![Foto de archivo de Mohamed bin Salman, el 11 de septiembre en Nueva Deli.](https://img.lavdg.com/sc/49gnLzPNpHl6eKI-K4EKhG6AuOU=/480x/2023/09/29/00121696017301640166209/Foto/efe_20230911_085721521.jpg)
La nueva política exterior de Arabia Saudí, diseñada por el príncipe heredero Mohamed bin Salman, se ha vuelto tan complicada que se hace necesaria una brújula, al menos en sentido figurado, para orientarse en ella. El resumen rápido es que Riad pretende desempeñar un papel mucho más importante en la escena mundial del que ha jugado hasta ahora. Hay en esto algo de megalomanía por parte del príncipe heredero, pero también una cierta lógica. Arabia Saudí, que durante décadas ha gozado de un gran peso en la economía mundial a cuenta del petróleo, quiere anticiparse a un mundo en el que se supone que los hidrocarburos no serán tan importantes. En el plano político esto se traduce en un cambio de alianzas, o más bien en nuevos equilibrios en las alianzas que ya tiene Arabia Saudí. Bin Salman ha aprovechado el enfriamiento de las relaciones con Estados Unidos (a causa, entre otras cosas, de la tortura y asesinato en el año 2018 del periodista opositor Jamal Kashoggi) para acercarse a China. Con China, los saudíes han cerrado un acuerdo económico ventajoso: inversión (y la clásica entrada de las telecom chinas en la red telefónica del país) a cambio de petróleo abundante y barato para Pekín. Los chinos, de paso, han visto la oportunidad de mediar entre Arabia Saudí e Irán, algo que los norteamericanos no podían hacer. Esto ha resultado en un acuerdo frío pero importante que podría conducir al fin de la guerra en Yemen y a mayor estabilidad en Oriente Medio.
A partir de aquí es cuando la cosa se pone un poco más complicada. Otra parte del plan de transformación saudí es crear un programa nuclear propio, en principio para ser menos dependiente del petróleo, aunque dejando la puerta abierta a dotarse de un arma nuclear (su rival Irán está ya a punto de lograrlo). Pero para eso necesita ayuda norteamericana, con lo que también hay un acercamiento a Washington. En este caso, el precio sería un acuerdo con Israel que compense a ojos de los norteamericanos el acuerdo con Irán. Hace años, esto hubiese parecido imposible. Hoy es solo difícil. Donald Trump ya logró en su día que los demás países del golfo Pérsico firmasen acuerdos con Israel. Si ahora se sumase Riad sería un cambio histórico. Pero habrá primero que vencer las resistencias en la corte saudí y en el Gobierno israelí, donde no aceptarán ninguna concesión a los palestinos, por pequeña que sea (nadie piensa que fuese a ser muy grande).
En la anterior campaña presidencial norteamericana, Joe Biden se comprometía a tratar a Arabia Saudí como «el paria internacional en que se ha convertido» (la muerte de Kashoggi estaba entonces muy cercana en el tiempo). Probablemente no le oigamos repetirlo en la campaña del año que viene. Si era un paria internacional, Riad se las ha arreglado para dejar de serlo. Hay que reconocer que el príncipe heredero saudí ha sabido jugar bien sus bazas. Otra cosa es que un juego de equilibrios tan alambicado pueda sostenerse en el tiempo con un gobernante tan dado a los bandazos.
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