Bukele tiene mucha razón
OPINIÓN
No hay lugar del planeta que no tenga conexión con Salvador de Madariaga y que no esté de actualidad como El Salvador. En la Sociedad de las Naciones, nuestro gallego universal reconoció que se «había acostumbrado a presentar las ponencias del desarme por medio de un excelente delegado de la República de El Salvador, que después fue juez en La Haya [pero] pronto se vio quién escribía lo que don Gustavo Guerrero leía; y así, cuando le llegó su turno de ser elegido al Consejo, decían de él por los pasillos que era el delegado del Salvador… de Madariaga».
Estoy seguro de que conoce a Bukele, polémico presidente reelecto de El Salvador, y también estoy seguro de que no conoce a ningún otro presidente salvadoreño. También estoy seguro de que no conoce mucho más del país más pequeño de Centroamérica, con el tamaño de la provincia de Badajoz.
El pueblo salvadoreño pasó de una guerra civil sangrienta, que causó más de 75.000 muertos, a las maras sanguinarias. ¿Se imaginan fines de semana en España con 650 homicidios por bandas violentas? Los salvadoreños sí. Una simple búsqueda de noticias sobre El Salvador le llevará a darse cuenta de que apenas nadie le prestaba atención antes del estado de excepción de Bukele, tras el repunte de los homicidios en marzo del 2022. El Salvador apenas era una noticia anecdótica como el país del bitcoin.
Hoy, el mundo tiene sus ojos puestos en El Salvador, fundamentalmente por dos razones: se considera que Bukele viola los derechos humanos de reclusos y que amenaza la democracia. Este dirigente reconoce abiertamente que desprecia los derechos humanos de los reclusos, diciendo que prioriza los de las víctimas y los de la gente honrada. Olvida que los derechos humanos son inherentes a la persona, con independencia de su condición.
La democracia formal salvadoreña no parece plantear graves problemas. El proceso electoral ha sido validado por múltiples observadores electorales. Es decir, la voluntad del pueblo salvadoreño es clara: quiere a Bukele y defiende sus políticas de forma contundente. Sin embargo, la democracia real está amenazada por una excesiva concentración de poder en un presidente que no respeta adecuadamente los derechos humanos y que se jacta de la existencia de un partido único, entre otras muestras de su visión dúctil de la democracia.
Según un reciente informe de Amnistía Internacional, «la respuesta violenta de las autoridades […] se saldó con muertes, tortura y expulsiones ilegítimas […] Persiste la violencia contra las mujeres […] Las autoridades no protegieron adecuadamente los derechos a la salud y a la vivienda. Se usaron indebidamente delitos de formulación imprecisa para coartar la libertad de expresión y de reunión pacífica». No es El Salvador, es España. ¿Pero a quién le importa mientras no hagamos el ridículo en Eurovisión?
Bukele tiene razón, no estamos en condiciones de dar lecciones. Pero no la tiene en algo esencial: la democracia debe ser compatible con la libertad y los derechos humanos. Como dijo Madariaga, «la democracia se ahonda en cauce por donde discurra tranquila y serena la libertad».
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