Desde el crimen de Alcàsser, no ha habido en España casi ningún acontecimiento luctuoso que no viniera acompañado de su correspondiente teoría de la conspiración preñada de los prejuicios más abyectos. Esta dañina forma de idiocia no ha hecho más que crecer desde la explosión de profesionales de los bulos gracias a las redes sociales, y ahora uno no puede torcerse un tobillo sin que le mencionen a Soros.
Esta semana hemos podido ver en directo cómo se producía un bulo alrededor de la desaparición y fallecimiento del joven cordobés Álvaro Prieto. El principal protagonista de toda la basura vertida sobre el asunto es WhatsApp, sin duda. Fue ahí donde empezó a fraguarse una delirante teoría sobre una persecución al fallecido que posteriormente han propagado los profesionales de la mentira habituales en España hasta el punto de que el asunto ha terminado con el acoso salvaje en redes sociales a una muchacha que conoció a Álvaro Prieto aquel fatídico día. El bulo tenía intenciones racistas en su vertiente antigitana.
Lo llamativo es que si uno observa atentamente el desarrollo de todas estas toneladas de basura, puede ver cómo, una vez viralizada, y aunque los profesionales del bulo han borrado las mentiras o publicado la triste realidad, que no es otra que una muerte accidental, a muchos no les sirve esa explicación. Las redes sociales están llenas estos días de personas que ponen en cuestión la solución del caso, que señalan que hay algo turbio detrás, que la policía y los forenses nos ocultan algo, que las autoridades no tienen ni idea porque bueno, el primo de una amiga de un conocido dijo que había escuchado a alguien mencionar que a Álvaro le perseguían unos gitanos.
Y aquí es donde radica todo el mal de los bulos: una vez viralizados, es imposible erradicarlos del todo. Seguirán ahí, con mayor o menor intensidad, e incluso cuando parezcan un mal recuerdo, cualquier otro asunto puede hacer que recobren vida. Lo real ha dejado de importar, ya solo importa tener la razón aunque no se tenga porque todo el mundo vive en una cámara de eco escuchando lo que quiere oír de parte de otra gente que quiere exactamente lo mismo.
Creo que no somos conscientes del daño real que provoca todo esto, y lo que es peor, del daño que puede llegar a producir. Quienes expanden rumores vía WhatsApp probablemente solo son presa de sus estúpidos prejuicios, pero el problema que encuentro más aterrador es que hay gente que vive única y exclusivamente de producir o propagar bulos. Lo que antes podría pasar por simple estupidez teñida de maldad o del ansia viva de los cotillas por aparentar saber más de lo que saben, es ahora la forma de vida de algunos individuos que monetizan toneladas de basura en Youtube o Telegram.
Estos, los que viven de mentir y del delirio, no están solo para llevárselo calentito, hay una intención política detrás. Cada miembro de un grupo de WhatsApp probablemente también la tenga, pero no es una referencia ni vive de ello, no es una figura de autoridad de la basura ni es uno de los mercaderes del pánico, pero junto a estos, configura una realidad siniestra, aterradora: el reino de los idiotas cada día está más cerca, si es que no estamos ya viviendo en él.
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