No recuerdo si fue en día de fiesta o nefasto. Si sé que me llevaron a merendar a la que fue «Cafetería California», en la ovetense calle de Palacio Valdés, cerca de la confitería «Las Dueñas», la de los merengues enormes. Aquella calle era tan triste como las demás en aquellos años a mitad de siglo XX, y yo llegué en triciclo con pedales en la rueda delantera. La cafetería «California» fue lo más novedoso y americano que tuvo Oviedo en décadas, de barra larga a la izquierda entrando, con luces fluorescentes que eran novedad frente a la tradicional bombilla de escasa luz, y viéndose una señora rubia al otro lado de la barra.
Se adelantó a novedades de ahora, como lo del cambio de género, pues pasó de femenina a masculina, de ser la cafetería «California» a convertirse en «El California», acaso por la omnipresencia allí de ese caballero que fue don Baldomero Naves, también conocido por «Mero, el del California». Y allí merendé «ensaladilla», entonces llamada, como se llamaba todo, «nacional», pues lo de rusa, como todo lo ruso y lo soviético, en aquel entonces, estaba prohibido por lo civil y militar.
Mis papilas del gusto, las lenguateras, ya de por sí activas, quedaron tan impresionadas por la excelencia de aquella ensalada, a base de patatas con mayonesa amarilla, llamada ensaladilla, la de Mero. Además de alguna otra cosa o «cosilla», ocasional y siempre accesoria, en mi vida busqué lo esencial y mismo: ensaladillas, queriéndolas con el sabor parecido a la de Mero, y produciéndose en mí los mismos efectos psicosomáticos que las magdalenas del obsesivo y neurótico Proust. Éste, en La Recherche, escribió:»
«Mandó mi madre por unos bollos, cortos y abultados, que llaman magdalenas…Me llevé a los labios unas cucharadas de té, en el que había echado un trozo de magdalena. Pero en el mismo instante en que aquel trago, con las migas del bollo, tocó mi paladar, me estremecí, fija mi atención en algo extraordinario que ocurría en mi interior».
Mi amigo Julio Escribano, que no es, precisamente, amanuense o escribano, fue investigador de la Fundación Universitaria Española, ya muy conocido por mis lectores y lectoras; es autor de libros de Historia; es natural de Salamanca, tan plateresco él como ella, y es «sabelotodo», gracias a Fernando Lázaro Carreter y a otros, después de haber pasado por el edificio Anaya, el situado enfrente de las catedrales salmantinas.
Me invitó don Julio, al atardecer, a las 19,30 horas, del lunes 7 de marzo de 2016, a merendar en la Cafetería Platea, en Madrid, muy cerca de Colón. Naturalmente pedí ensaladilla, adjetivada ya en el siglo XXI con libertad, llamándola «rusa», aunque la «nacional» aún era nombrada en los ranchos cuarteleros, desaparecidas las lúgubres «Cajas de Reclutas» por falta de reclutas o «quintos», como la Caja de la calle Campomanes de Oviedo. Esa Caja miraba a la calle Martínez Marina y al chigre esquinado de Marina, que era viuda y hacía unos maravillosos bocadillos de bonito en escabeche. Y lo de Caja de Reclutas no es ironía respecto a lo que luego ocurriría con la Caja de Ahorros de Asturias.
La «Fundación Universitaria Española» fue muy recordada en el artículo anterior, como lo fue, por muchos hechos y pecados, la inolvidable y que no olvidamos «Fundación Cajastur», protagonizada por «salasminos», de Salas y de Minos, recordando que éste último, según relato mítico, fue el origen de la dinastía cretense y de la otra, hijo de la bella Europa y de Zeus, que para seducir como Dios manda, con inmejorables atributos, se transformó en toro. No se aclara en los relatos, si el pelaje taurino era negro o bragado. ¡No sé por qué tengo tanto lío y me enredo tanto con lo de las fundaciones y las fundiciones!
La psicodelia del ambiente de la Platea, cerca de la gran bandera de España, ocurrencia en tiempos de Trillo, azotada por los vientos en la madrileña Plaza de Colón, fue tan excitante que la mayonesa de la ensaladilla la vi como verde y como de color azulete la zanahoria.
«Siento, le dije a mi amigo, nada que ver con la de Mero, don Baldomero, que fue de Oviedo.
