Continuando con las fundaciones

OPINIÓN

Foto de Ángel Áznarez en el Banco Central Europeo.
Foto de Ángel Áznarez en el Banco Central Europeo.

17 dic 2023 . Actualizado a las 09:58 h.

Empezamos la pasada semana con Manuel Vicent, que se explicó en conversación agraciada en la sede de la «Fundación Juan March». Ese escritor escribió una novela, Tranvía a la Malvarrosa, que es de sentimientos, añoranzas y arrumacos de adolescencias, siendo la valenciana playa de La Malvarrosa y el tranvía que hasta ella llegaba, elementos importantes de la historia. El libro, según el autor, fue «la memoria de unas sensaciones temporales del Mediterráneo, de la Valencia de los años cincuenta». Miguel García Posada, que hizo la crítica literaria del libro (Tranvía a la Malvarrosa), publicada en Babelia el 3 de diciembre de 1994, trascribió la siguiente frase del mismo Vicent, la cual resume la novela: «Yo no quería ser un portador de valores, sino un gozador de placeres efímeros». 

Ese tranvía valenciano a muchos de Avilés hizo recordar al suyo, también de color amarillo, con parada junto al Parque del Muelle, enfrente del Café Colón, adonde llegaba desde Villalegre y de allí circulaba hasta Arnao. Las playas de San Juan de Nieva o de Salinas, con el tranvía bordeando primero la ría, con olor a mar, y luego, entre pinares olorosos, fueron para los avilesinos lo que fueron para los valencianos la playa de la Malvarrosa y su tranvía. Un avilesino podría también escribir como el valenciano: «La memoria de unas sensaciones temporales del Cantábrico, del Avilés de los años cincuenta».

Y ¡qué curioso! El «carrito» de helados, con ruedas de madera, en el parque de Avilés, tenía el letrero de Los Valencianos, habiendo en exclusividad un colorido helado verde, con fragancia y sabor de menta. Tan original y propio de Avilés era el «helado verde», que no lo había en Oviedo (heladerías Los Italianos, en la calle San Francisco, y Verdú, en Cimadevilla), ni en Gijón (heladerías Los Valencianos, Verdú, Los dos Hermanos y La Ibense.

También en la Fundación Juan March, el periodista y politólogo, José Ignacio Torreblanca, el 11 de marzo de 2019, en una entrevista sobre Populismo y fake news, dijo: «Los periódicos, antes, no ganaban dinero; fueron siempre adoptados por filántropos que consideraban que la existencia de los periódicos era un bien social a proteger y cuidar en beneficio de la democracia. Y hubo otra época en la que se ganó mucho dinero con el periodismo, y eso casi fue un mal, en el sentido de que hace difícil volver a la filantropía».

Después de esas afirmaciones, Torreblanca añadió que pudiera ser que en un futuro el periodismo deje de existir; que ya no tenga un futuro como negocio como lo tuvo antes, y reconociendo que los mismos que ganaron mucho dinero con el periodismo, van a tener difícil volver a la filantropía. Puso como ejemplo al periódico Washington Post, donde su actual propietario, el dueño de Amazon, está haciendo alarde de filantropía, considerando que el periódico es un bien público a proteger, «necesitando el mercado de ese tipo de intervenciones».

Son interesantes las palabras de Torreblanca, pues en torno a los periódicos, ese llamado «bien público a proteger», se contraponen, de una parte, un pasado filantrópico, y de la otra, un pasado de negocio, en el que se ganó mucho dinero, por ser un magnífico negocio. No lo dice de manera expresa, pero se pueden deducir de las palabras de Torreblanca una cierta inquietud, en el tiempo presente, sobre las empresas periodísticas, a las que será difícil ganar lo de antes, tan acostumbradas a ello. ¿De dónde habrán de salir «los millones» que ahora faltan?

Mal asunto, malum signum, si la «política» habrá de subvencionar la prensa, incluso con la apariencia de las más decentes maneras. Así se perderá la credibilidad, base del periodismo, pues el periódico será una fake news en manos de los financiadores políticos. En la entrega de los Premios Ortega y Gasset de periodismo, en mayo de 2006, Manuel Vicent, que también es un tratadista de la prensa, dijo tres cosas importantes: Que el periodismo es el género literario de nuestro tiempo.   Que hizo bien Dylan Thomas al afirmar que un buen periodista debe procurar ante todo ser bien recibido en el depósito de cadáveres. Que el éxito de un periodista no consiste en ser leído, sino en ser creído. La credibilidad es su único patrimonio».   ¡La gran caraba o el acabose!

