Nueve años

Luis Ferrer i Balsebre
Luis Ferrer I Balsebre EL TONEL DE DIÓGENES

OPINIÓN

FREEPIK | EUROPAPRESS

28 ene 2024 . Actualizado a las 13:41 h.

Tenía nueve años cuando la madre inició una relación y se fue de casa en un pequeño pueblo francés, dejándolo solo. Del padre nunca supo nada. Dos años después, el caso ha salido a la luz y se ha corroborado que el niño estuvo los dos años de abandono asistiendo al colegio, haciendo los deberes puntualmente, yendo razonablemente aseado y comiendo con latas y pequeños hurtos a los vecinos. No tenía calefacción ni agua.

La maduración de un cerebro humano tarda más de veinte años en completarse; a la edad de este chico, el cerebro no está ni medianamente maduro. ¿Cómo es posible que sin una capacidad de razonamiento suficiente haya podido sobrevivir sin que nadie reparara en nada? ¿Cómo controló el miedo, la tristeza, la ira, el asco o el deseo, sin el desarrollo cerebral necesario para conseguirlo?

El cerebro es un órgano de una plasticidad asombrosa. En los primeros años de vida tiene un potencial de interconexiones cerebrales neuronales infinita; con el tiempo y, sobre todo, con la interacción con el medio ambiente, esas conexiones se van podando y otras reforzando en función de las vivencias y necesidades. Si el ambiente impone una urgencia vital, las conexiones entre el cerebro emocional y el racional se refuerzan y otras menos perentorias desaparecen. Esto puede explicar por qué el niño tuvo una conducta tan asombrosamente madura. Pero no se pueden menospreciar las otras conexiones que le han sido amputadas y que a su edad son necesarias para conseguir llegar a ser un tipo «normal» afectivamente. La noticia produce asombro y al mismo tiempo mucha pena.

Dicen que el tipo de hombre o mujer que vamos a ser depende de lo que uno se encuentre en el ambiente cuando nace, de lo que sienta o le hagan sentir. Básicamente podemos encontrar tres cosas: amor, agresión o vacío, y dependerá de la proporción de estos factores lo que determine nuestra forma de relacionarnos con el mundo. Es obvio que nuestro héroe maduró, pero también lo es que enfrentarse a ese vacío y a la agresión que es el abandono le va a condicionar su vida.

En el 1900 nuestra esperanza de vida superaba escasamente los treinta años; hoy, los treinta años es la edad media en la que los hijos se emancipan. Mucho cambió el cuento y mucho la estructura del cerebro. Esos cambios los han producido la higiene, las vacunas, los antibióticos y el medio ambiente en el que vivimos en Occidente. Antes teníamos que espabilar porque en ello te iba la vida, ahora el cerebro se entretiene más y refuerza las conexiones cerebrales que comunican los circuitos del entretenimiento y el placer. Son otros tiempos, son otros cerebros.