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OPINIÓN

Inteligencia artificial
Inteligencia artificial FREEPIK | EUROPAPRESS

26 ene 2024 . Actualizado a las 05:00 h.

Confieso que a estas alturas de la vida sigo sin saber muy bien lo que es la inteligencia artificial, pero parece ser que no se trata de ninguna cuestión metafísica y que en menos de lo que pensamos dará paso a una nueva revolución en nuestras vidas tal y como nos sucedió con la irrupción de internet. Cabe siempre hacerse la pregunta, como con cualquier cuestión, sobre si el asunto merece una regulación o por mucha norma y ley que se quiera hacer es imposible de controlar. Ya somos más o menos conscientes de que los algoritmos nos espían para enviarnos lo que supuestamente nos gusta, nos interesa, nos inquieta, pero creo que todavía no le hemos dado la importancia necesaria a que esa inteligencia artificial en vías de desarrollo hará que al final sean las maquinas las que nos dominen a las personas hasta tal punto de influir en nuestras decisiones. Esta semana, en la que los periodistas hemos celebrado asambleas coincidiendo con la jornada de nuestro patrón (San Francisco de Sales), ha salido a relucir este tema por parte de muchos compañeros y compañeras. Es tal la trascendencia futura que se espera que en el próximo congreso que anualmente se celebra en Huesca se centrará en este asunto. Seguramente no habrá profesión que no vaya a sufrir el intrusismo de sus acciones, y esto lo saben muy bien las personas con trascendencia pública, porque sus voces pueden ser ya fácilmente usadas para decir cosas que realmente no han dicho (a muchos cantautores ya les ha ocurrido que se ha utilizado sus voces para canciones que ni cantaron ni tan siquiera escribieron). No se trata de meter miedo ni de tener recelos al progreso tecnológico, porque en la misma pandemia se vio lo importante y trascendental que supusieron todas estas herramientas para evitar nuestro aislamiento, pero una vez superados esos confinamientos, lo que no podemos es ir en contra de nuestra propia naturaleza, que no es otra que vivir en sociedad como seres sociales que somos.

Si algo cambió también nuestras vidas en pocos años fueron los móviles. Yo recuerdo que tuve mi primer teléfono cuando no era habitual que ni tan siquiera los adultos tuvieran uno. En aquel momento necesitaba estar localizado con mi madre y con mi padre, y ese era el motivo por el que tenía uno (además en aquellos años los terminales no estaban preparados para navegar por internet, instalar aplicaciones o hacer fotos). Hoy en día yo mismo reconozco que el mayor uso que le saco al teléfono no es para llamar. Imagino que el consumo de tiempo en hacer fotos y vídeos y en mirar las redes sociales es lo que más nos ocupa a la mayoría, y puede que esta circunstancia esté detrás de la propuesta anunciada ayer en el Consejo Escolar del Estado de prohibir, salvo excepciones, los teléfonos móviles en las aulas de los colegios e institutos. La propia presidenta del órgano consultivo, Encarna Cuenca, decía que «hay que preparar al alumnado para vivir en esa sociedad y desarrollarse en toda su plenitud con los medios digitales», porque hay que tener en cuenta que hemos convertido nuestros teléfonos en una parte más de nuestro cuerpo (solamente falta que con él podamos abrir y cerrar la puerta de casa o del coche, porque hasta para los pagos las tarjetas de crédito están dejando de verse). Lo único que pasa es que ese comportamiento a corregir del abuso del móvil es muy difícil, y basta ver una imagen muy criticada de hace veintiséis días, cuando en los Campos Elíseos de París estaban miles de personas grabando el paso al nuevo año en vez de disfrutar con sus propios ojos del espectáculo.