Muy de carnaval aunque no lo parezca

OPINIÓN

Desfile de Carnaval en Oviedo el pasado 2023
Desfile de Carnaval en Oviedo el pasado 2023 Ayuntamiento de Oviedo

18 feb 2024 . Actualizado a las 05:00 h.

I.- Los carnavales de aquí:

Porque El Carnaval interesa, escribí de él. Ya antes, titulé: El Carnaval de antes y el de ahora que, de manera alternativa, se puede leer en estos días, o gratis en Lasmilcarasdemiciudad.blospost.com (febrero de 2020), o pagando en lugares de abono. Comencé aquel artículo sobre El Carnaval con lo del frotamiento de grasas entre Grangaznate y Gaznachona, y gracias a lo cual, al frotamiento, Gaznachona quedó preñada, naciendo luego Gargantúa, del que escribió el francés Rabelais.

Y lo concluí con referencia a un libro interesante, de padecimientos frecuentes en sitios húmedos como Asturias, titulado «Enfermedades reumáticas y del aparato locomotor de grandes artistas». En ese libro hay un estudio minucioso de Osteopatía, sistema musculoesquelético, del pintor, primero «hecho» y luego deshecho o «hecho a la contra», que se llamó Toulouse-Lautrec, pintor de mujeres mercedarias, del oficio más viejo.   

Ahora «toca» de nuevo los tocamientos al Carnaval, que también está, como todo lo que toca el hombre o la mujer, en crisis total. Y me refiero al Carnaval que es institución básica de la Antropología cultural y no a la bobada de los disfraces para risa de «nenes».  Crisis por crisis de la Política; crisis por crisis de lo sagrado; y crisis por crisis de la separación entre géneros y sexos, lo masculino y femenino, que ahora andan mezclados y a la carta, como los menús de Antroxu, de tanta publicidad en diarios locales, con propaganda de picadillos y frixuelos dulces. Los grandes temas carnavalescos, los más serios, los de la política, lo sagrado y lo del género «específico», son Carnaval todo el año, no siendo novedad alborotarlos o trastocarlos en febrero festivo, el llamado «mes del amor pecador», como mayo es el «mes del amor de vírgenes», y eso que las flores, el llamado mes de las flores, son genitales, genitales de plantas.

El Carnaval verdadero, cuando no se celebra, o sea, el resto del año ha de ser de mucho orden, jerarquía y que lo de los tiquismiquis sea la regla y el mando, debiendo asustar la represión como asustó la Inquisición; también se requiere que la desigualdad se asuma sin excepción y que el abuso de los ricos a los pobres sea continuo hasta queriendo quedarse con la «nada» de éstos que les parece mucho; se ha de pasar hambre de delgadez para atiborrarse o empacharse de menús carnavalescos, estirando en febrero los orificios orgánicos y los retretes. ¡Qué mayor Carnaval que la desconstrucción del todo!

¡Cómo puede haber fiesta de unos días cuando en todo tiempo, en la Política, abundan lo grotesco, las risas, los bufones, payasos y las máscaras por doquier!¡Cómo puede haber fiesta de unos días cuando en todo tiempo en la Política abundan las desmesuras subversivas, los gigantismos, los pequeños hurtos y los grandes robos, y las gorduras pantagruélicas! Y todo ello, a pesar de que unos protagonistas estén flacos y tísicos como contables viejos, y escasamente barbados y otros, muy barbados, estén en trance de adelgazamiento imposible, para evitar «chichos» sobresalientes y poder sentarse, cómodos, en banquetas estrechas de cocina de las de antes, con bombilla y de carbón.

Antes, en Carnaval, se mezclaba lo sagrado de dentro, y lo profano de fuera (fuera del templo) y por eso había tanto afán a disfrazarse de obispo, con mitra y todo lo demás. Ahora lo profano es casi todo, pues queda únicamente como sagrado el «Sagrario», que, como dice la norma canónica, «ha de estar cerrado de manera que se evite al máximo su profanación». Lo sagrado, hasta ahora, fue siempre un constitutivo de nuestra condición, individual y social, atizado por el Diablo; de ahí el carácter inherente al Carnaval, frente a la rígida Cuaresma, de ayuno y abstinencia, que, como la vida misma, es un «valle de lágrimas».  

