El próximo día 20 de febrero se cumplirá una década desde que comenzó la invasión rusa de Ucrania, con la ocupación de la península de Crimea, situada en la costa septentrional del mar Negro. Asimismo, el 24 de febrero se cumplirán dos años desde el inicio de la actual guerra que Rusia le ha declarado a Ucrania, y que arroja un balance de unos 10.000 civiles muertos, según el alto comisionado de la ONU, Volker Turk. Y lo peor de este balance es que la guerra sigue, sin una expectativa real de que vaya a concluir pronto.
De hecho, parece que ahora todos están más pendientes de las elecciones en EE.UU., con un expresidente Donald Trump que puede acabar en la Casa Blanca… o en la cárcel. Según lo que ocurra, el resultado tendrá muy diferentes consecuencias para Ucrania, que en realidad solo cuenta con el apoyo, hasta ahora inquebrantable, de la Unión Europea, pero ya con un incierto respaldo de Estados Unidos en el futuro.
El presidente ucraniano, Volodímir Zelenski, ha agradecido públicamente el «crucial» liderazgo norteamericano, tras recibir un nuevo paquete de ayuda económica y militar cifrada en 250 millones de dólares (unos 225 millones de euros). Algo reseñable, porque Washington ya ha hecho entrega de una treintena de paquetes de esta condición desde el inicio de la invasión rusa en febrero del 2022.
Zelenski ha manifestado su disposición a reunirse con el presidente ruso, Vladimir Putin, pero no acepta que Crimea siga siendo parte inalterable de Rusia, ni que Donetsk y Lugansk figuren como estados independientes. Porque Ucrania sigue luchando básicamente por recuperar su integridad territorial y solo aceptaría «un estatus neutral» como parte de un acuerdo con Rusia. Algo que sigue siendo inaceptable para Vladimir Putin. Lo cual sigue llevando a los analistas a la conclusión de que el final de la guerra Ucrania-Rusia aún puede estar lejos. Porque las posiciones confrontadas no acaban de perfilar un horizonte de acuerdo capaz de restituir la paz.
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