Mercados y villancicos

OPINIÓN

Un operario coloca luces de navidad en Oviedo
Un operario coloca luces de navidad en Oviedo Paco Paredes | EFE

24 dic 2023 . Actualizado a las 05:00 h.

Importantes literatos, también humoristas, elucubraron sobre lo que debería ser un artículo, más o menos literario. De todas las teorías, la que más me gustó, fue la de Camilo J. Cela, que, en su mejor época, la del año 1954, en Palma de Mallorca, distinguió entre lo que es un artículo y un apunte carpetovetónico. Lo recuerdo en esta víspera festiva de la Nochebuena, tan de zambomba y de Papá Noel, en la que nació el Niño que fue Dios.

Distinción difícil para un español entre lo uno y lo otro, pues, al explicarse con letras, palabras y oraciones, «sale» lo rancio, por ser el autor un carpetovetónico. Los catalanes y vascos de eso último es que se pasan de rosca, siendo esa la explicación de tanto exceso y majaderías. Y es que el artículo, por lo contrario, al exigir la articulación y tener que articularse, resulta frío, de cálculo; puede ser de arte. A eso se llamó hilvanar o embastar un artículo.

Y «apuntes carpetovetónicos» que, como escribiera Cela en el Prólogo a El gallego y su cuadrilla, recuerdan versos de las Coplas de la panadera, sobre el ímpetu «ventoseador» de un hidalgo o clérigo toledano, no del delicado y frágil Gustavo Adolfo Becquer, que decían: «¡Qué pedos tan grandes tiraba, que se oían en Talavera!». Y uno de los subtítulos se titula Vicisitudes de un barbero psicólogo, que empieza así: «La barbería era pequeñita y un tanto destartalada y se llamaba modestamente La Higiénica». Allí había frascos de fijador verde, como la alfalfa, y navajas de matarife, así como dos tiras de pegamoscas colgadas del techo.

Mercados de Navidad, que en Alemania son casetas muy iluminadas, para beber vinos calientes y comer salchichas largas, atadas en sus extremos, pálidas las de cerdo, como las babas de los caracoles de Borgoña, y coloradas las de ternera, que rebosan los panes cortos, haciendo bocadillos, con untos de mayonesa, tomate o mostaza; de pollo frito, nada. En las plazas del Norte, entre agujas góticas de catedrales y teclados de carillones y acordeones, las figuras o muñecos del pastoril Pesebre, estáticas, dan vueltas y vueltas en su carrusel, como hacen los tiovivos. Una «Mamá Noel» recitaba, a gritos y en danés, el triste cuento navideño de Andersen, El último sueño del viejo roble.

Los mercados de Navidad de aquí son distintos, pues la variedad es mayor, siendo apoteósico el mercadeo mercantil; lo comestible no es de estos mercados, estando en otros sitios, aunque cercanos. Las músicas de Belenes llegan al cielo y en la tierra se computan tarjetas de cambistas con números secretos. En Oviedo hay «merca/zocos» en casonas de perifollos o perejiles, y «mercadillos» en hoteles y plazas. La cosa es tan artística, que más de uno o de una, paseando por la Rúa o Cimadevilla, cogió el «síndrome de Sthendhal», pues Oviedo es como Florencia.

En El Fontán, las bellas florerías, que están donde antes se vendían toscas madreñas y se comían tortillas de merluza (Casa Bango), en estas fechas de Fiesta ganan y no paran, vendiendo plantas rojas y musgos grises. Ahora, los domingos al Fontán también se llama «rastro», impensable en tiempos atrás, que «rastro» era sinónimo de lo más pobretón: El Rastro estaba en el Campillín, lugar de gatos, y que, para entrar, por haber allí mucho pecado, había que persignarse antes. Y tiempos, los de Bango, en que, a diferencia de los actuales, tan mal visto estaba el que los hombres cocinasen. Y todo allí lo mira la torre soltera y sin hermana de la Iglesia de San Isidoro.

La derecha gobernante en Oviedo y en Gijón es de mucha luz en las calles, pues, para luces, las de la derecha, a pesar de las sombras, que son, como fantasmas que tanto asustan en noche de tormenta. La izquierda es más apagada, con excepción del alcalde de Vigo, tan de jaranas, ahora muy alegre, y muy triste siendo Caballero y Abel con Felipe G. Luces, las de la Navidad, con las que unos se ponen las botas y otros ganan votos. Y es que como dijera el catalán Plá, siempre fue así: El capitalismo es el que paga los gastos del socialismo.

¡Qué triste está ese muro tan oscuro, que mira en Oviedo a La Escandalera, que antes fue de la Caja de Ahorros de Asturias! ¡Qué triste, tan oscuro, está ese otro edificio, que mira en Gijón a la Plaza del Carmen, que antes también fue de la Caja de Ahorros de Asturias! ¿Acaso este año no tendrán dinero para colocar en las fachadas «lazos», que, siendo rojos, parecían cangrejos colocados en forma de conos (con ene)? ¿De quién serán hoy esos edificios? Por estar en Navidad, no lo digo. Y exclamo lo otro: ¡Viva Asturias, el Principado y la madre que los parió!

Y menos mal que en Oviedo, en la Plaza de la Catedral, en el edificio que fue de la Caja de Ahorros, vendido a quien fue dueño de Villa Magdalena, aún lucen cuatro grandes faroles artísticos, como si dijeran «aquí seguimos a pesar de todo». Y ¡cuántas explicaciones sobre la Caja deberán darnos a los asturianos los socialistas, de ahora y de antes, y sus aliados, los del PP, no sabiendo quiénes fueron los tuertos y los ciegos! Y aprovecho para recordar lo de Josefina Carabias, tan creída: «Al escritor le conviene repetir mucho las cosas porque con solo decirlas una vez, no se entera casi nadie». Pues eso.

