Una clase política con poca clase
OPINIÓN
Empieza a ser una costumbre española la liturgia de consolación de los perdedores en la política, esa especie de duelo compartido que produce una semántica agónica para los que forman gobierno y otra redentora para los que no son capaces de hacerlo.
En esto no se diferencian mucho los principales partidos: de la amarga victoria que los socialistas vieron en Aznar en 1996 al «esto es una equivocación» de Feijoo en su saludo a Sánchez, los últimos años están llenos de una falta de reconocimiento del otro y de ausencia de autocrítica a lo que cada uno ha hecho.
Alguien tiene que mandar a la pizarra a Feijoo para que escriba mil veces eso de «en democracia parlamentaria gobierna el que tiene más apoyo en el Parlamento», para que entre unos y otros dejemos de engañar a los ciudadanos a base de relatos equívocos y de medias verdades, o incluso de mentiras absolutas.
La presidenta de Madrid tiene todo el derecho a pensar y decir en privado lo que quiera de Pedro Sánchez, como cualquier persona de bien, pero, si una cámara la pilla, tiene que saber disculparse. Y Feijoo tiene derecho a creer que no fue presidente porque no quiso, y nadie debe reírse en público por su ingenuidad, y menos cuando vas a ser el presidente del Gobierno.
La incursión de la extrema derecha en el Congreso de los Diputados ha radicalizado las formas de la política parlamentaria; los diputados no solo se ausentan de forma técnica, lo hacen también ordinariamente por desprecio político a otros parlamentarios, como si los demás no fuesen igual de representantes de los ciudadanos que ellos. Abascal saliendo del hemiciclo para unirse a los bárbaros de Ferraz o Aznar diciendo aquello de que cada uno haga lo que pueda no son más que minúsculos imitadores de Trump alentando al asalto del Capitolio, generando un clima de frustración y odio en la ciudadanía que nada tiene que ver con el espíritu de la Transición.
La actual clase política española no da la talla; y no solo porque no hubiera uno entre los 350 que se diera cuenta del añadido al verso de Machado, ni siquiera el candidato a la presidencia, después de usarla tres veces; lo realmente intolerable es que el recurso a las nociones y a las formas de la democracia en nuestra clase política tiene la misma consistencia que su conocimiento de Machado.
Todo lo que suene bien vale en la política de nuestros días, por muy inconsistente que sea, por muy falso que fuere, vale si se convierte en un titular o en un trending topic, vale si moviliza a ciudadanos ansiosos o si mi gesto sirve para que los apostados en la calle me reciban al grito de presidente.
No sé si tenemos la clase política que merecemos, pero sería malo que esta clase política acabara teniendo los ciudadanos que se merece.
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