Hay personas nacidas no para pedir disculpas, no, hay personas nacidas para ser ministras. Esto, que parece bueno, es una desgracia, pues en España solo hay una posibilidad entre 2,3 millones de haber nacido para ser ministra y acabar siéndolo, lo cual puede generar una gran frustración. Dicha frustración pasa a exponencial cuando naces para ser ministra, pero para serlo siempre. En este caso, no hay antibiótico posible; da igual que te conviertas en ministra, algún día dejarás de serlo y la sola idea de pasar a la reserva es insoportable; no importa lo mal o lo terriblemente mal que lo hayas hecho, la vocación es superior a ti, te agarras a ella como a un clavo ardiendo, y entonces caminas entre Pam y Serra como quien camina entre las aguas, y hasta llegas a sonreír públicamente, aunque en el fondo sabes que eso, sonreír, puede interpretarse como síntoma de que se acerca el final del tormentoso ministerio, Irene Montero. Claro que cosas más raras se han visto.
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