1. Introducción. Ante el reciente y, paradójicamente, tardío espaldarazo de la extrema derecha (PP) y de la extrema derecha (Vox) del Ayuntamiento de Madrid al Gobierno ultra de Israel en su contumaz matanza de civiles gazatíes, de los que, a estas alturas, deben de superar el 11 a 1 (judíos asesinados de un modo ciertamente despiadado), espaldarazo en sintonía con las señales enhiestas por la mano de la helada crueldad de la «guía espiritual» del nacionalcatolicismo Díaz Ayuso, a su vez sintonizando con el fascismo global que desde Trump tan excitado y arrogante se muestra, sin que con esta objetiva constatación queramos situarnos en la orilla opuesta, la de la desatada, por desesperación, Ione Belarra y todo el arco ideológico que abarca…; ante espaldarazo tan contundente, escribíamos, nos llegaron resonancias platónicas y reabrimos las páginas de su Filebo (Gredos, Madrid, 2008), un diálogo entre el joven Filebo, Protarco y Sócrates, en el que la comunión entre el placer y el mal queda desenmascarado con argumentos en nada endebles.
Sostiene Martínez-Almeida, el alcalde de una de las capitales de la UE más reaccionarias, que Israel tiene derecho a defenderse del ataque «terrorista» del último 7 de octubre. Como nimio discípulo de la presienta de su comunidad, que ha mutado a la derecha española en una prolongación del fanatismo de una Falange y de una Fuerza Nueva aglutinadas en Vox, el regidor resuelve la transcendental cuestión con la manipulación populista más excelente, que consiste en decir y no decir. En efecto: se nombra al terrorismo y se omite la estrategia antiterrorista. De un modo menos sutil: el político populista enrabieta a los idiotas patriotas con el significado del significante «terror», realmente terrorífico, pero silencia el horror que el Gobierno de Benjamín Netanyahu lleva esparciendo desde casi un mes sobre un pueblo al completo, horror que los tratados internacionales lo sitúan en un abanico que va desde los crímenes de guerra al genocidio. El terror no es patrimonio de Hamás, de los cárteles mundiales de la droga, de la trata, etcétera. Un Estado puede ser asimismo terrorista, y de hecho lo está siendo en Oriente Próximo, en una dimensión muy poco frecuente en la ya muy «carnívora» Historia del Mundo.
2. Meollo
Platón evidencia en varios de sus Diálogos que el placer es lícito (sólo) en los placeres buenos, aquellos que nos hacen ser justos y que los mayores deben de enseñar a los jóvenes. Pero es, no obstante, en el Filebo donde hallamos una consideración que se nos ajusta, que puede explicar, aunque sea tangencialmente, la tergiversación de estos fundamentalistas cristianos, seguidores de una Iglesia que «ama» a los niños, digamos «malinterpretando» las palabras del de Nazaret, por lo demás hábito en ella: riqueza sobre pobreza, odio sobre amor, piedras sobre prostitutas, carne mortal sobre alma perpetua, pese a que esta es la promesa de las promesas frente a la alternativa desmesurada: la muerte como fin.
Irritante con el placer en sí, Platón le concede estatus siempre que vaya ligado a la razón. Mientras Filebo defiende que su carácter inagotable es lo que da sentido al placer, Sócrates esgrime la Idea de Límite. O sea, la limitación racional: solamente los placeres supervisados por la razón son buenos y hacen el bien.
La Idea de Bien es transcendental en el fundador de la Academia ateniense. Y nos convalida para incrustar otra de sus Ideas estructurales, la de Verdad. ¿Acaso no es verdad que, alzando las banderas de la venganza y de la ira (Antiguo Testamento de la A a la Z, restando un puñado de letras), se están despedazando miles y miles de cuerpos y cientos y cientos de miles de psiques? ¿Cuál es el límite en onzas de carne (Shakespeare)? ¿Dónde el humanismo cristiano? O, ¿estaremos hablando de musulmanes con condición de animales-animales, contradistintos a los animales-personas católicos? Sugerimos como respuesta a esta última interrogante estas palabras del antropólogo francés Lévi-Strauss, ¡un judío!: «Quien no es como yo es peor que yo».
Este delirio religioso y biológico supone el exterminio de la Verdad y de la Bondad y, en definitiva, del Bien (de la A a la Z, salvo excepciones, el Nuevo Testamento, el libro de los libros del Almeida y la Ayuso y sus cohortes, que lo leen al revés). Es por esto que Platón, a través de Sócrates, hace protagonista a la Pureza, que separa el placer puro del impuro. Por el puro, que es, ¡ay!, pequeño, enano más bien, no abunda, bien opuesto al impuro, que es extenso, ilimitado más bien: la envidia, la gula, la avaricia… El placer más impuro está en manos de la intolerancia y de la inquina al prójimo. Pero es, al fin y al cabo, placer. Platón cree firmemente que regodearse del mal del prójimo procura placer, hecho que nos lleva a la coreografía de la humanidad inhumana, a las reservas de Kant acerca de si seremos capaces de cumplir con «nuestras obligaciones».
3. Conclusión
A la luz de las antorchas encendidas por Platón, nos asaltan dudas en torno a que la sonora puesta en escena de la incondicional solidaridad con los israelitas y su reverso, la absoluta insolidaridad con los palestinos, de la extrema derecha española y global no esté vinculada con el placer. Sentir placer por el mal que se inflige a los odiados, en el sentido antes dicho de Lévi-Strauss, es muy propio de este movimiento, que tanto caló, a propósito, en el Movimiento Nacional.
No en vano Sócrates se planta ante Filebo y le endosa que el placer impuro es inmoderado, desproporcionado, la causa del fracaso en las relaciones entre los hombres. El placer, en general, es maldecido porque es la antítesis del Bien: «La potencia del Bien ha huido hacia la naturaleza de lo bello, pues la medida y la proporción coinciden por todas partes con la Belleza y la perfección».
Y no es bella la lluvia de fuego que está cayendo sobre Gaza. Ni tampoco proporcionada, simétrica (la obsesión griega). No fue, por supuesto, bella la masacre de más de 1.400 judíos por parte de Hamás. Pero la desproporción ha dibujado la fealdad total… Para el placer de tantos.
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