No hay duda de que don Pedro Sánchez es un hombre con suerte. Si 2023 había finalizado con un gobierno apoyado por una coalición de circunstancias, que le otorgaba una mayoría tan ajustada como inestable en el Congreso, el nuevo se inició con un generoso regalo del señor Núñez Feijoo, que podría garantizarle alcanzar los cuatro años de legislatura. Hasta ahora, se podía esperar que la fidelidad de Junts al gabinete de coalición se mantuviese, al menos, hasta que culminase la tramitación de la ley de amnistía, la amenaza no solo de hacer lo posible por revertirla, sino de la ilegalización de los partidos independentistas conducirá al señor Puigdemont a desear que la llegada de las derechas al poder se retrase al máximo.
Es cierto que un sector del independentismo catalán parece preferir que las cosas vayan lo peor posible, con la esperanza de que la represión les permita recuperar el apoyo social perdido y dé credibilidad a su discurso en el exterior, pero el caramelo de volver a Cataluña por la puerta grande es demasiado goloso para el expatriado expresidente de la Generalitat, que ya lo saborea como un triunfo. Por otra parte, el juego represión-reacción no siempre da los mismos resultados y no está claro que en una Europa inclinada hacia la derecha y con la mayoría de los países gobernados por nacionalistas de la nación-estado, terriblemente hostiles a las minorías díscolas y temerosos de los cambios de fronteras, el independentismo catalán vaya a gozar de muchas simpatías. Eso sí, Junts tiene que marcar distancias con Esquerra y busca también obtener votos dándole collejas al PSOE, incluso sometiéndolo a humillaciones, que no vaya a derribar el gobierno no significa que sea un aliado placentero.
Este miércoles puede llevarse el primer revés parlamentario el nuevo gabinete de Pedro Sánchez, no solo Junts amenaza, también Podemos necesita reafirmar su personalidad. El PP estaría interesado en que se aprobase un decreto que permite la llegada de fondos europeos a las comunidades que gobierna y si bloquea decisiones destinadas a paliar los efectos de la crisis sobre la ciudadanía podría salir perjudicado; además, sus discrepancias con las propuestas del gobierno pueden considerarse menores, aunque pida también otras medidas; si se abstuviese, pondría en su haber un nuevo ejemplo de sentido de Estado que lo alejaría de Vox, pero la tentación de ver derrotado a Sánchez es muy fuerte y probablemente se imponga. También es cierto que tiene derecho a pedirle al gobierno algunas concesiones a cambio de su voto o abstención, este no puede esperar que el PP se convierta en un comodín para salvar los desaires de sus incómodos socios. El gobierno no caerá, pero la bofetada sería sonora, mal comienzo de la nueva etapa, que puede convertirse en un viacrucis.
Aunque parezca que la política española se haya dividido en dos bloques que se dan la espalda, da la impresión de que en el fondo se aprecian, o quizá amen demasiado el actual statu quo. No solo el señor Núñez Feijoo ha demostrado generosidad con el adversario, la izquierda participa en el intercambio de regalos y hace todo lo posible para que el PP conserve Galicia.
Si algo se le debe reconocer a Vox es la sinceridad, su enmienda a la ley de amnistía deja claro cómo entiende la democracia: si pudiera, prohibiría prácticamente a todos los partidos políticos, salvo el suyo, el PP y alguno otro de derechas que pudiera surgir, puro putinismo. Su vía para lograr la hegemonía cultural es la prohibición y la censura. La mala educación, el sectarismo, la agresividad y el matonismo se han convertido en sus formas de actuación habituales. Parece poco discutible que es más acertado definirlo como neofranquista que como «constitucionalista», por eso pactar con ese partido envilece, aunque lo peor es que, además, contagie.
No es arriesgado profetizar que el PP ganará holgadamente en la comunidad gallega, tendrá una leve recuperación en el País Vasco y vencerá en las elecciones europeas, salvo que el señor Tellado se empeñe en conseguir que las pierda, pero Sánchez, aunque sufra, seguirá en la Moncloa. Sus mejores aliados son Vox, Jiménez Losantos y Tellado. El primero porque invita a votar a quien garantice que no le permitirá llegar al gobierno, los segundos por su empeño en radicalizar el PP y hacerlo poco distinguible de Vox, con éxito hasta ahora. Tras casi dos años de liderazgo, don Alberto, aparte de haber demostrado que habla tan mal el español como el gallego, solo conserva de su presumida moderación su tono de voz y el cambio que promete solo puede resultar atractivo para quienes han cultivado una fuerte Pedrofobia. Se sabe que quiere derogar el «sanchismo», pero todavía no se conoce qué hará después, así no es fácil que logre una mayoría suficiente para gobernar, por mucho que las palinodias del presidente faciliten su labor de oposición.