José Ignacio Torreblanca situó lo filantrópico y las fundaciones en el ámbito propio, allí donde hay bienes sociales a proteger, no dejando que sean arrasados por el ánimo de lucro que todo lo puede. Y habrá que estar especialmente vigilantes para que ciertas apariencias de filantropía no sigan escondiendo ánimos de lucro, que son, con aprovechamientos engañosos, unas vulgares estafas. Ya lo explicamos el domingo anterior: es verdad que lo gratuito está desmerecido frente al lucro, pero también es verdad que ciertos alardes de generosidad y de amor al prójimo, filantrópicos, se aplauden y tienen «buena prensa»; eso lo saben aquéllos que en «los otros o prójimos» sólo ven objetos o piezas para su enriquecimiento; deshumanización que simula o finge lo contrario. Filántropos que llevan dentro secretos de rufianes. Y lo tengo claro: ni quiero rufianes ni beatos.

Es significativo, para reflexionar sobre lo «gratuito», que la primera Ley de Fundaciones, la 30/1994, de 24 de noviembre, sea también de «los incentivos fiscales a la participación privada de interés general», y que la segunda Ley, 50/2002, de 26 de diciembre, de las Fundaciones, vaya precedida de la Ley 49/2002, de 23 de diciembre, sobre «el régimen fiscal de las entidades sin fines lucrativos». Es como si lo filantrópico y generoso exigiere el ahorro, el mucho ahorro fiscal, en este caso. Es interesante copiar lo que dice la Exposición de Motivos de la Ley 30/1994:

«La situación actual es la de una maraña legislativa constituida por reglas dispersas y dispares, con una vigencia e incluso validez más que dudosas y del más variado tipo. Se hace imprescindible, por consiguiente, simplificar el sistema dotándole de claridad y racionalidad y reforzando la seguridad jurídica, al tiempo que se facilita la labor de los destinatarios de las normas».

La situación caótica de lo gratuito, de lo fundacional y filantrópico en la tradicional Historia del Derecho español, llegaba hasta el punto de hacer temible en las oposiciones al título de Notario, el tema 17, que era de las «Fundaciones y su régimen jurídico», antes de la ley de 1994.  Y menos mal que el gran civilista Federico de Castro, en el año 1972, publicó un libro «Temas de Derecho Civil», uno de los cuales fue «La persona jurídica tipo Fundación», y un libro más ligero que su otro libro, el pesado Derecho Civil de España, publicado por el entonces Instituto de Estudios Políticos, tan del Régimen de entonces, en el año 1955.

En el libro de Castro, el tema dedicado a las Fundaciones, comenzaba así: «Hasta época bien reciente, la fundación ha sido figura jurídica descuidada por nuestra doctrina. A lo que se une el desinterés del legislador, si bien la menciona en el Código Civil, abandona después su regulación a viejas disposiciones administrativas».  Y se citan entre otras la Ley de 20 de junio de 1849, los Reales Decretos de 6 de julio de 1853 y 14 de marzo de 1899, y la legislación sobre Fundaciones laborales en tiempos de Franco. Todo ese inmenso barullo o batiburrillo se encuentra aún en las confusiones y/o trampas sobre el negocio jurídico fundacional, en especial, la dotación, y en la función de vigilancia del Protectorado, siendo clave, muchos se aprovechan de las inoperancias de la Administración española.  Y ello a pesar de los intentos de clarificar el régimen jurídico de las Fundaciones por las leyes de 1994 y 2002, dictadas por exigencias del reconocimiento del llamado «derecho de Fundación», para fines de interés general por mandato del artículo 34 de la Constitución de 1978. 

La Ley 26/2013, de 27 de diciembre, de Cajas de Ahorros y Fundaciones bancarias, añadió más follón al barullo, o más meollo al bollo. En el Preámbulo de dicha Ley, se explica: «En lo que respecta a las fundaciones bancarias, estamos ante una figura novedosa para el ordenamiento jurídico español». Muchos problemas plantean esa Legislación y sus «novedosas» fundaciones, que de ellas no supieron los entonces operadores, muy ignorantes, exigiéndose para la extinción de las tradicionales Cajas de Ahorros, un (a) tener que traspasar el patrimonio afecto a su actividad financiera a otra entidad de crédito, y un (b) tener que transformarse en fundación bancaria.