Romper la tradicional separación entre macho y hembra, fue siempre de Carnaval, resultando ahora mismo que hay muchos géneros y sólo dos sexos: los femeninos y las masculinas. Antes, en Carnaval, se cambiaban los «sexos», unas veces por juego y otras por gusto, pues los hombres esperaban los carnavales para vestirse de lo que les gustaría haber sido: hembras, quitándose la careta de «machos». En esas transformaciones y «trasformismos» se vio la esencia del disfraz: disfrazarse de lo que se quería ser. Eso es así, pero no totalmente, pues he conocido a muchos que quería ser notarios y jamás se disfrazaron de los tales, y eso, que los tales también tenemos disfraces. ¿Quién hoy, siendo hombre se disfrazará de mujer, pudiendo ser ya mujer? Y lo de los dos sexos, ya está superado, pues en medio, puede haber muchos géneros, tal como dijimos y repetimos ahora. Si la realidad supera hasta lo inimaginable, el Carnaval deja de interesar.

II.- El Teatro y el Carnaval:  

El aragonés, don José Camón Aznar, historiador y crítico de Arte, escribió en la «Tercera de ABC» (cuando esa «Tercera» era importante, lo que no es ahora), un artículo el 1 de marzo de 1979, titulado La máscara y el rostro, en el que, entre otras cosas importantes señaló: «El valor mágico del teatro consiste en arrancar al espectador de su ambiente cotidiano y sumergirlo en otro, al que en definitiva no es totalmente ajeno. Una sutil combinación de realidad y fantasía es lo que determina la maestría de la obra teatral». 

Antes de volver a lo dicho por Camón, recordaré que éste, padre único de hija única, siempre en primera fila para oír a papá, en el final de los sixties y principios de los seventies del siglo XX, tiempo de «The Beatles», fue el director del Curso llamado Las Artes en la Sociedad española del siglo XX, que tuvo lugar en el «Salón de la Reina» de la Universidad Internacional Menéndez Pelayo, en el palacio santanderino de La Magdalena, en mes de verano. Ese Curso lo patrocinaba el llamado entonces «Tercer Programa de Radio Nacional», y gracias al cual, en una mañana festiva, en desplazamiento a las cercanas «Cuevas de Altamira», escuché  las sabias palabras de Camón explicando «in situ» lo de las pinturas rupestres, junto con las intervenciones magistrales, que tengo aquí anotadas, de los dos grandes pintores españoles del siglo XX hasta allí también desplazados, un arrebatador y arrebatado Gregorio Prieto, de Valdepeñas, pintor de rojos como el vino, y un Benjamín Palencia, de Albacete, alarde exquisito con vehículo Mercedes negro, pintor de amarillos como el trigo.

Fue una pena que yo, al conocer a Benjamín Palencia, no supiese que luego, un poco más tarde, iba a ser notario, pues hubiese, a don Benjamín, aconsejado otorgar un testamento como los que Dios manda, y dejarse de ológrafos, pues por ahí empezó el pleito que acabó en el Supremo en el año 1998. ¡Qué complicadas siempre fueron las herencias de los artistas y qué peleas siempre entre los sobrinos y las malditas fundaciones para hurtos y apropiaciones!  Se dijo y se sigue diciendo que, a quien Dios no da hijos, el Diablo da sobrinos!  Y lo de no saber a qué me iba a dedicar después, siempre me pasó, sigue siendo, incluso ahora, «marca de la casa», de principio a fin, siendo esa la causa de tanto susto y pasmo.

Ya de vuelta, en La Magdalena, a don José Camón, pregunté: ¿Qué es la música, don José? Y él contestó: «Tengo que pensarlo, no es bueno improvisar». ¡Qué razón tuvo, don José Camón, siguiendo a otros, en explicar lo que era el Carnaval explicando lo que era el teatro: magia no cotidiana, realidad y fantasía. Y es que el genuino Carnaval es siempre Teatro, reivindicación y denuncia, aunque, eso también, un teatro genuino y muy especial: Si en el Teatro hay dos partes, una, llamada Sala, en la que están los espectadores y otra, llamada Escenario, en la que están los actores y las actrices, en el Carnaval, por el contrario, todo es escenario y todos los espectadores están en él, siendo también actores y actrices. Todo al aire libre, a lo más, retablos y/o artesonados de maderas para marionetas, sin precisar coliseos o ladrillos.