Siempre que me acerco al Campillín, caminando por la eclesiástica calle Magdalena, de tanta procesión de viáticos y de curiales con teja, yendo a San Isidoro, donde tanto predicó el coadjutor don Luis Legazpi, pienso en eso tan sospechoso: a Oviedo gustan los diminutivos, pues es la Ciudad de Pinín; es la única en la que hay un «Escorialín», sin campo de Golf al lado ni golfantes, y donde llaman del «Oviedín del alma» a los ovetenses que son de aquí, de toda la vida y de puras cepas o ceporros, aunque hayan nacido en otras aldeas asturianas.

Tanto «in» resulta sospechoso; efectivamente, encuentro en ello el revés o la otra cara: la «ferocidad» de los ovetenses tan probada, por unos y otros, en la pasada Guerra Civil y después. Reconozco que de los del «Oviedín del alma» no me fío; me fío más de los del carballÓN.

Fue en puesto de Rastro, en El Fontán, hojeando el libro a la venta Cómo se comenta un texto literario (1974), siendo sus autores Fernando Lázaro Carreter y Evaristo Correa Calderón. Vi que en varias páginas había un sello redondo en el que leí: «Centro Coordinador de Bibliotecas», de Oviedo. Recordé que en los finales años sesenta del pasado siglo, en el Palacio del Conde de Toreno, en la Plaza Porlier de Oviedo, había una biblioteca de aquel Centro, en el que estudiaban estudiantes de Derecho y de Filosofía y Letras, mirando a Altamirano.

Los de Derecho pedían en préstamo libros de Derecho Romano, de José Arias Ramos y Ursicino Alvárez Suárez, y los segundos, la muy gorda, más de mil quinientas páginas, Historia de la Literatura Española e Hispanoamericana, de Díez Echarri y Roca Franquesa. Los funcionarios de la biblioteca que prestaban los libros llevaban un mandilón azul, sin duda, para protegerse del polvo de los libros de antes, siendo los libros de ahora polvo y nada más que polvo, como repito a mis amigos editores, a los que reprocho que lo único que pretenden es ganar dinero.

Por la procedencia dudosa, adquirido el libro, hubiese tenido que depositarlo en la entidad del Principado, heredera del Centro Coordinador, por lo que no lo compré. Un texto comentado en él, fue un canto poético de tema navideño, una composición poética de arte menor, un Villancico, acaso el más leído y cantado de Lope de Vega, el llamado Fénix de los ingenios, que empieza así: «Las pajas del pesebre, niño de Belén, hoy son flores y rosas, mañana serán hiel». Un escritor, Lope Félix de Vega Carpio, sacerdote, de muchas comedias, el teatro lopesco, más de doscientas, y de muchas mujeres (Filis, Belisa, Micaela, Juana y Amarilis). La pluralidad de mujeres no fue impedimento para que el Papa Urbano VIII le concediera el título de «Frey».

Confieso que este Lope, tan de Trento y de la Inquisición, siempre me cayó mal, pues preferí al manco de cuerpo y entero de alma, el que dijo, estando ya muy enfermo, al estudiante Pardal, caballero en burra, entre Esquivias y Madrid, lo siguiente: «yo soy Cervantes, pero no el regocijo de las Musas ni ninguna de las demás baratijas dichas. Vuesa merced vuelva a cobrar su burra y suba y caminemos en buena conversación lo poco que nos falta de camino». Ni los romances, las letrillas, los bailes, las coplas y los villancicos de Lope disminuyeron la arrogancia del Fénix. El entierro de Lope fue interminable y al de Cervantes, en las Trinitarias Descalzas, fueron cuatro gatos/pelagatos.

Ramón de Garciasol, de obligado recuerdo a su loco libro, Cervantes y el Quijote, tan loco como el hidalgo manchego, escribió: «López de Vega, insuperable en el teatro, destroza cuanto puede hacerle competencia». Al manco sólo le quedó protestar en «prologuillos». Y Jordi Gracia en 2016, sobre Cervantes, escribió: «De Lope, lo lee todo sin duda, pero cuadra muy mal con la sensibilidad de Cervantes la apología de la Contrarreforma de Lope de Vega, aunque hubiésemos oído a Cervantes efusiones parecidas en su juventud marcial y valentona, inexperta y militar».

Pues eso, cantamos con disfraz de Navidad, que vamos a Belén, a dormir como pastorcillos entre las pajas del pesebre, siempre pajas, que «hoy son flores y rosas, mañana serán hiel» y siempre pajas, nunca pañitos bordados ni tapetes.

La calle Fruela de Oviedo, que antes fue tanto, por tiendas de Las Novedades y La Panoya, ahora es nada, estando entre ella y la calle Uría, en la Escandalera, la de los escándalos siempre, la bandera imponente de la Patria, que tantos afanes, ansias o eros para besarla provoca. Eso ocurre en Oviedo, pues en Gijón, gobernada durante tantos años por la izquierda, no hay bandera semejante.

Entre ambas ciudades, una Oviedo, de mucho «in», y otra Gijón, de mucho «on», lo que más la iguala es haber en ambas una turronería parecida, de apellido Verdú, de toda la vida y nada que ver entre sí, que en Navidades están a tope, vendiendo dulces que llevaron los bereberes a Alicante, y de allí, los Verdú trajeron a Asturias, que es tierra para la Reconquista, sucursal de un Banco andaluz, y de reyes godos su peculiar Monarquía, empezando por Pelayo, godos aquí, cuando no había ya allí, en Toledo.