En la mañana del 14 de julio de 1518, una mujer se paró en medio de la plaza de Estrasburgo y se puso a bailar de manera compulsiva durante cuatro días seguidos. Poco a poco, otros vecinos se fueron uniendo al baile; al finalizar la semana ya eran más de treinta y al acabar el mes más de cuatrocientos. Muchos de ellos murieron de agotamiento. La epidemia de baile duró todo el verano y se fue como vino, y el suceso —que ocurrió en muchos otros países de Europa— tomó el nombre del Mal de San Vito. La medicina la explica como un caso de una histeria colectiva.
Un año más hemos sido poseídos por la histeria colectiva del Black Friday. Las ilusiones se crean, se contagian como la gripe y son el fundamento de todo márketing. Cuando el mensaje inductor llega a todo el mundo, como ocurre en la situación actual a través de las redes sociales, muchos lo creen y acaban contagiando a los demás, que se van sumando a esa histeria colectiva.
El fenómeno del Black Friday es análogo al de las rebajas de siempre. El acierto ha sido el cambiar el nombre y presentar el asunto como una novedad. Lo malo es que acabamos el Black Friday y comenzamos con el Ciber Monday, para seguir con la rebajas de enero.
Me recuerda a la historia que contaba un amigo de Vilalba sobre un familiar que, tras estar emigrado en Londres durante tres años, regresó al pueblo y abrió un bar. En el escaparate pintó con un pizarrillo blanco: «Temos five o'clock tea a todas horas».
Pues eso, no me extrañaría que algún espabilado colgara un cartel que diga: «Temos Black Friday todos os días do ano». Y tendrá éxito y razón.
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