A antiguos directivos de las Cajas de Ahorros no les bastó haber contribuido a la ruina financiera de las instituciones que presidían, desde los años noventa del siglo XX, con el apoyo en unos casos del PSOE y en otros del PP, siendo, al fin, «premiados» para hacer ellos mismos, de egos muy inflados, listos y muy tontos, las dos complejas operaciones jurídicas arriba señaladas (a y b).  Cómo, pues, extrañarse, por ejemplo, del hecho de que entre los patronos y empleados de las nuevas fundaciones bancarias, se recolocase» a antiguos empleados, compinches o adláteres, atentos al restallar de las trallas, no seleccionados con criterios de capacidad sino de fidelidad al jefe y al Partido con técnicas de secretismo y la omerta.

Coincidió que el viernes día ocho de diciembre, laboral en Frankfurt am Main, pude visitar la sede del Banco Central europeo, pasando, en el hall de entrada, después de superar las estrictas medidas de seguridad, cerca del monumento al amarillo Euro, haciendo la fotografía casi preceptiva y cogiendo a continuación un veloz ascensor.  Allí, en lo alto, sin bombín gris ni roquete de monaguillo, cerca de la planta número 38, con vistas al Río Main, recordé al gran presidente del Banco que fue Mario Draghi, más técnico que político, como probó el veto de los italianos a que llegara a la Presidencia de la República italiana. La actual presidenta francesa, Cristina Lagarde, es mucho más política que técnica.

Allí recordé que en el Banco en el que me encontraba, se ejerce la «supervisión directa», también denominado «mecanismo único de supervisión», el llamado MUS, sobre los principales bancos privados europeos, entre ellos a UNICAJA BANCO, y cuyos problemas pueden afectar a la estabilidad del sistema financiero. Tuve presentes las informaciones periodísticas (Cinco Días y El Confidencial), en las que se destacaba que el Banco Central Europeo había solicitado a Unicaja Banco, con motivo de una fusión por absorción de una institución de origen asturiano, «cubrir adicionalmente con capital los riesgos de la fusión».  Y, sabiendo ello, podemos preguntarnos: ¿De qué manera se resolvió el problema? ¿Qué medidas complementarias y a cargo de quién se tuvieron que adoptar para tranquilizar al Banco Central? ¿Qué hizo entonces el asturiano CEO, consejero delegado de Unicaja, hoy ya fuera? ¡Medrados estamos! Exclamación escrita en ese tratado de la estupidez, que es el cervantino Retablo de las Maravillas.  

  En el artículo del anterior domingo, así como en los anteriores, hicimos preguntas. Esperamos las respuestas, pero ahora decimos que no tenemos ninguna prisa; los plazos son sin apreturas ni apremios, y teniendo en cuenta que el tiempo como el espacio son categorías filosóficas, siendo el tiempo también un territorio. Un inglés escribiría que «del alado carro del Tiempo no pueden venir apremios inminentes». Y un escritor español escribió: «Hay preguntas que sólo se pueden responder de dos maneras: o encogiéndose uno de hombros y diciendo Psss, o escribiendo un libro de varios volúmenes».  De lo que estamos escribiendo, sin duda y al tiempo, se escribirán varios volúmenes.

Hoy, me entretengo paseando por entre puestos del gigante «mercadillo», el navideño de Frankfurt, sin nieve, aunque con frío, calentándome gracias a las salchichas coloradas y a los crêpes con anises, canela en polvo y manzana dulce, envuelto en galleta de barquillo. Luego entré en la Galería Karstadt Kaufhof GmbH, y allí compré una pluma alemana, una Lamy verde, muy verde, para tintas violetas, como para diligencias.  

Iba a escribir que esta vez, en este artículo, no formulé preguntas; pero eso no es cierto, siendo evidente que hay preguntas, de mucha más difícil y comprometida contestación que las anteriores, por los indicios que pueden desvelar. Mis lectores y lectoras ya saben que el arte de escribir consiste en hacer cuadrar frases que sugieren más de lo que dicen; y tratando de hacer eso, escribí mucho.  

Haremos más adelante otras preguntas; pues los asturianos tenemos mucho que preguntar; tenemos mucho derecho a saber y títulos para ello nos sobran, a pesar de que los Gobiernos, incumpliendo sus obligaciones básicas, traten de proteger y tapar por razones inconfesables. Lo inconfesable no equivale a inexplicable. Y muchas preguntas deberemos hacer, no sólo sobre «La Fundación Cajastur», sino también sobre la «Fundación Selgas-Fajalde».