Mi enhorabuena, una vez más, a Pedro Sánchez. En estos tiempos, en los que las mayorías absolutas no son tan frecuentes como en antaño, ha conseguido revalidar una nueva mayoría parlamentaria para volver a formar gobierno. No es fácil superar a tres dirigentes distintos del PP (Mariano Rajoy, Pablo Casado y Alberto Núñez Feijóo) en cinco años. Es evidente que es una persona con mucha suerte, pero yo no le niego que lucha por sus objetivos con vehemencia.
La derecha esta vez le ha ayudado bastante, porque siendo totalmente legítimas las manifestaciones y las concentraciones contra la amnistía, no han acertado con las compañías: una señora gritando sin motivo alguno en la plaça de Sant Jaume de Barcelona; en Gijón/Xixón, unos cuantos vociferando en Cimadevilla/Cimavilla contra un restaurante porque se creyeron un bulo de que estaba Pedro Sánchez allí cenando; En Ferraz, rezos al Rosario, uso de muñecas hinchables para insultar a las ministras y gritos y exabruptos contra Felipe VI (además de cánticos xenófonos, homófobos y machistas); en la Carrera de San Jerónimo, dos mujeres preguntando a otro «¿contra quién vamos?»; y podríamos poner otros tantos ejemplos.
Al menos es de celebrar que no ha habido ni un conato de asalto al Congreso, aunque es verdad que lo iban a tener difícil por la fuerte presencia policial. Es verdad que este tipo de gente se ve reflejada en políticas y en políticos cuya acción política se basa en decir tonterías del estilo de que vamos a una dictadura (y que sin ningún pudor alardean de llamarle hijo de puta al «dictador en funciones»), con lo cual lo de Trump y Bolsonaro se ha ido extendiendo por todo el planeta aunque en España, por fortuna, todavía no ha sido grave (veremos en Argentina qué pasa el domingo).
Que Vox se dedique a enfangar la vida política entra dentro de lo esperado, pero que un partido de Estado como el PP deslegitime y desprecie que 179 diputadas y diputados hayan dado ayer su «sí» es cuanto menos lamentable. España no se rompe porque dos partidos de izquierdas sigan gobernando en coalición (PSOE y Sumar) apoyados parlamentariamente por otros seis (ERC, Junts, Bildu, PNV BNG y Coalición Canaria), que representan en su conjunto a 12,6 millones de españolas y españoles (los únicos que se han separado esta semana han sido los cantantes Andy y Lucas). España no tiene por qué volver a repetir las elecciones el 14 de enero de 2024 cuando hace 116 días que se celebraron las últimas y, dentro de la Constitución, se va a constituir un nuevo ejecutivo legal y democrático.
Como le dijo una concejala del PP de Oviedo/Uviéu a un ciudadano por X (antigua Twitter), «te quedan cuatro años». A mí de todo el debate de investidura lo que más triste me ha parecido es ver los esfuerzos de Feijóo por no reconocer su derrota. No puede decir que ha habido «corrupción política» y de «fraude» porque nadie le ha negado que el PP es el partido con más votos y escaños, pero cuando tuvo su oportunidad para ser investido, se comprobó su imposibilidad de llegar al mínimo de apoyos necesarios para gobernar.
El político gallego no ha brillado tampoco en su oratoria en parte porque sus asesores no le han servido de mucho (solo basta ver la metedura de pata con la cita de Antonio Machado ignorando que era una canción de Ismael Serrano), así que o mucho cambia la cosa o el PP suma un nuevo fracaso a su historial.
Ahora el interés informativo se centrará, a partir de hoy, en quienes serán las personas que ocuparán el próximo gobierno. Hay apuestas que se repiten, como la presencia de Ximo Puig y las salidas de Irene Montero e Ione Belarra (veremos cómo acaba la relación entre Podemos y Sumar, porque esas cinco personas del partido morado son fundamentales en el sostenimiento de la legislatura).
Lo que sí parece claro es que Pedro Sánchez buscará perfiles más políticos, porque se esperan cuatro años muy intensos en ese plano y requiere de perfiles menos tecnócratas. Van a tener que ser personas con mucho aguante y determinación, pero a la vez con ilusión de afrontar el reto de seguir avanzando por la España plural, diversa, feminista, social, abierta e integradora en la que creemos la mayoría (aunque la derecha se empeñe en apropiarse de todo, incluidos nuestros símbolos constitucionales).