Es difícil decir qué estaba haciendo el 13 de septiembre del 2001, a pesar de que hay un recuerdo perenne de la televisión en un bar de Fontiñas de dos días antes, cuando, después de comer, el mundo cambió para siempre. Sí recuerdo, a partir de ese momento, una sucesión de jueves que me han acompañado de manera constante a pesar de que mi compromiso ha sido, como poco, intermitente en estas décadas. Miraba cómo mis padres veían su infancia retratada en el camión del descampado y en aquellos años en los que uno tiene que pensar —aunque sea uno de los muchos errores que irán (que van) empedrando el camino— que ya es adulto, me preguntaba cómo sería la sensación de ver la propia imagen de una yo del pasado reflejada en la pantalla. Llegó, claro, con Curro y con Cobi, con un «Basta ya» que gritaba una muchedumbre de manos blancas, con las Spice Girls y la muerte de Diana, con el «váyase, señor González», con aquel seis euros son mil pesetas, y un efecto 2000 que nunca llegó a llamar a la puerta. El chiste de Facebook (Vivo con miedo a que Cuéntame llegue...) se hizo real y se quedó toda esta vida ¿adulta? que hemos recorrido la generación millennial, que ahora mira a la pantalla y pronuncia un «Cuéntame cómo contarnos» mientras camina en el filo de nuestra cuarta crisis: la económica, la sanitaria, la bélica, y ahora la de los cuarenta.
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