Ventana al optimismo

OPINIÓN

María Pedreda

09 ene 2024 . Actualizado a las 05:00 h.

En el año que acabamos de dejar atrás, muchos temían que el retroceso demográfico de Asturias marcase un nuevo hito con la pérdida del millón de habitantes y, con ello, cayese sobre nosotros perpetuamente la sombra del declive, que tanto nos ha acompañado desde las crisis de los años 70 y 80. El envejecimiento, el menor atractivo de la región para emprender iniciativas de todo tipo y la falta de dinamismo económico, nos dejaría poco a poco convertidos en una reserva verde (y matorralizada), lugar de recreo o refugio de los calores del Sur y del Levante, pero en la insignificancia decadente.

La profecía, al menos la poblacional, esta vez no se ha cumplido, pues ya en el primer semestre de 2023 la población creció por primera vez desde 2009 (a 1 de julio de 2023, el incremento era de 2.832 habitantes respecto del año anterior, según el Instituto Nacional de Estadística), sobre todo por el saldo migratorio positivo. Hemos invertido una tendencia que se presentaba como fatalidad irremediable, asumida hasta hace bien poco por casi todos. En el plano económico, se suman las buenas señales. La tasa de actividad, aunque sigue siendo la menor de España, también ha crecido de manera sostenida durante todo 2023 (51,68% en el tercer trimestre).

Se crea empleo (380.073 afiliados a la Seguridad Social, la cifra más elevada desde 2009) y, aunque el paro sigue en cifras muy importantes (13% en el tercer trimestre, según la Encuesta de Población Activa), se ha reducido respecto del año anterior (15,40% en el mismo periodo). A pesar de las muchas debilidades y de tener un motor productivo de insuficientes dimensiones (pocas empresas medianas y un sector privado de reducido tamaño), en 2023 la constitución de sociedades mercantiles aumentó un 15% y el capital invertido creció el 134%.

El año pasado ha sido, por lo tanto, un ejercicio a todas luces positivo. Estamos en un buen punto de partida para culminar los procesos de transformación productiva y la descarbonización de la industria. Y, con los relevos generacionales, se ha consolidado el cambio de actitudes que tanto se demandaba hace unas décadas. Sabemos que nadie nos sacará las castañas del fuego si no somos nosotros mismos; que la iniciativa privada importa y mucho (la acogida social al emprendimiento ha cambiado sustancialmente); que sin crear riqueza no podremos sostener el nivel aceptable de servicios públicos de nuestra Comunidad (se han resentido severamente con la pandemia pero siguen siendo apreciables); y que debemos proteger el frágil equilibrio entre las preocupaciones sociales, culturales, medioambientales y económicas.

En ese contexto más halagüeño, reemplazar al fin el tortuoso acceso ferroviario de la rampa de Pajares (que hay que conservar para mercancías o fines turísticos) por la comodidad de la Variante, en efecto tiene el carácter simbólico de cambio de etapa, recobrando esa sensación casi perdida de que las cosas pueden funcionar, de verdadero progreso en suma. No estábamos aislados antes de este acontecimiento, pues nuestra economía ya estaba internacionalizada, las redes de carreteras levantaron la primera gran barrera hace tiempo y los hábitos y composición social ya eran los propios de una sociedad abierta. Pero, observando por la ventana del tren la sucesión de túneles de la Variante, podemos permitirnos la licencia de ser momentáneamente optimistas, pues el paso dado para consolidar una Asturias conectada, con más oportunidades y que pueda confiar en sus posibilidades es notable.

 No es la primera vez que se nos escapa de las manos un cambio de ciclo, cuando lo teníamos al alcance de la mano. A partir de 2008, el impacto de la Gran Recesión en Asturias se produjo cuando la actividad económica y las inversiones en grandes infraestructuras y equipamientos públicos ya nos permitían pensar en un entorno mucho más favorable. El batacazo de aquel lustro de crisis aguda fue considerable, una vuelta a la desesperanza más honda. Y algo parecido nos sucedió con los efectos de la pandemia, que hemos superado pero con el lastre de la deuda pública (109% del PIB en España, al tercer trimestre de 2023), con el tejido social dañado, la confianza en las instituciones bajo mínimos y con un entorno global ingobernable y peligroso, que evidentemente nos condiciona.

Ninguno de los logros alcanzados resistiría acontecimientos sobrevenidos (y no digamos, otro cisne negro) como los que amenazan la estabilidad mundial, las crisis multidimensionales que barren periódicamente el planeta, los conflictos que proliferan o la inseguridad ambiental que nos atenaza. Ante ellos, cualquier región pequeña como la nuestra no deja de ser un barquito de papel en medio de la tormenta.

Aun así, al menos ahora tenemos las velas desplegadas y bastantes de las circunstancias de la navegación juegan a favor de esta región. Escarmentados de frustraciones pasadas, las expectativas que manejemos siempre habrán de ser modestas. Pero podemos intentar valernos por nosotros mismos y adentrarnos en una fase distinta de crecimiento, sostenible y que beneficie a la mayoría social. Aunque apelemos y participemos de la solidaridad entre territorios (a todos los niveles, también en nuestra propia realidad regional), tenemos potencial endógeno suficiente sin necesidad de ser rescatados, colonizados o aleccionados condescendientemente (y quien intenta hacerlo, fracasa).

Ya toca superar definitivamente el atávico pesimismo asturiano, que ya no sería la actitud del reconvertido (el de la pintada «tenemos que ser optimistas» de la magistral fotografía de Bauluz) ni tampoco la del optimista bien informado, sino la del recalcitrante que no sabe reconocer los esfuerzos colectivos. Los que hacemos todos los días, quienes aquí vivimos y trabajamos, para que esta región merezca la pena.