Algunos columnistas están un poco nerviosos ante la posibilidad de que un beso robado, o un beso al saludar de esos que muchos no pedimos, empiecen a ser muy mal mirados. Incluso quienes rechazan el tristemente famoso beso de Rubiales a la campeona Jenni Hermoso, ven en la ventolera desatada al respecto un peligro que no se sabe muy bien en qué consiste, salvo en ese espejismo en el que algunos creen ver un pasado mucho más libre de lo que está siendo nuestro tiempo.
Lamentar un pasado en el que podías plantarle un pico a cualquier persona de tu entorno sin avisar, es ridículo. Es una llorera de, perdonen el tópico, hombre heterosexual y muy heterosexual. Y de todos modos, tengo casi cincuenta años y no he conocido ese pasado tan especial, igual estoy confuso. Pero tampoco es algo difícil de entender. Puedes hacer eso, quizá, con quien tienes confianza y la complicidad suficiente, además del momento adecuado, supongo, aunque me extraña ese comportamiento porque nunca lo he tenido. Tampoco está bien caricaturizar el asunto como aquellos que con la ley de solo sí es sí, decían que tendrían que firmar un contrato para acostarse con alguien, como si en realidad hubieran tenido la oportunidad de hacerlo alguna vez en la vida. Queda, además, el espinoso asunto Rubiales, que está bastante lejos ya de ser «solo un beso» porque algunos parece que no saben frenar y pueden pasarse la vida cavando su propia fosa séptica.
No dejo de preguntarme qué cultura es esa, qué tiempos fueron aquellos tan agradables para el macho español. En qué momento se podía coaccionar a una mujer a la que le ha dado asco tu beso no pedido. En qué fantasía asfixiante tuvieron que vivir ellas para que confundas el desagrado con la mojigatería hoy. Nunca hubo un tiempo así, solo hubo un tiempo de silencio, de aguantarse, de tragar. Tampoco es tan difícil de entender. No hubo más libertad antes, dejadlo ya. Parecéis viejos verdes del destape. Los Pajares y Esteso del columnismo. Los Alvaro Vitali de 2023.
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