¿Cuánto vale la vida de un niño ucraniano? Para Putin, nada. Pero tenemos claro que es un criminal de guerra que debe ser juzgado por crímenes contra Ucrania. ¿Cuánto vale la vida de un niño israelí? Para Hamás, nada, pero condenamos, espantados, sus abominables actos terroristas, por los que tiene que pagar y exigimos que libere a los rehenes. ¿Cuánto vale la vida de un niño palestino? Para Netanyahu, nada. Entonces, ¿cómo calificamos al primer ministro israelí y a su Gobierno, que están violando el derecho internacional que prohíbe la imposición de castigos colectivos sobre la población civil como represalia?, ¿qué decimos de un gobernante que ha ordenado una operación para masacrar a la población gazatí, a la que ha dejado sin comida, luz y agua, y que ha provocado la muerte de cientos de niños? El asesinato de un niño ucraniano, de un niño israelí o de un niño palestino deberían provocar la misma condena. No es cuestión de geopolítica, sino de la más elemental humanidad. Pero parece como si el derecho de Israel a defenderse lo justificara todo. Incluso el silencio o la ambigüedad calculada, cuando no el apoyo, de algunos gobiernos occidentales ante la matanza televisada y la limpieza étnica en marcha a las que obscenamente asistimos. ¿Por qué ninguno de ellos condena de forma contundente lo que está pasando ante nuestros ojos? ¿No les conmueve que Unicef haya dicho que la situación de los niños en Gaza es «catastrófica»? ¿O es que la vida de un niño, de cien niños, de 200 niños, de 500 niños, de 724 niños palestinos, los que han muerto hasta ahora, no vale nada y son solo daños colaterales para ellos? Israel tiene derecho a acabar con Hamás, no con los palestinos.
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