El último 16 de septiembre, debajo del título El Bus del Sporting: ¡A LA LUCHA!, escribí lo siguiente después de mencionar a Pedro Sánchez: «Y eso, aunque él, Pedro, crea que es, como Julio Cesar, de casta de los divinos. Peligrosa equivocación que los españoles tendremos ocasión de comprobar pronto». Y no parece adecuado que el «escribano» revele todos los enigmas, aunque sí alguno. Por eso añado ahora que el párrafo subrayado fue pensado al leer el recomendable Libro VI de La Eneida, de Publio Virgilio Marón (la de Hermann Broch, La muerte de Virgilio, es otra, dicho quede con ironía).
No existe, por cierto, ninguna semejanza entre nuestro Pedro y Eneas, pues éste fue troyano y aquél es manchego/madrileño; lo más troyano que aún tiene es lo de «armarla», «armar la de Troya». Y escribió Virgilio: «Éste es el varón, éste es, que te fue tantas veces prometido, Augusto Cesar, de divino origen» (Divi genus).
Señalo que ese Augusto Cesar fue el Emperador Octavio, de la descendencia de Julio, no el Julio Cesar, que escribí intencionadamente. Preferí no al Emperador sino al dictador, el de las Guerras Civiles y las Galias, el del paso de Rubicón y, en consecuencia, el de la muerte violenta. El que fue asesinado en el Senado, el Julio Cesar, no sabiéndose aún si a causa de las veinticinco puñaladas recibidas, según unos, o de las setenta y cinco, según otros.
Asesinato en cualquier caso, pues la agravante específica de ensañamiento, incluso hoy, convierte al homicidio en asesinato, como bien saben los Magistrados de la Sala de lo Penal (Segunda) del Tribunal Supremo español, los de la Sentencia del Procés, la número 459/2019, de 14 de octubre de 2019, estando precedida por la también muy importante 161/2015, de 17 de marzo de 2015. Un procés sujeto, primero, a condena y un procés sujeto, segundo, a amnistía o como se le quiera llamar, pues es sabido que la Política hace del significado de las palabras lo que le da la gana. Y un Tribunal (Sala Segunda) que fue del procés y que pudiera serlo (dios no lo quiera) del Gobierno y de su Presidente, por razón de fuero especial. Un caso más del arte de «birlibirloque», que dijera Bergamín, don José, que, por exceso de casticismo español, fue enterrado en el País Vasco, en Hondarribia, en «casa dios».
Vuelvo al párrafo de más arriba: Siempre me interesó la manera de morir de los dictadores, habiendo en la Historia de todo; tanto en los dictadores comunistas, casos tan contrarios como los de Stalin y Ceaucescu, tanto en los dictadores de derechas. Mussolini tuvo una muerte violenta, pues en la Plaza de Loreto de Milán lo colgaron boca abajo de una viga de metal. Los dictadores ibéricos, Franco y Salazar, murieron en la cama y en la última edad, dicen que la tercera, la de la vejez, para desesperación de muchos y satisfacción de otros.
Si Mussolini llegó al Poder en Italia a propuesta del Rey, Víctor Manuel III, después de la «marcha sobre Roma», Franco llegó al Poder después o como consecuencia de una Guerra Civil. Hitler se suicidó en un bunker. O sea, que llegar a ser dictador es de mucha incertidumbre mortis causa, pues lo mismo se puede morir en la cama que no. Es un riesgo más, añadido a otros muchos. Y para un asunto tan importante, para Italia y Alemania, también para España, lo mejor es copiar lo que escribiera Nicolás Sesma, profesor de la Universidad de Grenoble.
Escribió don Nicolás, en referencia a Italia: «Un año antes (en 1922), se había producido la marcha sobre Roma y el ascenso de Mussolini al poder, designado por el real dedo de Víctor Manuel III. Pero la dictadura no se instaló inmediatamente: el juego parlamentario continuó hasta la aprobación de la llamada ley Acerbo, que permitía al partido fascista controlar los resultados electorales». En referencia a Alemania, escribió: «Al contrario de la mentira tantas veces repetida, en enero de 1933 la suma de socialdemócratas y comunistas superaba ampliamente al partido nazi en el Reichstag. Hitler también se convirtió en canciller por la designación directa de un jefe de Estado, el mariscal Hindenburg. Tras el incendio de Reichstag, Hitler aprovechó la oportunidad y, en marzo de 1933, presentó la denominada ley habilitante aprobada por el Parlamento depurado de izquierdistas que le otorgó todo el poder».
Después de haber leído que Rafael Argullol, en la página 160 de su libro, Danza humana (Acantilado 2023), escribió: «La muerte es el caos absoluto y uno tiene que saber educarse para ese caos», casi cambio de opinión. No lo tengo tan claro ahora: ¡Qué más dará morir de una manera o de otra…!
