Hoy es 8 de marzo y es una obligación ciudadana seguir reivindicando la igualdad entre mujeres y hombres, así que por mi parte estaré presente a las 12.00 horas en la concentración de la plaza del Ayuntamiento de Oviedo/Uviéu y a las 19.00 horas en la manifestación de Langreo/Llangréu (desde el Parque Antonio García Lago [apodado parque Nuevo] de La Felguera hasta el Parque Dorada de Sama). El 5 de noviembre de 2014, en el Centro Cultural Le Senghor del barrio bruselense de Etterbeek, tuve la oportunidad de ver el documental ‘Yo decido. El Tren de la Libertad’, y hasta el pasado martes no había tenido la ocasión de volver a verlo. Dentro de los actos organizados por el Ayuntamiento de Gijón/Xixón y el Gobierno del Principado, que han centrado muy acertadamente sus campañas del 8M en las protestas que surgieron en Asturias/Asturies hace diez años contra el anteproyecto de ley del PP para limitar el derecho al aborto (afortunadamente terminó en agua de borrajas y con la dimisión de Alberto Ruiz Gallardón), se habló en el coloquio posterior de que es importante tener presente que no hay que dar nada por ganado definitivamente. Todos los días son de lucha, y aunque en 2014 se consiguió frenar una normativa todavía más restrictiva a la que había en 1985 (yo ni había nacido), no debemos bajar la guardia, especialmente la población más joven. Pasa lo mismo con otros tantos derechos, como el de las pensiones, donde diversas personas se concentran todos los jueves a mediodía en la plaza del Ayuntamiento de Oviedo/Uviéu para decir que, gobierne quien gobierne, los servicios públicos se defienden (si volviera a gobernar la derecha, ¿seguirían revalorizándolas al 0,25%? ¿Fomentarían la contratación de planes de pensiones privados?). Por tanto, la involución y el retroceso en derechos y libertades siempre será una amenaza real (aunque esté latente). El feminismo consiguió en los últimos tiempos muchos avances, impulsado en gran parte por el éxito masivo de sus manifestaciones (la derecha las llegó a culpar en 2020 de la propagación de la COVID-19) y espero que las que tengan lugar hoy también lo sean, sobre todo como respuesta pacífica a todos los ataques que han sufrido y sufren en la actualidad las mujeres. Vaya todo mi apoyo y solidaridad con la compañera María Chivite, que ha recibido graves insultos por parte de un grupo de agricultores (que actuando así lo único que consiguen es perder toda la razón y la credibilidad que pudieran tener ante los problemas en el ámbito rural) con comportamientos machistas y antidemocráticos (ayer mismo intentaron asaltar el parlamento navarro mientras se celebraba un pleno, lo que puede ser causa de un delito contra los responsables [recogido en el artículo 493 del código penal]).
El próximo lunes se cumplirán 20 años del atentado del 11M en Madrid (es de esas fechas de las que nadie se puede olvidar qué estaba haciendo y dónde). Me parece oportuno que este año se haya centrado la efeméride en hablar del (mal) papel que jugaron determinados medios de comunicación. Una de las cosas que guardo en mi casa con especial mimo son los periódicos que pude comprar al día siguiente en un kiosco de Oviedo/Uviéu. El tiempo pone cada cosa en su lugar y hay cuestiones que hay que verlas con cierta distancia, porque evidentemente en el momento en el que las vives no te da tiempo a digerirlas ni a reflexionarlas como es debido. No nos ayudó a las y los españoles que el PP nos mintiera (no era nada nuevo tras otros sucesos, como la guerra de Irak, el Prestige o el Yakovlev), pero tampoco que determinadas televisiones, radios y prensa contribuyeran a su difusión cuando había evidencias de que ETA no estaba detrás del atentado. Entiendo que ante cualquier situación, y más con un atroz y salvaje atentado, que las y los periodistas no podemos dar por buena cualquier fuente. Comprendo que en un estado democrático la confianza en tu gobierno, sea del color que sea, debe ser alta porque lo contrario va contra natura. Lo primero es acudir siempre a fuentes oficiales para evitar bulos, pero esa lección que nos enseñan en las facultades no recoge ni como mera hipótesis que un Presidente del Gobierno como fue Aznar haga, personalmente, llamadas a cada directora y director para que propaguen una falsedad. La semana que viene estaré en Huesca (en lengua aragonesa, Uesca) en un congreso de periodismo que tratará especialmente sobre inteligencia artificial, y da mucho que pensar que una de las principales preocupaciones futuras en la profesión sean las manipulaciones interesadas con robots a través de algoritmos cuando en 2004 no existían las redes sociales (lo más instantáneo que teníamos a nuestro alcance fueron los «pásalo» en versión SMS) y «personas humanas» hicieron o hacen (lamentablemente) tergiversaciones sin importar el tema. En estos reportajes que se han realizado estos días lo más bochornoso ha sido revivir la llamada «teoría de la conspiración» que sobre todo capitanearon Federico Jiménez Losantos y Pedro José Ramírez. Ni uno ni el otro están ya en la COPE ni en El Mundo, y creo que en los próximos días ambos medios de comunicación tienen la ocasión idónea para reconocer el daño producido a la profesión y para pedir, por higiene democrática, perdón por la difusión de esos contenidos inventados.
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