Cuando los espectadores quedan en la calle, viendo pasar los desfiles, comparsas y demás charangas, como si estuvieran viendo la Cabalgata de los Reyes Magos, es que no hay Carnaval. Ni aquí ni en Venecia, donde se denuncia que los turistas, apretujados entre puentes y canales, acabaron con el veneciano, que, más que para ver, como espectadores, es para actuar, como actores. Un parque temático jamás puede ya ser un Carnaval. Y si Camón, para el teatro, no quería los espacios naturales, eso los espacios naturales, la calle y la plaza, lo son del Carnaval y únicos.

Y cuando leí lo de La máscara y el rostro, ya había aprendido, habiéndome ya examinado de ello cerca del Ministerio de Marina, en Madrid, lo del «Castán Tobeñas», el cual, al principio de su Derecho Civil, en el «Tratado de las personas», tomo I, volumen II, capítulo XVI, explica que eso, «lo de persona», es lo mismo que «lo de máscara».

III.- Las dos Venecias: la rusa y la italiana:

Sentado en il Caffé Florian, que fue de Floriano Francesconi, pedí un expresso, mirándome en uno de los múltiples espejos que allí vieron a los que tanto escribieron, entre otros: a los ingleses Byron y Wilde, a los franceses Cocteau y Morand, a los alemanes, Mann y Goethe, y al español Rajoy, registrador de propiedades, por eso del tracto sucesivo. Me acordé de Napoleón, el Atila de España e Italia, que, al final del siglo de las Luces, acabó con la República Serenísima. Allí, en Venecia, todo está al revés: las palomas y pichones, de portentosos buches, caminan por los suelos y los leones, por el contrario, en lo alto alas para volar. ¡Qué exageración, poner alas a los leones! Eso sólo es pensable en los venecianos, los cuales, en el siglo XIII, mucho antes de Maquiavelo, inventaron la Razón y el Crimen de Estado, siendo, no obstante, muy Serena su República. Nostalgia y decadentismo la Venecia de Brideshead Revisited (Libro 1º, Et in Arcadia ego, Capítulo 4º).

Pensé en ese entrañable libertino que fue Giacomo Casanova de Seingalt, nacido en la veneciana calle della Commedia, no habiendo podido realizar el sueño de sus últimos años: «Rivedere la cittá lagunare», y dijo: «El carnaval es el alma misma de Venecia». Y sobre Casanova el que más supo fue el escritor francés, Philippe Sollers, fallecido hace meses, que escribió un libro que tituló Casanova el admirable y al que en su Diccionario amoroso de Venecia (Plon, 2004) dedica páginas, de la 149 a la 157, en la que empieza su diccionario con otra voz: «Chambre».

No sé si fue producto del azar o de la causalidad que el compositor musical, pianista y director de orquesta, uno de los más influyentes músicos del siglo XX, Igor Stravinsky (1882-1971) naciera muy cerca de San Petesburgo en la actualidad, antes llamada Petrogrado y Leningrado, hijo de padre cantante en la Ópera imperial de aquella ciudad, también llamada la «Venecia del Norte», y que esté enterrado por seguro deseo (murió en Nueva York) en ese camposanto de Venecia, entre aguas, que es una isla, llamada Isola di San Michele, cerca de la tumba de su amigo Diaghilev, el empresario de Los Ballets rusos.

Si el principio de Stravinsky, el amigo de Nicolái Rimski-Kórsakov, estuvo en la Venecia rusa, deslumbrante, también de agua y canales, palacios y catedrales, y con músicas de ballets, más tarde fue a la Venecia italiana, con músicas religiosas, el Canticum sacrum interpretado en la Basílica de San Marcos, el Requiem Canticles y el Introitus. Hay una importante diferencia: en la Venecia italiana triunfó Casanova y en la Venecia rusa triunfó Rasputín.

