50 años de una escalada que fue un gran paso para la Humanidad

OPINIÓN

César Pérez de Tudela, Pedro Antonio Ortega, José Angel Lucas y Miguel Angel García Gallego en la subida al Picu Urriellu
César Pérez de Tudela, Pedro Antonio Ortega, José Angel Lucas y Miguel Angel García Gallego en la subida al Picu Urriellu

23 dic 2023 . Actualizado a las 05:00 h.

Febrero de 1973. Duro invierno en el norte de España, como todos los inviernos antes de la última evolución climática conocida por la Humanidad. Picos de Europa, fascinantes, misteriosos y complejos en todas las estaciones, pero en la estación de las nieves eternas aún más.

1973 podría haber sido un año más en la vida de Picos de Europa. Pero no fue así. Ese año el Picu, el Urriellu, el Naranjo de Bulnes marcaba un nuevo hito en la historia de la noble ambición humana que algunos llamamos superación.

El «general invierno», que tantos sueños había alimentado y truncado en Picos de Europa, iba a ser desafiado de nuevo, con el sincero anhelo de un grupo de jóvenes alpinistas españoles de hacer cumbre por la cara oeste en el Picu.

No era la primera ascensión invernal al Urriellu, pero si fue la primera ascensión invernal a la cara oeste de esta cumbre que culminó con éxito. Años de esfuerzos y tragedias personales habían precedido a esta gesta, que significó un gran paso para la Humanidad.

César Pérez de Tudela, Pedro Antonio Ortega, José Angel Lucas y Miguel Angel García Gallego en la subida al Picu Urriellu
César Pérez de Tudela, Pedro Antonio Ortega, José Angel Lucas y Miguel Angel García Gallego en la subida al Picu Urriellu

Aquel 8 de febrero de 1973 cuatro alpinistas españoles que hoy son leyenda, lograron lo que hasta entonces había sido imposible. Eran César Pérez de Tudela, Pedro Antonio Ortega, José Angel Lucas y Miguel Angel García Gallego. El más veterano de todos - con poco más de 30 años - era César, y los otros tres tenían poco más de 20 años. Pero en ese momento todos eran ya expertos escaladores. César era, por entonces, el más conocido del grupo, no solo por su currículum deportivo y su actividad televisiva, sino por hacer participado, en los años precedentes, en los rescates de las cordadas que no lograron hacer cumbre por la oeste en invierno, y que tuvieron un dramático final.

Esta ascensión tuvo mucha miga, y mucho escribieron sobre ella personas de alta cualificación y experiencia en la montaña. Pero cuando cumple medio siglo, con la perspectiva que da el tiempo - en este caso cronológico -, hay algunos matices que la hacen esencial para entender los mecanismos de la superación, para entender la energía que mueven los sentimientos, y para entender que sin los valores que nos hacen humanos no hubiera sido posible en el momento en el que ocurrió.

Estos cuatro chicos no eran una cordada, eran dos, pero en el último tramo de vía se unieron, y lo que es más importante, se ayudaron para llegar juntos. Por entonces no había espónsores con exigencias de competitividad extrema, ni «postureo» en redes, ni otras conductas derivadas de exigencias marketinianas y de mercado.

Eran cuatro chavales, amantes de la escalada y de la montaña: un extremeño, un murciano y dos madrileños, unidos por afinidades y valores.

No tenían muchos medios, porque España no tenía muchos medios, y la Asturias cabraliega, la Asturias de los Picos de Europa tampoco tenía muchos medios. Aquello del estado del bienestar era un sueño más bien americano. Pero ellos eran españoles, y allí estaban aquel febrero del 73, en el refugio de Urriellu, con una expresión que dejaba entrever las ganas de aventura, el miedo, la incertidumbre y el «allá vamos con un par».

Porque efectivamente los medios eran escasos. Solo hay que observar la equipación, la tecnología de comunicación, la organización para un posible rescate en condiciones extremas, los víveres, las condiciones técnicas para una predicción meteorológica certera, etc.

Estos cuatro chavales se habían hecho a sí mismos en las lides alpinísticas, en un país en vías de desarrollo en aquellos años 70, que había llegado hasta ese punto tras una durísima y restrictiva posguerra.

Y con todo y con eso, marcaron varios hitos. Pusieron a España, y por tanto a Asturias, en el mapamundi de la escalada internacional. A partir de ahí, todo lo relacionado con el alpinismo en Picos de Europa conoció una difusión, un seguimiento y una pasión, que nunca antes había acontecido.

César Pérez de Tudela, Pedro Antonio Ortega, José Angel Lucas y Miguel Angel García Gallego en la subida al Picu Urriellu
César Pérez de Tudela, Pedro Antonio Ortega, José Angel Lucas y Miguel Angel García Gallego en la subida al Picu Urriellu

Abrieron la puerta a la democratización de la escalada. El montañismo en su más alta expresión dejaba de ser un coto para personas de clase alta o acomodada, y se transformaba en una opción para todos (obviamente para todos los que tuvieran condiciones y vocación).

El mundo de los rescates en alta montaña, de las escuelas de montaña, de los guías de montaña, de los refugios, de las ascensiones, de las rutas, de la aventura comenzó progresivamente a experimentar una eclosión y evolución decisiva para el deporte y el amor por la naturaleza en nuestro país.

Aquellos héroes, cuyo corazón estaba lleno de sencillez y humidad, fueron dos y dos, que supieron sumar cuatro, y con el paso del tiempo se convirtieron en miles. En miles de aficionados, de vocaciones, de deportistas, de turistas.

Lamentablemente, de aquellos dos y dos, solo nos quedan dos con vida, uno de cada cordada. César y Miguel Ángel. José Angel Lucas perdió la vida aquel mismo año, en su medio natural, en la montaña, y el Ardilla falleció también prematuramente de una cruel enfermedad.

Los dos que nos quedan tienen mucho que contarnos, porque nunca está todo contado de momentos que son irrepetibles como el de aquel febrero del 73, donde el romanticismo, el idealismo, el coraje, la valentía y el compañerismo latieron con fuerza entre las poderosas montañas astures. Así eran los pioneros del siglo XX.