Vivimos, literal y metafóricamente, sobre una serie de volcanes que, de manera periódica, entran en erupción sacudiendo nuestras pequeñas vidas con una violencia inusitada. Estos volcanes, que no son sino la multitud de conflictos activos en todas las partes del planeta, cuando estallan, arrasan todo cuanto encuentran en su camino. Así, la mañana de ayer nos despertamos con el inesperado ataque masivo del grupo terrorista Hamás contra diversos objetivos israelíes.
Este asalto sin precedentes consistió en el lanzamiento de miles de cohetes, en el derribo de vallas y puestos de control de los israelíes alrededor de la franja de Gaza, así como ataques a emplazamientos de colonos. El mundo observó con estupor cómo esta acción coordinada se llevó a cabo sin que los sofisticados medios de detección que forman un escudo alrededor de Israel pudieran interceptar gran parte de los proyectiles lanzados desde diversos puntos de Gaza e impedir que grupos de palestinos se hicieran con el control de tanques y apresaran a efectivos militares como rehenes.
La respuesta israelí no se ha hecho esperar. Pero, la declaración de Netanyahu de que el país se encuentra en guerra y el apoyo generalizado de la población tras la misma no ha podido ocultar la descoordinación y lentitud de la contestación israelí. Cuando apenas hace unos días que los servicios de seguridad judíos presentaron su informe sobre el bajo nivel de riesgo de un inminente ataque palestino, las dudas sobre si la falta de alerta israelí se debió más a una cuestión política que a una profesional evidencian el descontento de las fuerzas de seguridad judías con su Gobierno y, sobre todo, con la dependencia de Netanyahu en la extrema derecha. Las teorías sobre una conspiración puede que no anden mal encaminadas en ese sentido.
Pero la gran pregunta es por qué Hamás, sabiendo que no solo no puede competir militarmente con Israel, sino que la represalia judía iba a ser despiadada, se ha arriesgado a llevar a cabo este ataque. Los palestinos saben que su causa ha dejado de ocupar las portadas de los medios de comunicación y que el agotamiento de los aliados árabes ha facilitado que, casi todos, hayan firmado acuerdos con Israel. Hasta Arabia Saudí está negociando con Tel Aviv el inicio de cierta cooperación. Prisioneros los más de 3 millones de gazatíes en solo 360 kilómetros de extensión, su descontento con la nefasta gestión de Hamás y su incapacidad para dar solución al conflicto con Israel, ha propiciado, nuevamente, una feroz maniobra de distracción que permite a los terroristas «vender» su valentía con un posible intercambio de prisioneros y aplacar la fuerte contestación social.
Una vieja jugada que no va a obtener nuevos resultados porque, aunque muchos se resistan a aceptarlo la única solución para el conflicto árabe-israelí es la de los dos estados.
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