Imagen de un edificio bombardeado por Israel en la ciudad de Rafah
Imagen de un edificio bombardeado por Israel en la ciudad de Rafah IBRAHEEM ABU MUSTAFA | REUTERS

14 mar 2024 . Actualizado a las 05:00 h.

Sabían lo que ocurriría, por eso lo hicieron.

Cuando el 7 de octubre los asesinos sembraron de terror y muerte territorios fronterizos de Israel con la Franja de Gaza, buscaban lo que después ocurrió.

Los responsables intelectuales del ataque terrorista, muchos de ellos escondidos fuera de Palestina, eran conscientes que sería imposible mantener bajo su control las zonas que, a sangre y fuego, habían ocupado. Nunca estuvo en su voluntad anexionar territorios disputados en el largo conflicto palestino-israelí. Los asesinatos, violaciones y secuestros perpetrados por Hámas en varios kibutz, la ciudad de Sederot y cuatro núcleos rurales, dos bases militares y el festival musical en favor de la paz de Reim sólo pretendían infligir un profundo dolor a Israel que alimentase la dureza de la respuesta militar.

Al margen de las discutibles políticas expansionistas israelís sobre Palestina, que han sido utilizadas por distintos grupos como justificación de su actividad terrorista, la historia nos muestra que el Estado de Israel —consciente desde su fundación en 1948 de que se encuentra rodeado de naciones que desean su desaparición— no ha vacilado nunca en mostrar su superioridad militar. En esta ocasión, tras más de mil quinientos cincuenta compatriotas asesinados, y otros doscientos cuarenta secuestrados, no iba ser distinto.

Los asesinos del 7 de octubre lo han conseguido. Cinco meses después del ataque terrorista, las fuerzas militares israelís, en su misión de eliminar a todo miembro de Hámas, no han dejado piedra sobre piedra en Gaza. Más de treinta mil palestinos han sido asesinados por los misiles de Israel. Dos tercios de las víctimas son mujeres y niños. El colapso creado por la ofensiva militar ha generado una crisis alimentaria. Ya no sólo los bombardeos matan a los niños gazatíes, ahora también lo hace el hambre.

Hámas ya ha ganado. Los terroristas han conseguido que la respuesta de Israel engrose sus futuras filas de una nueva generación en la que el dolor de enterrar hoy a sus familiares, amigos y vecinos se tornará mañana en un odio que no dejará apagar la sed de venganza.

Si bien de un grupo de indeseables asesinos no se puede esperar mesura y compasión, un Estado de Derecho está obligado a regir todas sus acciones desde el respeto a los derechos humanos. Israel no puede convertir su justificada lucha por la eliminación de Hámas en un durísimo castigo al pueblo palestino. Conscientes de que los terroristas siempre han utilizado a su pueblo como escudo, y contando con uno de los mejores servicios de inteligencia del mundo, no es comprensible la destrucción de todo un territorio para acabar con los responsables de las matanzas del 7 de octubre.

¡Basta ya! El Estado de Israel tiene el deber de garantizar la seguridad de sus ciudadanos y combatir el terrorismo desde la proporcionalidad. No hay victoria en ganar hoy una guerra con medios que mañana provocarán la repetición del conflicto.