El presidente del País Vasco Íñigo Urkullu declara ahora, sin circunloquios, que su región está en disposición de celebrar un referéndum de independencia. JxC, con más nervio que ERC, lo exige. Está fuera de duda que la lucha entre el PNV y Bildu y la de JxC y ERC están impulsando estos arrebatos, pero en el fondo de la pared están colgados los cuadros de estas cuatro formaciones soberanistas rodeando el marco enmarcador de la ley de amnistía.
Desconocido es el peso que haya tenido para Pedro Sánchez el interés propio de ser reelegido presidente. No lo es el peso que tiene el perdón que les concede a los condenados y a los por condenar, con el propósito de pacificar Cataluña, y el peso de que PP y Vox no formen Gobierno y evitar así una regresión en políticas sociales. Este doble es mayúsculo.
Al margen de que es vago imaginar que se vayan a celebrar consultas ciudadanas acerca del desgaje de Vitoria y Barcelona de Madrid, y aunque la clemencia suponga malestar y de difícil digestión el regreso de Carlos Puigdemont, lo que se constata es que la ideología extremista que desde hace unas dos décadas se está extendiendo por el mundo se ha hecho fuerte en España, precisamente a partir de 2017.
Porque muy distinto es recelar y estar atentos (jueces, legisladores, periodistas-periodistas…) a los fanáticos del separatismo, que arguyen derechos históricos manipulados e introducen en las mentes de sus gobernados emociones de los histriones de los siglos XVIII y XIX, singularmente del romántico alemán Herder, a que, apoyándose en ese recelo y en ese histrionismo, los políticos opositores se abstengan de condenar, para frenar, la furia de las turbas callejeras que acosan, agreden y amenazan de muerte a sus ya calificados como enemigos políticos.
Afirmar que estamos ante un «golpe de Estado», una «dictadura», que el presidente es un «hijo de puta», que «los Borbones, a los tiburones», que «¡viva Franco!», que los militares tomen el «poder», etcétera, etcétera, es más antidemocrático que la ley de amnistía. De hecho, el grupo de oficiales en la reserva del Ejército que hace un tiempo decía que había que matar a «veintiséis millones de españoles», vuelve estos días a la carga pidiendo a sus compañeros en activo que se levanten en armas y destituyan (¿y fusilen?) a Pedro Sánchez.
Lo que aparece en el panorama nacional, que tanto recuerda al año 36 y sus prolegómenos, es una pieza más del rompecabezas global de la sinrazón ultra. Esta corriente, como poco, ha de producir tristeza, tristeza infinita, porque no deja de ser un recuerdo de que la Historia está hecha, sobremanera, de mal, que vuelve una y otra vez, una y otra vez.
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