Tampoco es muy arriesgado predecir que continuarán los excesos verbales y los espectáculos teatrales en la política. No sé si los entusiastas votantes madrileños de la señora Díaz Ayuso creerán de verdad que Pedro Sánchez es comunista, pero deberían reflexionar sobre lo que, de ser eso cierto, se convertiría en un acontecimiento único en la historia de la humanidad ¡La bolsa española ha logrado en 2023 una subida récord de sus índices! ¡Quién podría esperarlo de un país gobernado por el comunismo! Hasta ahora lo normal en esos casos era la huida de capitales. Trabajo le cuesta al PP encontrar argumentos para sostener que la economía va mal, especialmente en este contexto internacional, pero lo del comunismo es tan inverosímil como que España sufre una dictadura. Es posible que se lo crean los oyentes del señor Jiménez Losantos y los fieles de Vox, a los que tengo por más propensos a dejarse llevar por la emoción que por la razón o la evidencia, pero me cuesta comprender la credulidad de tantos madrileños. Comienzo a temer que, más que la crispación impostada, la actual forma de hacer política consiga que se extienda a la sociedad la tontería.
No creo que en 2024 doña Isabel adquiera sentido del ridículo y renuncie a soltar lindezas, tampoco que don Pedro deje de rectificar, ni Vox de organizar espectáculos desagradables. El PSOE debería evitar sobreactuar en esos casos. La piñata de Ferraz fue de mal gusto, es una de esas actuaciones que pueden incitar a la violencia, llegó después de un prolongado acoso a su sede, es comprensible que esté irritado, pero no es un acto que exija la misma condena que un crimen terrorista. Reaccionaron mejor Yolanda Díaz e Iñigo Errejón, especialmente cuando se debate en las Cortes despenalizar las injurias a la corona.
Hemos visto como en EEUU se quema en manifestaciones, en retrato o en efigie, a presidentes como Donald Trump y también a la propia bandera o a las de otros estados, algo que se considera un ejercicio de la libertad de expresión. No es un caso único, los jefes de estado o de gobierno están expuestos tanto al rechazo como al aplauso. Vox da motivos suficientes para la crítica o la condena como para que sea oportuno sacar de quicio algo no demasiado relevante. En cualquier caso, cuantas menos prohibiciones se lleven al código penal mejor, dejémosle la funesta manía de prohibir a la derecha; perdón, dejémosle el monopolio de promover prohibiciones, pero impidámosle con inteligencia que consiga hacerlas efectivas.
El nuevo ministro de Economía causa buena impresión, es importante recordar que pocas medidas progresistas se pueden implantar si no hay dinero. Nadia Calviño ha hecho una buena labor en momentos difíciles. Han mejorado las prestaciones sociales, han subido las pensiones y ha habido ayudas que han contribuido a moderar los precios y facilitar el uso de servicios públicos como el transporte, lo que no solo alivia los efectos de la inflación, sino que contribuye a disminuir el uso de los contaminantes vehículos privados. Todo ello con un déficit y una deuda altos, pero controlados, que sitúan a España mejor que a Italia o Francia. Este año será necesario realizar ajustes, lo importante es que se logre hacerlos con crecimiento, sin que aumente el paro y sin que el peso de los recortes caiga sobre los que menos tienen.
También se ven en Asturias signos positivos. Fue una buena decisión que por las vías de ancho europeo y alta velocidad circulasen trenes de mercancías. No solo se acortará el viaje para las personas que deban desplazarse por motivos de trabajo, familiares o turismo, sino que se estimulará la actividad industrial y comercial. Es relevante que esto haya conducido a redescubrir la importancia del Musel y de la hasta ahora abandonada ZALIA. Sonaba a broma que, desde algunos medios, por miopía o por rechazo a todo lo relacionado con Gijón, se la cuestionase por no haber captado empresas cuando carecía de accesos y de los mínimos servicios, ahora se está en camino de solucionarlo.
Es bueno para Gijón y para Asturias el entendimiento entre el PSOE y Foro, que no hay razón para que se interponga en el pacto con IU. Reconforta la avenencia sobre las estaciones y el metrotrén, aunque queden aspectos pendientes. También Oviedo puede sentirse satisfecha por la aprobación del convenio para la Vega, otra muestra de colaboración entre administraciones y partidos de signo distinto. Asturias ha dejado de perder población y ha crecido ligeramente en 2023, una buena señal, que se contempla con cierta envidia desde León.
La situación internacional no induce al optimismo. La guerra de Gaza terminará, aunque todavía habrá demasiadas víctimas inocentes antes de que eso suceda, pero no hay muchas esperanzas de que se plantee una solución razonable para los palestinos. La de Ucrania se prolongará y tampoco hay perspectivas de que pueda tener un final satisfactorio. Las elecciones que afectarán a medio mundo solo pueden ser contempladas desde la incertidumbre. El riesgo de victorias de la derecha nacionalista, sectaria y populista es demasiado grande en EEUU, Europa y la India. Más esperanzador es lo que pueda suceder en el Reino Unido y en Portugal. En Rusia no caben dudas sobre el resultado, pero eso tampoco anima.
Comentarios