Ucrania, año III: Europa debe invertir más en diplomacia
OPINIÓN
Entramos en el año III de la guerra de Ucrania en una incertidumbre casi total. La unidad europea se ha materializado con una rapidez y una solidaridad históricas. Se pusieron en marcha las sanciones más amplias nunca vistas (trece rondas); se entregaron armas a Kiev con el Fondo Europeo para la Paz (unos 5.000 millones de euros); se activó la Directiva de Protección Temporal para atender a los millones de refugiados ucranianos (1,2 millones en Alemania, 1 millón en Polonia); hubo compras conjuntas de petróleo y gas, y más ahorro energético, para evitar el colapso. También hemos gastado mucho en ayuda. Según el Instituto de Kiel (Alemania), a octubre del 2023 habíamos comprometido para Ucrania más de 84.000 millones en ayuda económica y 41.000 millones en defensa (en franjas parecidas a EE.UU.: 71.400 y 44.000 millones, respectivamente).
Sin embargo, no se puede ocultar la magnitud del desastre. Ucrania sufre una sangría demográfica de 6,4 millones de refugiados en el exterior, 3,7 millones desplazados internos; hay medio millón de víctimas en ambos bandos (entre heridos y muertos); una economía gripada (100 % deuda, gasto del 22 % del PIB en defensa); y una corrupción enquistada y fragilidad de partidos y sindicatos (puesto 91 en el Índice de Democracias de The Economist, 2024).
Europa también ha pagado un precio. Las economías resistieron y la inflación se redujo, pero el crecimiento ha quedado tocado. Alemania cayó en recesión, y la subida de precios de carburantes y alimentos han puesto en riesgo la transición verde y ha activado la ira de agricultores europeos. Estamos comprando un 40 % más de gas licuado a Rusia, y a EE.UU. le compramos más caro. En cuanto a la geopolítica y una solución para Ucrania, seguimos muy lejos del llamado Sur Global: China, India o Brasil tienen una relación muy diferente con Moscú o Pekín en comercio, desarrollo o seguridad. Y no van a cambiar por muchas invocaciones a la «democracia» que hagamos.
El 2024 es año electoral en Europa (Parlamento Europeo, 6-9 junio) y en EE.UU. (5 de noviembre), y los resultados impactarán en la guerra. En Europa, una coalición de centro-derecha y ultraderecha podría frenar apoyo económico y militar a Kiev, ralentizando el proceso de incorporación de Ucrania a la Unión. Orbán cedió y se aprobaron 50.000 millones de ayuda. Pero ahora las necesarias reformas de las instituciones (los tratados), de la Política Agrícola Común o de los fondos de cohesión podrían descarrilar. Respecto a EE.UU., un retorno de Trump frenaría el apoyo económico, humanitario y militar de la OTAN. Hay 55.000 millones en el limbo. En ese escenario, Europa se quedaría sola para manejar un conflicto que, claramente, le sobrepasa en sus recursos. Y las encuestas revelan fatiga: el 10 % de los europeos cree que Ucrania no ganará la guerra; en Alemania, al igual que en EE.UU., predomina el rechazo a proseguir los esfuerzos.
Occidente ha tratado de doblegar a Moscú de tres maneras: masivas sanciones económicas, la ayuda militar o los intentos de cambio de régimen (personificados en Navalni). Pero ninguna de ellas ha funcionado lo suficiente. Para colmo, la guerra de Gaza está desviando recursos materiales y atención. ¿Hemos de sucumbir al derrotismo? Por supuesto que no. Moral y políticamente, Europa no se lo puede permitir. Debe «plantar cara» a Putin. Y es cierto que, sobre el terreno, más adelante, podría darse un giro si llegan más municiones, drones, misiles, o aviación.
Ahora bien, es absolutamente necesario re-calibrar nuestra estrategia a medio y largo plazo, y hacerse preguntas incómodas; por ejemplo, los costes de una nueva Guerra Fría o el sentido de una derrota de Rusia. La presidenta Von der Leyen y el Alto Representante Josep Borrell afirman con razón que es preciso continuar con la ayuda a Ucrania para poder plantearse un escenario equilibrado de negociaciones —un tabú para los halcones bálticos y del Este (de hecho, hace un año, bajo mediación turca, se pudo haber negociado en equilibrio; al final los habituales spoilers lo boicotearon)—.
Pero sería bueno no confundir seguridad con militarismo (la rueda de acción-reacción). Para salir de este embrollo, Europa tendría que invertir mucho más en diplomacia y no solo en defensa. Eso no es buenismo ni un «adiós a las armas». Por la escala de sus implicaciones, esta guerra ya no es solo europea, sino global; por ello mismo requiere una solución global. El necesario apoyo a Kiev debe ir unido al refuerzo de nuestras capacidades militares y nuestra autonomía estratégica. Pero debemos acompañarlo con un gran despliegue diplomático en múltiples direcciones, de China, Turquía, Sudáfrica o Brasil al Golfo, para presionar a Moscú y buscar conjuntamente una salida justa y sostenible. La alternativa es otra guerra de los Treinta Años: el estancamiento, el adiós a una gobernanza mundial y a la idea de Europa.
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