No sé si procede decirle «feliz cumpleaños» a Podemos cuando está herido de muerte y camino de seguir los mismos pasos que Ciudadanos (en X, la antigua Twitter, anunciaron que no concurrirán a las elecciones gallegas y provocó una escalada de contestaciones de gente variopinta animando a que sus imprescindibles votos recalen en Izquierda por Almería, que en la provincia de Lugo concurrirá con una lista), pero sí que creo que merece la pena echar la vista atrás y estudiar el caso de un partido que murió de éxito. La aspiración de asaltar los cielos se quedó a medio camino, porque si bien irrumpieron en la política española y aportaron cambios positivos en los gobiernos que gestionaron para mejorar la vida de la gente, su débil estructura cayó como un castillo de naipes cuando su indiscutible líder, Pablo Iglesias Turrión, decidió dedicarse a otras cuestiones (aunque siempre se dijo y se dice que en la sombra sigue siendo el mandamás). No sé si se le puede definir de laboratorio universitario o de producto de televisión, porque ambas han estado estrechamente ligadas al desarrollo de la formación morada, pero ahora mismo su marca reputacional está por los suelos. Seguramente gran parte de la culpa la tenga una vergonzosa campaña de difamación a través de la justicia (han sido denunciados más de una decena de veces sin que, por ahora, ningún juzgado les haya condenado, como ha ocurrido con el caso Neurona, e incluso con sentencias firmes como fue la inhabilitación del diputado Alberto Rodríguez, ahora resulta que la ha tumbado el Tribunal Constitucional) pero también es verdad que las y los integrantes de la formación no consiguieron unirse. Fue célebre aquella Asamblea de Vistalegre en la que el público le pedía unidad a Pablo Iglesias y a Íñigo Errejón, pero las heridas eran irreparables y las disputas personales evidenciaban que sus caminos se separarían. Hoy hay un partido aún más desunido entre los que no comparten el desligamiento con Sumar y entre los que siguen el dictado de lo que se ordena desde Madrid. Soy consciente que muchas y muchos de los que confiaron en este proyecto político hoy miran con nostalgia la ilusión que les despertó Podemos, pero lejos de desanimarse, creo que sus reivindicaciones y luchas siguen siendo necesarias, por lo que ojalá no renuncien a continuar siendo determinantes en la plaza pública, en la vida social y política de nuestro país.
Con mayor o menor acierto, una de las tareas que asumió Podemos en el anterior gobierno de coalición fue la cartera de Igualdad. Esta semana el CIS publico un avance de un estudio sobre igualdad de género. Prácticamente todos los medios de comunicación han coincidido en resaltar que lo más trascendente es que un 44% de los hombres opina «que se ha llegado muy lejos en la promoción de la igualdad», lo que supone, según estos encuestados, que se discrimina a los varones. Si vamos al detalle, asusta pensar que casi un 52% de las personas entre 16 y 24 años comparte esta opinión. Sin duda alguna, derechos que deberíamos defender toda la sociedad como son el feminismo, el ecologismo y la libertad sexual son motivos de fricción para un amplísimo número de población. Echando la vista atrás, hay que celebrar los avances conseguidos, pero resulta insultante que se niegue las desigualdades entre sexos, entre nativos y extranjeros o entre ricos y pobres, y ya es más que incidente que alguien se sienta discriminado por colectivos vulnerables. ¿No serán más bien las injusticias las que han ido demasiado lejos a lo largo de la historia? Volviendo a la encuesta del CIS, ¿consideran los encuestados (aunque también se preguntó a mujeres) que debe permanecer una sociedad machista y patriarcal? No doy crédito, la verdad.
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