Un partido político que elige para elevar la moral de la tropa la canción El muerto vivo, con su estribillo de «no estaba muerto, estaba de parranda», está políticamente más muerto que vivo, por más que sus dirigentes se empeñen en chapotear en el agua levantando la mano para tratar de sobrevivir. El tema popularizado por el cantante Peret fue el escogido por Podemos para dar el pistoletazo de salida a la que puede ser su última aparición en unas elecciones de carácter nacional. Los dirigentes del partido morado saben mejor que nadie que su tiempo se ha agotado. De lo contrario, jamás habrían transigido con las condiciones impuestas por Sumar, la plataforma escogida por la vicepresidenta segunda para separarse de la que fue su casa, que les condenaba a aspirar a un máximo de cinco escaños, prohibiéndoles expresamente que la número dos del partido y exministra de Sanidad, Irene Montero, formara parte de la papeleta electoral.
En contra de lo que dice la canción, Podemos estaba muerto, aunque quizá sus dirigentes hayan estado de parranda durante la época en la que tuvieron que hacer una transición desde la calle y las asambleas universitarias a las instituciones y la dura política del día a día. Las próximas elecciones europeas dictaminarán probablemente la desaparición del partido fundado por Pablo Iglesias. El que hayan escogido como candidata para esas elecciones a Irene Montero, probablemente la figura más desgastada del partido después de que Iglesias abandonara el liderazgo de un portazo, pero manteniéndose como referente de la formación desde una cómoda atalaya mediática sin la obligación de ir cada martes al Consejo de Ministros, es el mejor indicativo de la desconexión de Podemos con la calle. Esa que, según decían, era la que ellos venían a representar frente a una casta indigna que se repartía los sillones marginando a los trabajadores.
Podemos ya no representa a casi nadie y buena parte de ese hecho hay que apuntárselo al propio partido, que ha naufragado políticamente allí donde le ha tocado ser parte del Gobierno y no chillona oposición. España parece haberse sacudido el sarampión del populismo más extremo una vez que Sumar se ha convertido en una fuerza política más en el modelo político, que cuenta con unos exiguos 26 diputados, moviéndose así en las cifras que representaba Izquierda Unida en su apogeo. Pero todo indica que si por la izquierda el panorama político empieza a despejarse para regresar a la situación de un partido hegemónico como el PSOE, en el que probablemente acabará subsumido Sumar por la escasa diferencia de los mensajes, ocurrirá lo mismo más pronto que tarde en la derecha.
El populismo de Vox, que sirvió de alimento a la izquierda más radical, parece haber agotado también su crédito, y para llamar la atención necesita recurrir a eslóganes tan extremos como esa previsión de Abascal de que Sánchez acabará colgado por los pies. Habrá limpieza también en la derecha y España volverá al bipartidismo clásico.
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