«El mítico Oviedo»: una época dorada y muy azul

Álvaro Boro

OPINIÓN

05 dic 2023 . Actualizado a las 11:24 h.

Hace no mucho tiempo el Real Oviedo estuvo tan perdido y tantos intentaron acabar con él que sólo le quedaba lo más importante para un club: su afición. Esos tiempos en los que deambuló por Tercera y trataron de dejarlo sin nada, de arrebatar no sólo a su equipo, un sentimiento a la ciudad. Tiempos duros, tiempos salvajes. De este largo periplo nos acordamos todos, es imposible olvidarlo. Cuando uno sufre, experimenta el dolor, una marca de rabia y lágrimas queda grabada a perpetuidad en lo más profundo del hombre. Un angustioso recuerdo que acompaña a cada oviedista y hace que siempre tenga presente ese resurgir de las cenizas y la grandeza del Oviedo.

Pero no es de esto de lo que nos habla Nacho Azparren en su libro El mítico Oviedo (Ed. Hoja de Lata), porque tuvimos épocas de gloria y relumbrón, unos años en los que toda España fue un poco del Real Oviedo. Esos 13 años (1988-2001) maravillosos en los que el Oviedo se mantuvo en Primera, llegando de la mano de Miera y pereciendo bajo el control de Antic. Unos años buenos, pudieron ser mejores y más, que, poco a poco y por el devenir de varias circunstancias, fueron a menos.

No esperen encontrar una guía pormenorizada de aquel tiempo, sino un álbum de recuerdos y anécdotas de una época dorada y muy azul. En este libro, Azparren consigue una cosa muy difícil y sólo al alcance de los elegidos: contagiar la pasión; la pasión por el Real Oviedo, una época y un fútbol. Las pasiones brotan de lo más profundo de nuestro ser, y el Oviedo está entre las suyas, eso es innegable. Algo tan intrínseco que sin poder explicarlo somos capaces de transmitir a los demás, de hacerlos partícipe. Algo que traspasa al equipo y el fútbol y forma parte importante de su vida.

Nacho escribe, «quizá aquel Oviedo no fue tan mítico como parece ahora», pero yo creo que se equivoca, porque sí lo fue. No sé si tanto por el equipo o por nosotros o por el tiempo. Varias generaciones llegaron al mundo con el equipo estando en Primera, los hubo que lo disfrutaron en UEFA; pero luego muchos de esos, con el entusiasmo ya dentro, le acompañaron y penaron por campos de barro y vestuarios de azulejos rotos. Y jamás dieron la espalda a su club, cómo no va a ser tan grande. Además, poco importa, porque como en el oeste, a la hora de elegir entre la verdad y la leyenda, quedémonos siempre con la leyenda.

Porque la leyenda se sitúa en el viejo Carlos Tartiere: un lugar mágico que era un hervidero, atenazaba a los contrarios y cada gol era un seísmo que dotaba de vida al estadio. Con unos jugadores, que de la casa o fichados, tenían verdadero entusiasmo por el club, sudaban oviedismo y sentíamos nuestros. Y en un fútbol más de verdad, más puro, donde no todo era la pasta y las televisiones,  el aficionado importaba. Un fútbol que nos hizo disfrutar y ser tan felices, al que íbamos de la mano de nuestros padres o abuelos, que sabía a bocata de tortilla, en el que los malos tragos se pasaban con cerveza, las gradas olían a faria y de fondo sonaba el transistor.

Pese a lo dicho por Luis Aragonés, que se equivocaba en pocas cosas cuando hablaba de fútbol, aún no ha escampado del todo. Pero estamos en el camino, como esa pintada que apareció en la pizarra del vestuario en Mallorca tras el descenso: «SOMOS Y SEREMOS DE PRIMERA».