Seguí muy de cerca la campaña electoral de Argentina, no solo por el interés de lo que ocurra en el país hermano, sino por la curiosidad que despierta el candidato Javier Milei, que finalmente se alzó con una victoria sin paliativos.
A Milei lo define su singularidad. La diferencia entre la singularidad y la autenticidad estriba en que lo auténtico permite la posibilidad de comparación, es decir, frente a lo falso o la copia, estaría lo auténtico. La singularidad, en cambio, no permite comparación porque lo singular es único e incomparable.
Milei resulta tan inquietante para los políticos por la sencilla razón de que es un tipo singular y no hay referentes parecidos hasta la fecha.
Descuidado en las formas y la imagen —tan hipervaloradas en el circo político mundial—, se muestra implacable en sus convicciones respecto a las medidas económicas que hay que aplicar para salvar a Argentina del desastre inminente.
Milei es un fanático liberal y libertario afín a la escuela austríaca de economía. Nada que ver con los insultos y calificativos que le han regalado la práctica totalidad de la clase política: ultraliberal, neonazi, facha, totalitario, ultraderechista, recortador de libertades y derechos, «colonialista» (lo llamó Maduro en uno de sus sermones matutinos).
Milei presenta una emocionalidad e impulsividad exacerbadas que hacen que se le caliente la boca cuando se ve acosado en entrevistas y debates, pero aún está por ver cuál va a ser su acción de gobierno más allá de las medidas económicas que sin duda pondrá en marcha.
Milei es singular e incomparable, por eso hay que ser prudentes a la hora emitir prejuicios de valor sobre lo desconocido.
Lo cierto es que en Argentina se ha dado la vuelta al refrán del más vale malo conocido que bueno por conocer, porque a Milei no lo conoce nadie que no sean sus mascotas, y Argentina, tras décadas de corrupción, ruina y mal gobierno, también está irreconocible.
Lleva un peinado imposible, viste de chándal, tiene formas roqueras, gestos populistas como llevar una motosierra, visita a su rabino todos los meses, no se le conoce escándalo político alguno, tiene una novia cómica que imita a la inimitable Cristina Kirchner, practica el sexo tántrico, clonó a su perro Conan, jugó al fútbol y al rugbi, duerme poquísimo y trabaja de sol a sol. No le gusta vivir en la ciudad ni la vida social, y su peor defecto es que no se le conoce vicio alguno. Lo dicho, un tipo singular.
La mayoría de argentinos, con un 60 % de pobres, un 10 % de indigentes y una inflación imposible, han votado por la esperanza de lo singular, por un Messi político.
¡Suerte pibes!
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