La tarde del 7 de marzo empezó, a las dieciséis horas, visitando la sede de la Fundación Universitaria en el número 93 de la calle Alcalá, de Madrid, enfrente del Retiro. Me impresionaron la biblioteca, las maderas de lujo, las lámparas de estudio con sus tulipas verdes, muy british o gaulois. Vi una lámpara casi como la del Teatro Campoamor de Oviedo, en pequeño, a la que tanto, en tarde de octubre, miró Leticia, la de una «hombrera si y otra no», en alarde continuado de volúmenes, pesas y medidas.
Y lo que más me emocionó fue haber visto en el edificio número 93 de la calle Alcalá, en el salón de conferencias, una placa conmemorativa, en la que estaba escrito que allí mismo, en la Fundación, el 9 de Julio de 1993, el entonces cardenal Ratzinger, luego Papa y luego ex Papa, presentó el Catecismo de la Iglesia Católica, el largo y no el breve.
En aquel tiempo, el presidente de la Fundación era don Gustavo Villapalos, historiador del Derecho, y que hizo Doctor Honoris causa a un banquero, llamado Mario, que también pudo haber sido cajero o de las Cajas, al cual, en la víspera de la Navidad de 1994, metieron preso. Y ello en un tiempo y bajo un Código Penal viejo, del Antiguo Régimen, cuyas novedades en materia de administraciones desleales de patrimonios ajenos, por exceso de lealtad a los patrimonios propios, comenzaron con el socialista Código Penal de 1995 y siguió en el año 2015 con la reforma de Rajoy, afectando a personas físicas, consejos y patronatos.
Después de don Gustavo, tertuliano de la Cope, fallecido en 2021, fueron presidentes de la Fundación, don Carlos Osoro, arzobispo de Madrid, el cual, mucho antes, en la homilía inaugural de su Pontificado en Asturias, el sábado 23 de febrero de 2002, predicó: «Gracias a quienes me formaron en el Seminario de Vocaciones Tardías, Colegio Mayor El Salvador de Salamanca y a la Universidad Pontificia de Salamanca que supo entregarme a través de sus profesores una sabiduría…».
Dijeron luego que monseñor Osoro, santanderino él, además de doctrina cristiana, sabía mucho de gimnasia y aritmética. Y a él, en elección democrática, en la Fundación, sucedió doña Lydia, tan católica como Rouco, siendo hasta directora general del Instituto Secular, denominado «Cruzadas de Santa María».
Es normal que, con esos antecedentes, el actual patronato de la «Fundación Universitaria Española», presidido por doña Lydia, pretendiera que la apertura del Curso 2023-2024, tuviera como invitado principal, a George Gänswein, que fue secretario personal de Benedicto XVI y Prefecto de la Oficina Curial, llamada la Casa Pontificia. Lo fue todo con Benedicto XVI y ahora, con el Papa Francisco, no es nada. Eso, los o las que padecen nostalgias u otras alergias, no lo soportan. No resulta extraño que, por «problemas organizativos», tuviera tal acto académico que ser suspendido.
Fue a finales de abril de este mismo año, cuando publiqué en Religión Digital y en las Voces, de Asturias y Galicia, el artículo que titulé con una interrogación: ¿Por qué el arzobispo Gänswein enfadó al Papa? Después de leer el artículo, se entenderán las razones de la obligada suspensión, culpándose de ello a problemas organizativos, que existen en verdad y en mentira. Y no deseo añadir más leña al fuego. Solo añadiré que San Juan Pablo II nombró arzobispo a su secretario particular, y eso mismo hizo Benedicto XVI con su secretario particular, días antes de renunciar al Vicariato de Cristo.
La novedad de Benedicto XVI fue nombrar a su secretario particular Prefecto de la Casa Pontificia, que es cargo de la Curia Romana, y ello por primera vez en la Historia. ¡Menudo tiberio el de un mismo Prefecto para dos Casas pontificias, la de Benedicto XVI y Francisco! Y preguntar por la causa del enfado del Papa Francisco es de pura retórica, pues es evidente. Y con el mal carácter y genio endiablado que tiene Francisco…
Bajamos a continuación por la calle Alcalá, a través de los llamados «Campos de Agustinos Recoletos». No obstante ser don Julio de mucha bondad y yo de mucha maldad, o acaso por eso mismo, Don Julio me invitó a rezar en la Iglesia de San Manuel y San Benito, de estilo neobizantino. Las teselas y mosaicos de esa iglesia me recordaron a los de San Vital en Rávena, ciudad italiana con Justiniano y Teodora, rodeados de su séquito en los mosaicos de las paredes.
