Hizo de esto cuarenta años esta semana: más de 240 militares estadounidenses (y más de medio centenar de franceses) resultaron muertos en Beirut en un solo día. Ocurrió en el contexto de otro conflicto de Oriente Medio como el actual, también entonces propiciado por la enésima ronda de combates entre Israel y las organizaciones armadas palestinas. En una operación que guarda cierto paralelismo con la actual, Israel había invadido el Líbano en 1982 con la intención de destruir a la OLP palestina que lanzaba desde allí ataques contra su territorio. La situación se complicó con la propia guerra civil libanesa y se volvió tan caótica que Estados Unidos y Francia accedieron a enviar tropas a Beirut para hacer que Israel se retirase de la capital. Pero muchos libaneses, y sobre todo Irán, lo interpretaron como el comienzo de una ocupación extranjera y el día 23 de octubre de 1983 el germen de lo que lo hoy conocemos como Hezbolá hizo estallar casi simultáneamente dos camiones-bomba conducidos por terroristas suicidas en los acuartelamientos de las tropas extranjeras, causando la mayor matanza de militares estadounidenses desde Vietnam y de franceses desde la guerra de Argelia.
El aniversario de aquel desastre de 1983 no habrá pasado desapercibido en el Pentágono. En todo caso, Irán se ha encargado de recordárselo estos días, dando a sus milicias aliadas en Siria e Irak la orden de hostigar a las fuerzas norteamericanas estacionadas en esos países. Esa presencia estadounidense no es muy numerosa, unos 2000 soldados en Irak y apenas 900 en el este de Siria; pero Teherán pretende responder así al despliegue por parte de Washington de dos flotas de acompañamiento de portaviones en la zona. Este despliegue es a su vez una advertencia a Irán, porque podría servir para bombardear el país en caso de que este atacase a Israel cuando empiece la ofensiva terrestre de Gaza. De momento, uno de los portaviones norteamericanos ya ha tenido que intervenir para derribar un misil lanzado contra Israel desde Yemen por otra de las milicias aliadas de Irán, la de los houthi.
Las consecuencias de aquella guerra de 1982 resultaron amargas para casi todos los implicados. El presidente Ronald Reagan, hasta entonces considerado por muchos un «halcón», optó por retirar el resto de sus fuerzas en el Líbano, lo que permitió a Irán convertirse en un actor importante en el Líbano. La OLP, en efecto, resultó destruida como fuerza guerrillera y fue expulsada a Túnez, donde el aislamiento obligó a Arafat a intentar primero la estrategia de la revuelta popular (la primera intifada) y luego la negociación. Pero tampoco Israel obtuvo lo que quería: el papel de la OLP en el sur del Líbano pasó a interpretarlo Hezbolá y es ahora una amenaza mayor para el estado hebreo de lo que eran entonces las guerrillas palestinas. En general, la historia suele ser cíclica en todas partes porque la sociedad humana cambia poco; pero da la impresión de que en Oriente Medio sus ciclos tienden a ser cruelmente simétricos.
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