Una ballena en la piscina

Fernando Salgado
Fernando Salgado LA QUILLA

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Santiago Abascal, en el Congreso
Santiago Abascal, en el Congreso Eduardo Parra | EUROPAPRESS

28 sep 2023 . Actualizado a las 05:00 h.

Como ha observado Aitor Esteban, portavoz del PNV, Feijoo tiene una ballena en la piscina. La ballena de Vox. Un enorme cetáceo que bloquea toda posibilidad de entendimiento con fuerzas que repelen a la extrema derecha. Un animal de compañía tóxico que, como se ha evidenciado en el simulacro de investidura, ahuyenta a quienes se le acercan e impide al PP hacer nuevos amigos o recuperar relaciones con algunos de los antiguos. Y así no hay manera, en tiempos de fragmentación política, de forjar mayorías de Gobierno suficientes, porque nadie quiere arrimarse al monstruo.

Feijoo conoce el problema y sabe, además, que es irresoluble a corto plazo. Lo ha comprobado en el mes largo que precedió a su parodia de investidura: ni el PNV ni Junts caben en la misma ecuación que Vox. Los nacionalismos vasco y catalán son incompatibles con una extrema derecha que, entre otros principios programáticos, se propone eliminar las comunidades autónomas. Los guiños al PNV, incluido el reproche de que se deja utilizar por el PSOE como un clínex de usar y tirar, solo eran paripé o ingenuidad. Los contactos con Junts, una vez devueltas sus credenciales de partido tradicional y perfectamente legal, estaban igualmente abocados al fracaso. Si ellos entraban en la piscina con sus 12 votos en conjunto, Vox saltaba fuera con sus 33 escaños. El cambio para el PP resultaría ruinoso. Fue por eso que, al tiempo que intentaba preservar algún pasadizo con el nacionalismo, Feijoo optó por elogiar y agradecer el «respaldo responsable» de Vox. «Estamos de acuerdo en lo importante», le dijo a Santiago Abascal; en realidad, lo que el cuerpo le pedía era dedicarle la canción de Emilio José: «Ni contigo ni sin ti / tienen mis males remedio, / contigo porque me matas, / sin ti porque me muero».

Núñez Feijoo sale de la moción de censura investido jefe de la oposición, pero también con su liderazgo en el PP notablemente reforzado. Tal vez el final de su carrera política no esté tan próximo como vaticinaban algunos agoreros. En cualquier caso, sospecho que solo llegará a la Moncloa si previamente resuelve el problema de la ballena en la piscina. Si decide de una vez por todas qué tipo de relación o ausencia de relación quiere mantener con Vox.

Solo veo, grosso modo, dos opciones. O bien una relación estrecha, formal y pública, en régimen de gananciales, y sin «remilgos ni complejos», como reclama Abascal; o bien un divorcio total, por incompatibilidad de caracteres y de políticas. En el primer caso, la coalición PP-Vox alcanzará el Gobierno solo cuando entre ambos sumen la mayoría; en el segundo, gobernará el PP si engulle suficientes votos de Vox y puede complementar la cosecha con la aportación de otros aliados. Al margen de esas opciones, el PP mantiene con Vox relaciones vergonzantes y consumadas que intenta disimular, restarles importancia y apartar de los focos, aunque no puede ocultarlas al vecindario: la ballena es demasiado grande para no verla y demasiado tóxica para compartir con ella la travesía del próximo Gobierno.