Después de los rezos, continuamos bajando hacia el Paseo de Recoletos. Allí, en la Biblioteca Nacional se estaba conmemorando el IV Centenario de la muerte de Miguel de Cervantes, autor también de relatos al gusto bizantino, habiendo una exposición, entre las varias programadas, con el título Miguel de Cervantes de la vida al mito (1616-2016). Del libro de esa exposición que adquirí, de 285 páginas, me interesó especialmente el artículo de José Álvarez Junco, titulado «Cervantes y la identidad nacional». La cuestión de «Historia y Mito», pregonando Álvarez la eliminación de mitos y leyendas, fue contestado por el historiador Felipe Fernández-Armesto diciendo que eso es imposible.
Y don Julio me aconsejó comprar el libro, allí a la venta, de Jordi Gracia, titulado «Miguel de Cervantes. La conquista de la ironía», un Jordi Gracia habitual colaborador de «El País», siendo de él el artículo publicado el martes 24 de octubre, titulado destacadamente «Antes de que España infarte». Y autor el Jordi de biografías destacadas como las de Ortega y Gasset (2014) y de Dionisio Ridruejo (2009).
Ya saliendo, recomendé a don Julio lo tal vez mejor «cervantino» procedente de la pluma de don Ramón de Garciasol, de la generación del 36, titulado «Claves de España. Cervantes y el «Quijote», en el que se encuentran frases tan significantes e impresionantes como las dos siguientes: «Da tiempo al tiempo y el milagro se producirá» o «Letras sin virtud son perlas en el muladar». De don Miguel Alonso Calvo (pseudónimo el Ramón de Garciasol), me dijo don Julio que fue muy amigo del dramaturgo Buero Vallejo. Y después de esto último, viene lo del principio, lo de la ensaladilla rusa en Platea, a las 19,30 horas.
Paseando por la madrileña calle Goya, me interesó lo del Campeador, que estaba escribiendo don Julio, siendo luego, ya en 2023, el libro publicado Caballero de Vivar, donde, en varios capítulos, se trata del matrimonio del hidalgo castellano con la asturiana doña Ximena. Recordé la Plaza de la Catedral que tanto contemplé desde un destartalado Palacio en el que trabajé.
Recordé a don Julio el majestuoso edificio que fue de la Caja de Ahorros, cada vez más destartalado y ruinoso, mirando a la Plaza, a Fluorescencia Onís y a la Iglesia de San Tirso. Allí tuvo despacho el que llegó a ser director, Agustín de Saralegui, ya único rey y señor, sin el incómodo Jesús Quintanal, el otro director, que vivió en la calle Sacramento, la de los curas y canónigos, mirando al «Prau Picón», el de Cuesta, llegado de Chile antes de la Guerra con muchos cuartos.
Supe que el solar sobre el que se edificó la Caja, fue donación del Marqués de San Feliz, con palacete en El Fontán, y bajo condiciones de destino, pudiera que inscritas en el Registro de la Propiedad. En ese edificio tuvo oficina Sedes despacho en el que trabajó Díaz de Berricano, nacido en Vitoria, que vivía en el número 15 de la Calle Campomanes, con su esposa, su suegra y su perrita. Entrando por la calle Sanz y Forés, vivieron en el edificio de la Caja empleados, recordando a Cesar Piquero, José Iglesias, José Menéndez y a Ortea fallecido prematuramente. En ese edificio, los Reyes Magos, haciendo de Príncipe Aliatar el cajero conocido por «Paquín» (Francisco González Fernández), luego casado con una empleada del Teatro y Cine, «Principado», me entregaron un seis de enero, de regalo, una camioneta del color de Oviedo, el azul, pues únicamente eran coloradas las de los bomberos, estacionadas junto a los Juzgados y Casa de Socorros, y con torre de vigía.
Leo en la madrugada del tres al cuatro de noviembre de este mismo año, en VOZPOPULI, la nueva exigencia a Pedro Sánchez por ERC y JUNTS, de que se traspase a la Generalitat el Protectorado de La Fundación La Caixa. Recordando mi artículo aquí publicado hace dos semanas, Los bienes de La Fundación Cajastur; en próximo artículo preguntaré:
A.- ¿Sigue siendo la Fundación asturiana, después de la fusión por absorción entre Unicaja y Liberbank, una fundación bancaria?
B.- ¿Está seguro el Gobierno del Principado que el protectorado de Cajastur lo tiene el Ministerio de Economía (el Estado) y no la Comunidad autónoma, con competencias según el Estatuto de Autonomía en las fundaciones (artículo 10, número 30)?
Y puestos a leer sobre estas difíciles cuestiones, recomiendo la lectura del Preámbulo de los Estatutos de la Fundación Caja Cantabria, que dejó de ser bancaria y es ahora ordinaria.
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