Se ha escrito mucho y muy bien sobre estos Premios Princesa de Asturias. A lo largo de los últimos meses, cientos de páginas como las de este periódico que usted sostiene se han llenado de crónicas, perfiles y editoriales de todo tipo y enfoque. Una cobertura a la altura de las circunstancias que no hace sino evidenciar el potencial de unos galardones que, durante varias semanas, colocan a Asturias en el centro de todas las miradas.
Poco más cabe decir sobre su vigencia, cada vez más notoria. Lo mismo sobre lo que su celebración supone para Asturias, un auténtico salto al mundo de cuya inercia debe nutrirse la región al completo. La realidad es que ni siquiera aquellos con la mirada más aguda podrían hoy atisbar el techo de unos Premios que llevan asociados un alto componente de ilusión.
Y es precisamente esa ilusión sobre la que me gustaría detenerme en estas líneas. A nadie le cabe duda sobre hasta qué punto los Premios Princesa de Asturias se han convertido en un espejo de la sociedad en la que vivimos. Un espejo brillante que, como es norma, proyecta sobre Asturias una ilusión que este año ha tenido un especial significado para Gijón.
En un año de cambios y proyecciones, un año donde Gijón ha comenzado a esbozar la ciudad que quiere ser en un futuro, la Fundación Princesa de Asturias quiso depositar una parte importante del peso de sus galardones sobre el que quizás sea el proyecto más importante en nuestra hoja de ruta.
El edificio de Tabacalera, llamado a convertirse en apenas unos años en un centro de arte de alcance internacional capaz de albergar algunas de las colecciones más importantes del mundo, ha abierto en estos días por primera vez sus puertas a los gijoneses, y lo ha hecho de la mano del escritor japonés Haruki Murakami, Premio Princesa de Asturias de las Letras y cuya obra se abrió paso esta última semana por las paredes todavía desnudas de la Antigua Fábrica de Tabacos.
Lo que aparentemente podría ser un hecho más dentro del desarrollo habitual de los Premios, cuya programación siempre ha sido generosa con Gijón, esconde sin embargo un poderoso componente de esperanza para nuestra ciudad, que asiste por fin a la consecución de un proyecto que debe nutrirse de las convicciones y realidades que han hecho de los Premios Princesa el trasatlántico social que hoy día son.
La edición de 2023, esa en la que se premió la velocidad y constancia de Eliud Kipchoge; la que reivindicó el sentido de la ciencia a través del trabajo de Jeffrey Gordon, E. Peter Greenbreg y Bonnie L. Bassler y la Iniciativa Medicamentos para Enfermedades Desatendidas (DNDi); la que reconoció el trabajo de Hèlène Carrère d’Encausse para con el pensamiento contemporáneo; esa misma que incitó a la solidaridad de la que es ejemplo Mary’s Meals; la que supo premiar la dignificación del arte que representa Meryl Streep y la sublimación de la palabra escrita en las manos de Haruki Murakami; esa misma edición, será recordada en Gijón como el momento en que la ciudad abrió las puertas al talento para que, en un edificio que fue convento y fábrica, quedara una esquirla de ilusión sobre la que construir futuro.
Gracias por ello a la Fundación Princesa de Asturias y mi más absoluta felicitación a todos los premiados.
Carmen Moriyón, alcaldesa de Gijón
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