luciendo en el pecho la roja Cruz de Santiago, pues fue caballero de esa noble, quevedesca y militar Orden. Esa Orden fue bastión contra los moros, que la extrema derecha dice que fueron los enemigos de España hasta que apareció el Rey Pelayo, el astur, nuestro (de los asturianos y de los demás), salvador patrio. Es inquietante la cara de «cachondeo» del pintor, pues está auto/retratado como si riese, ¿de quién reirá? 

El sentido del humor de don Diego debió ser grande, habiendo mucho humor (o mala uva) en el «caballo blanco», encabritado al levantarse de manos y apoyado en las patas de atrás, que, sin jinete, se exhibe, pudiendo contemplarse en la nueva Galería de las Colecciones Reales. Leticia Ruiz se llama la directora de la Galería, al igual que Leticia Ortiz se llama la Reina. Un crítico de arte llegó a preguntarse ante tanta descabalgadura: ¿Estaría de broma el pintor? ¿Qué habrá ocurrido con el jinete de ese caballo? ¿Habrá caído el jinete al suelo al encabritarse el animal o sería desmontado por un adversario en combate de armas? 

Y es que Velázquez fue barroco total, aunque no sólo en la modalidad de Barocchus tridentinus sive jesuiticus. En Filosofías del Barroco (Coordinadores Moisés González y Hugo Castignani) se enumeran hasta 17 especies de Barroco, empezando con el Barocchus pristinus y terminando en el Barocchus rococó. Y lo más inteligente oído, contemplando el cuadro del sevillano, fue la pregunta que Théophile Gautier hizo: «Pero ¿dónde está el cuadro?». Y es que los franceses, de Napoleón y de Pepe Botella, siempre fueron así de chauvinistas (o chovinistas).

III.- Los Meninos, ¿asunto de Borbones? 

Sabemos que las «meninas» fueron muy de los Austrias y de su tiempo. No consta afición de los Borbones por esas jóvenes doncellas, habiendo quien asegura que con los Borbones (falso y muy falso como está ya acreditado) no hubo «meninas», que hubo «meninos». Ciertamente esto último puede ser de actualidad y para escándalo, pues las televisiones y los periódicos no dejan de anunciar «meninos», que salen, continuamente, en los medios, creyendo no ser pequeños sino muy grandes, mayúsculos. La Historia de España, toda, es verdad, está llena de «meninos», que hicieron y hacen la pelota a los reyes desde los visigodos, llamándose a eso la devotio ibérica, genuino, por desmesurado, fenómeno ibérico, como el jamón, producto de cerdos, también llamados «marranos» en Castilla la Vieja. 

Con ocasión de lo de los Premios de aquí, en el mes de octubre, saliendo o entrando del ovetense teatro operístico, y también del otro Coliseo de música, del tiempo de Gabino, también de los asturcones, los «medios» dieron fe fotográfica de la presencia de unos, nuevos pretendientes o donceles, con alguna doncella.

IV.- Las Meninas de Manolo Valdés en el Paseo de Los Álamos del Campo de San Francisco en Oviedo y Víctor Botas

Fue impresionante ver, por tamaño y número (veintiséis), la colección de Meninas en el Paseo de Los Álamos, una tras otra y como enfiladas. No eran «meninas» sino muy grandes, con «chichos» inmensos sobre todo en brazos. Eso fue en el otoño de 2005, aprovechando la vistosidad de la entrega de Premios Príncipe de Asturias, como si éste, hoy Rey, precisase del adorno «meninero», no de Velázquez, sino de Manolo Valdés. Escribieron los periodistas que la colección de Meninas vino de la misma mano, al igual que los caballitos de La Escandalera, de Aqualium Spain, la de ella y él, y por los cuales, como ya escribimos, se pagaron, 1, 2 millones de euros más IVA, habiendo puesto «la pasta», como siempre, la Caja de Ahorros de Asturias. Las Meninas, expuestas que no adquiridas, y que tantos quebraderos de cabeza supusieron a su creador y artista, costaron exponerlas casi cien mil euros, también pagados por la Caja de Ahorros de Asturias.

Interesante lo de las Cajas, Valdés y Aqualium.  

Y paseando por el Paseo de Los Álamos, viendo la numerosa colección de arte de Manolo Valdés, no el del «bombo», recordé a Víctor Botas, que, por allí mismo, siendo niño, rodeado de niñeras uniformadas, pedaleaba sentado señorialmente en un cochecito de juguete. Eso excitaba las ansias automovilistas de los otros niños que sólo podíamos pedalear triciclos de madera, por no ser de Botas, sólo de chirucas. Siempre recordé al más tarde admirado Víctor, protegido por niñeras, pilotando el impresionante juguete de niño rico. 

A las niñeras uniformadas, también las llamaban «tatas», habiendo sobre ellas escrito un bonito cuento la salmantina Carmen Martín Gaite: «La tata se levantó un poco la manga de la rebeca y mostró a la portera el vello erizado, sobre los puntitos abultados de la piel». Para mí, por Víctor, el poeta, el Paseo de Los Álamos siempre fue «el Paseo de los Poetas», tal como expliqué una tarde a su viuda, en Gijón, siempre de Moros y de Munuza.

Ahora resulta que Asturias es la capital mundial de la poesía, gracias a lo cual, según me dicen poetas, unos republicanos y otros monárquicos de ocasión, unos poetas fetén y otros poetas chirle, están en trance de llenar la tierra, hasta la biosfera, de versos y estrofas, al alarido de: «¡Nada de oscuridades y fuera los anacolutos!». Una profesora, llamada Tadea, ya lo escribió: «La lírica es una embriaguez inconsciente, pues el lírico canta al amor». 

V.- La Caja de Ahorros de Asturias, desaparecida no por mayúsculos, sino por los otros

No estamos ante un «menino» escándalo, siendo lógico que políticos y economistas ante el temporal se guarden «techados hasta que escampe», lo cual será empeño imposible en el «Monte de la Impiedad», pues la tormenta parece ser que va a ser continua y está empezando. El asunto es tan gordo que parece una inmensa barriga de «boa constrictor» en plena fartura, huesos incluidos, digiriendo un elefante, como el de El Principito, del francés aviador. 

Especialistas en «corte y confección», sean del sistema que sean, incluso el llamado catalán, o «sistema Martí» para despistar, si no extreman la prudencia, podrán ser arrojados al infierno dantesco, aunque parezca imposible, pues siempre creyeron que, por ricos, ser del Cielo.

Dicen que Felipe IV acabó hasta los mismísimos del Conde-Duque de Olivares, dejándole morir en Toro, tierra de vinos gordos como él, llevado con el cuerpo ya putrefacto a Loeches, lugar de su enterramiento. El lector o lectora sabrá, sin duda, aquí en Asturias, quién, en relación con lo de la Caja, hace e hizo de Rey; quién hace e hizo de Valido, haya sido gordo o flaco, rebosante de salud o enclenque.  

Se continuará con cosas nuevas y viejas, las prometidas también y también lo de SEDES. Recuerdo que, cuando SEDES fue dueña de una cementera en Valgrande y de una cerámica en La Argañosa, con un solar inmenso en la parte alta de Oviedo, donde hoy se eleva el «Edificio Sedes», mi padre fue la persona que representó a la Caja de Ahorros en esa Sociedad, domiciliada entonces en el edificio, hoy propiedad de los que lo fueron por momentos, de Villa Magdalena, en la Plaza de la Catedral de Oviedo.