Carnavales junto al Adrático y Martes de Carnaval junto al río Nevá. Leones allí y en la Laguna del Véneto con alas. En el Cementerio de San Petesburgo, Aleksander Nevski, como en el de la isla veneciana, están enterrados muchos artistas célebres. Y las campanas de San Marcos hacen música entre los canales venecianos, como las campanas de la catedral San Nicolás y las de la fortaleza de San Pedro y San Pablo se oyen en los canales de San Petesburgo.

Los restos mortales de Stravinsky llegaron a la Iglesia veneciana de San Giovanni e Paolo, al otro lado del Gran Canal, desde Nueva York el 15 de abril de 1971, interpretándose en el funeral el Requiem  Missa Defunctis  de Scarlatti  y sus Requiems  Canticles. El crítico de Música, Paul Henry Lang, en 1998, sobre Stravinsky, escribió: «La lucha entre Oriente y Occidente queda ejemplificada en este gran maestro ruso de nacimiento, cuya fuerza elemental se sacrificó a las lisonjas del Occidente ultraculto, terminando el músico oriental por convertirse en el héroe, el apóstol y líder indiscutible de la música occidental». Y gracias al libro de preguntas de Robert Craft y de respuestas de Stravinsky, titulado Memorias y comentarios, en edición española a cargo de Acantilado, el compositor ruso, como si respondiera a Lang, se explicó: «A menudo pienso que el hecho de haber nacido y haberme formado en una ciudad neoitaliana, en vez de eslava u oriental, debe guardar cierta relación con la orientación cultural de mi edad adulta». Lo de la distinción entre una Rusia oriental y otra occidental es trascendente para conocer la identidad, ahora y siempre, de lo ruso.

IV.- Las ovetenses moscovitas del Rialto:

Sabido es que Rialto, il Rivo Alto, es el puente más bello del mundo, con sus escaleras y gran arco del siglo XVI, con mercados de pescados y verduras muy cerca, y boutiques galantes, viendo pasearse las góndolas como en Muerte en Venecia. En Oviedo, en la calle San Francisco, hay una confitería, llamada Rialto, en la que desayuné muchas mañanas, en tránsito de Estación de Autobuses, antes la de «Económicos», a la Plaza de Porlier para «hacer» Justicia, pues ésta, como Les picatostes en Antroxu, se «hace». Y en esa confitería pregunté si tenían alguna especialidad veneciana por lo del nombre, y me dijeron que allí lo más especial eran las moscovitas, nada venecianas.

Di vueltas al asunto hasta que caí en la cuenta que lo ruso y lo veneciano, mezclados, son éxito seguro. El ruso Stravinsky, queriendo ser enterrado en Venecia, tuvo el mismo deseo que muchos aristócratas rusos, en especial, las condesas y marquesas: ser enterradas en Venecia. El genio mercantil de los confiteros de la calle San Francisco de Oviedo, los del Rialto («Il Rivo Alto»), es indiscutible, pues lo ruso y veneciano, mezclados, son garantías de éxito. Leí el 10 de febrero la siguiente fabulosa noticia: «Estas finas pastas (las moscovitas) de almendra marcona y cobertura de chocolate vienen siendo elaboradas por esa confitería desde hace casi cien años. La empresa vendió el pasado año más de 15 millones».

V.- En el próximo artículo:

Seguiremos con los carnavales, en preferencia a los de aquí, y nos preguntaremos si lo del «entierro de la Sardina» tendrá o no relación con la desaparición de la Caja de Ahorros de Asturias, que fue la primera entidad financiera de Asturias, y que desapareció por decisión o negligencia de unos…Y con mucha atención a los «cartelitos» de los de Ronda, la taurina y siempre con depresión, en los que se anuncia lo siguiente: «Te atreves, y la vida se abre…». Más que eso, llamó mi atención las magníficas dentaduras de los anunciantes. ¡Qué fabuloso es «El entierro de la sardina» de Goya!

Continuará.