Aclarado solamente en lo deseable aquel primer párrafo del subrayado al inicio de este artículo, recuperamos la tranquilidad, pasadas las turbulencias, pues lo que sigue es de mayor relax, aunque aparente. La Ciencia política nace como Ciencia, saber científico, en el Renacimiento y principios de la Edad Moderna, siglos XVI y XVII, con preocupación por cuestiones racionales y tan pasionales como el miedo, el miedo al Poder y al Poderoso; eso mismo ahora ocurre con tanto politólogo, experto en sentimentalismos, que hasta adjetivan a la democracia de «sentimental».
Parece novedad haberse dado cuenta, frente al racionalismo, que los humanos somos también animales apasionados, teniendo hasta miedos. El contemporáneo y experto en Ciencia Política Guglielmo Ferrero (1871-1942, que tanto se preguntó por la razón de la «obediencia de los hombres», en su obra sobre El Poder, reflexionó en abundancia sobre el miedo. Y ese sabio español que fue Diego Saavedra Fajardo, nacido en el reinado de Felipe II, en «su empresa política», la número 38, dibujó a un potro que inclina su cabeza ante la mano del domador, que, a la vez que lo acaricia y peina su copete, lo amenaza con una vara (el domador trata de suscitar amor y temor).
¿Y qué es el miedo? Dicen los psicólogos expertos que el miedo es la emoción más limitante que tiene el hombre; la que más daña y angustia; la más importante en nuestra supervivencia. «Por ello ?añaden- en la medida que conozcamos qué despierta nuestros temores, podremos tener una información valiosa para conoicerno0s mejor y actuar en consecuencia». El temor, al parecer, es hijo de Venus, diosa del amor, y de Marte, dios de la guerra. La de dios, bien dicho.
Carlo Gibnzburg, en un número reciente del País semanal, señaló: «El miedo está siempre disponible, la cuestión es quién lo usa. Se crea y luego se cree en lo creado». Y escribiendo de creencias y del inmenso poderío eclesiástico, es interesante, aunque incidental, el recuerdo de lo que dijo Jesús en la Cruz, demostración de una total falta de poder: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?»
Un precursor «moderno» de la Ciencia Política fue Maquiavelo, habiendo escrito en 1513 ese Tratado El Principe, o mejor De Principatibus, práctico y secular, de tanto escándalo por llamar mentiras a lo hasta entonces se predicaba sobre cuestiones gubernamentales. Siempre ocurre lo mismo con la mentira o las mentiras. Ya Nietzsche escribió que la verdad no existe. ¡Inmenso trabajo derribar tanta mentira! ¿Qué somos sin nuestras mentiras? Acaso nada, nada de nada. Y volvamos a Maquiavelo, autor del librito, del que el historiador Patrick Boucheron escribió: «Inventario, es aquel librito, de las diferentes maneras de gobernar según lo que marca nuestra experiencia».
Y lo más importante: no es manual para adquirir el Poder, sino para conservarlo, siendo esa una clave. Interesa el capítulo XVII, «Sobre la crueldad y la clemencia, si vale más ser amado que temido». Dice: «Ambas cosas son deseables, pero como es difícil ser amado y temido a un mismo tiempo, lo mejor, si hay que prescindir de una de las dos cosas, es ser temido». Y añade: «El Príncipe debe hacerse temer dese manera que, si no obtiene el amor, evite al menos el odio, porque puede muy bien ser temido sin resultar odioso».
Un siglo más tarde, otro fundador de la Ciencia Política, el inglés Hobbes, gran conocedor de la Guerra Civil inglesa y de la Revolución, consideró al miedo como la principal pulsión para superar el estado natural, que es «ser lobo para el hombre» (Homo humani lupi), pactando un «Estado protector» que es el Leviatán, artificio para espantar el temor y la realidad del Summum malum, que es perecer por muerte violenta en el estado natural.
¡Cómo no vamos a tener miedo los españoles, incluidos los más valientes (vascos y catalanes, según ellos), si hace sólo más de ochenta años que se sufrió la Guerra Civil, el Summum malun según Hobbes! Es normal que los de arriba, siempre arriba, con Franco y con Pedro, quieran seguir arriba, y es normal que los de abajo, por estar abajo, tengan siempre mucho miedo.
Pero una cosa es el miedo de los gobernados, elemento esencial en el pensamiento de dos grandes científicos y fundadores de la Teoría política, Maquiavelo en el siglo XVI y Hobbes en el siglo XVII. Lo novedoso y diferente es preguntarse por el miedo de los gobernantes. Adelanto mi convicción: tienen miedo y mucho, aunque lo disimulen mucho. A ello, también, junto a lo de la amnistía por siete votos, dedicaremos la segunda parte.
Continuará.
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